miércoles, 6 de marzo de 2013

EL RECINTO SAGRADO




El arte puede expresar cualquier idea, incluso aquellas que son invisibles a los ojos: el amor, la pasión, la libertad, lo sagrado...Y lo hace con todo lo que tiene a su alrededor: el espacio, los recursos materiales, el tiempo o los seres vivos. El recinto sagrado, aunque delimitado en sí mismo, nos abre al infinito, despliega nuestra capacidad de intuir la inmensidad de la divinidad; nos anima a instalarla en nuestro corazón para que, cuando regresemos a lo cotidiano nos llevemos un trocito de infinito en nuestro corazón. En definitiva, la arquitectura sagrada es un intento de agarrar las estrellas.
Silvia Martínez Cano, Caminar por lo sagrado. Ediciones Khaf, 2011


¿Por qué un lugar es sagrado? 
Porque tiene la capacidad de ponernos en contacto con Dios. Pueden ser lugares naturales, como algunas cuevas o montañas, por ejemplo, en el monte Sinaí recibió Moisés las tablas de la Ley del mismo Yahvé, sacralizando con ello el lugar; pero con frecuencia deviene después una transformación del hombre. En el caso concreto del monte Sinaí, Santa Elena ordenó construir allí una capilla, y más tarde, el emperador bizantino Justiniano erigió el Monasterio de Santa Catalina del Sinaí. Al ser un lugar sagrado para las tres religiones abrahámicas (judía, cristiana, islámica) el monasterio se ha preservado de la destrucción, ya que época de dominio musulmán se construyó en su interior una mezquita fortificada.
Son muy diversos los modos de intervención del hombre en lugares sagrados, desde las ermitas excavadas en la roca del valle del Göreme (Capadocia), hasta las grandes construcciones de iglesias, catedrales, monasterios, etc. Hay otros lugares que se han sacralizado por suceder en ellos algún milagro o un hecho de gran trascendencia para la vida de fe, es el caso de santuarios erigidos en función de la aparición de una Virgen (Lourdes, Fátima...), de la gran cantidad de iglesias construidas sobre un lugar martirial, o el hallazgo de la tumba de un santo (Santiago de Compostela). Por otra parte, los cementerios suelen estar vinculados a un  lugar sagrado, bien por su situación geográfica, bien por la presencia de una construcción sagrada. De hecho, en el mundo cristiano, que prefiere históricamente la inhumación a la cremación, es muy frecuente encontrar los cementerios junto a las iglesias, reservando el espacio interior para las tumbas más ilustres. Cuando las poblaciones crezcan, será cuando se vean obligadas a desplazarse al extrarradio, erigiendo allí capillas.

Identidad y elementos del recinto sagrado
El término "templo" proviene del latín "templum", que significa edificio sagrado. Hacía referencia al espacio del cielo donde los augures escrutaban el paso de las aves y su significado. Después se amplió el concepto, para entenderlo como la vivienda donde se encontraba la imagen de Dios, aunque no era un lugar de culto. Quizá por eso, la palabra "templo" no es muy apropiada para la iglesia cristiana, ya que en ella habita Dios mismo, pero el edificio en sí está destinado a la celebración comunitaria. En cualquier caso, una iglesia es siempre un puente entre el cielo y la tierra.
Hay diversos elementos que configuran los recintos sagrados. Citamos algunos de ellos:
- El espacio:
La geometría y el número en la construcción es fundamental. Las tradiciones religiosas resaltan el significado de determinados elementos arquitectónicos. Por ejemplo, en la arquitectura cristiana, la planta en forma de cruz marca una direccionalidad hacia la cabecera, donde se encuentra el altar como eje espacial. O el caso de los deambulatorios generados en lugares de peregrinación, diseñados para permitir el tránsito de los fieles en procesión en torno al centro de peregrinación (tumba, altar, reliquia...) Por otra parte, es frecuente en la Sagrada Escritura el simbolismo numérico que es trasladado a los edificios. Los programas arquitectónicos los incorporan en sus diseño, como las iglesias templarias o incluso la Sagrada Familia de Gaudí.
-  La orientación:
 Los ejes arquitectónicos marcan las direcciones de los recintos sagrados tanto en el interior como en el exterior. En la iglesia cristiana, la cruz terrena formada por los cuatro puntos cardinales se alza configurando la llamada "cruz sólida". A las cuatro direcciones marcadas por los brazos de la cruz se suma la vertical, marcando 6 ejes más el centro. Clemente de Alejandría traza un símil con el corazón de Dios, centro del universo del que parten las 6 direcciones. Respecto al exterior, las iglesia sitúan sus cabeceras al este, lugar del que surge el sol naciente, imagen de Cristo resucitado, victorioso de la muerte.
- La luz y el color:
Es fundamental en la configuración del espacio sagrado. Muchas veces, su sola presencia o ausencia define un ambiente religioso e incluso un estilo artístico. Las iglesias cistercienses, por ejemplo, abrieron  vanos con cristales blancos en el ábside mayor para iluminar el altar con una purísima luz blanca natural. Sin embargo, en el gótico se colorea la luz a través de las vidrieras, alterando completamente el aspecto del espacio interior, dándole un aire irreal. En las iglesias románicas, los relieves coloreados que decoraban la arquitectura, además de las pinturas murales, supondrían un gran impacto en quienes se acercaban al recinto, narrando con imágenes la historia sagrada que los fieles no sabían leer en la Escritura. Las paredes interiores, y también el exterior de las construcciones se convertían en páginas de un libro que los analfabetos podían interpretar. Otro tema muy interesante es la ubicación con la que se disponían las pinturas murales en el interior de las iglesias. Se trataba de un lenguaje codificado que completaba el simbolismo arquitectónico, localizando las imágenes principales jerárquicamente en el ábside, mientras que los laterales se ocupaban con las pinturas narrativas. El ábside acogía la manifestación de Dios, el registro intermedio mostraba los profetas, apóstoles y santos como intercesores entre el mundo divino y el humano, y finalmente, el registro inferior ofrecía representaciones animalísticas o decorativas.
- El sonido:
La presencia o ausencia de determinados sonidos es un elemento que también ayudaba a configurar el espacio sagrado. El impacto del silencio, que invita al recogimiento, se alterna con el murmullo de los rezos, la voz del sacerdote o las respuestas litúrgicas de la asamblea. La música viene a unirse a esta ambientación escénica con una extraordinaria capacidad de crear ambientes muy diversos. Pero la presencia del sonido no se restringe al interior, sino que abarca el exterior. Por ejemplo, la incorporación del campanario tenía muchas funciones simbólicas. No sólo servía para convocar a los fieles, sino que incluso se consideraba una especie de “voz de Dios”, un sacramental cuyo tañido alejaba los peligros y expulsaba los demonios, quizá porque se usaban también para advertir del fuego o de la llegada de enemigos.
- La liturgia:
La liturgia es mucho más que un simple elemento que participa en la configuración del recinto sagrado, en realidad es el que lo configura. Una construcción religiosa bien trazada se diseña en función de las necesidades de la liturgia. Es más, ella es la causa que motiva la construcción de la mayoría de los edificios sagrados. Sus variaciones provocan modificaciones estructurales en las construcciones.
Con ella, los cinco sentidos se integran en el espacio sagrado: la presencia de la vista y el oído son evidentes. Pero también están presentes el olfato, estimulado con el perfume del incienso, o la presencia de la decoración floral; el tacto, al contacto con los objetos sagrados (actualmente en desuso, portapaz, cáliz…) o con otros fieles, por ejemplo en el gesto de la paz; e incluso el gusto está presente en el acto de comulgar bajo una o las dos especies, el pan y el vino.
- El altar:
 Las iglesias históricas ofrecen al fiel un espacio-camino con tres ámbitos. El terrenal se identificaba con los arcos de medio punto de la nave central que iban conduciendo hacia el ábside. Esta zona constituye el cuerpo de la Iglesia en la que cada cristiano es un miembro. El crucero marca una zona de transición que une el mundo terrestre y el divino. El tercer ámbito lo constituye el ábside, destino del espacio-camino donde convergen todas las miradas en el altar. Si el ábside es imagen de lo divino, el altar es su reflejo en la tierra, el centro del cosmos.
Círculo y cuadrado, esfera y cubo, expresan el diálogo entre el cielo y la tierra que se encuentran en el altar, base de un eje vertical que sube como incienso hacia la cúpula que simboliza el espacio celestial. El altar es el lugar en el que converge toda la tensión del espacio, toda la atención de los fieles. Su diseño está marcado por normas precisas que posibiliten su consagración (la realización en piedra que permita la unción con los óleos). El origen de los altares fijos está en el culto a los santos y a los mártires, en cuyas tumbas comenzaron a celebrarse diversas liturgias. De ahí se trasladó al altar, en cuya base se coloca todavía hoy una reliquia en memoria de los santos.
Aunque en principio había un solo altar, se sucedieron dos razones litúrgicas fundamentales que aconsejaron aumentar el número de altares, y por tanto de capillas: el progresivo incremento del culto a los santos y el hecho de que todos los sacerdotes tuviesen como parte de su ministerio la celebración diaria de la Eucaristía (igual que en la actualidad).
  
Simbolismo de la iglesia cristiana
 La idea de la Jerusalén celeste, tan presente en la Biblia y en la literatura de los primeros cristianos, influye mucho en el simbolismo de la iglesia como edificio. El recinto representaba visiblemente la Nueva Jerusalén, que saluda a Cristo mirando hacia el altar donde se hace presente en la Eucaristía. La nave central constituye una “vía sacra” hacia Jesucristo y el arco toral resguarda el misterio de la Encarnación a modo de arco triunfal. La iglesia material simboliza la nueva Humanidad.
El simbolismo está definido por las diferentes etapas históricas. En cada una de ellas cobra una diferente dimensión, y sus elementos revisten un significado específico. Por ejemplo, el simbolismo es esencial a la arquitectura medieval. De un modo muy acusado, está presente en las iglesias románicas. Cada elemento es portador de un sentido, desde su planta de cruz latina que recuerda la pasión de Cristo hasta la orientación al oriente, lugar desde donde sale el sol naciente, imagen de Cristo, y que marca el itinerario del cristiano desde las tinieblas hacia la luz. La cabecera alude a la cabeza de Cristo, asociando la forma semicircular del ábside a la curvatura del cráneo humano (en algunas construcciones incluso se inclina el eje a la izquierda a imitación de la inflexión de la cabeza del Crucificado). En el nártex se hacían exorcismos y se purificaban las madres pasada la cuarentena. Allí se encendía el cirio pascual y se entregaba a las novias.
El manual litúrgico de Honorio de Autun desarrolla al máximo este simbolismo. Su Gemma animae (Piedra preciosa del alma) reúne oración, liturgia y catequesis, realizando una exhaustiva interpretación alegórica de los elementos del templo cristiano. Lo hace derivar del templo de Salomón y afirma que sus cuatro paredes aluden a los cuatro Evangelios, las piedras de los muros son los fieles, unidos por el cemento de la caridad. Las ventanas son los doctores que dejan pasar los rayos de la luz frente a las herejías. Los obispos son las columnas, mientras que las vigas del techo son los príncipes protectores de la Iglesia, el tejado alude a los soldados que protegen de los enemigos. El pavimento apunta al pueblo, con cuyo trabajo la Iglesia se sostiene. Al tratar sobre el altar, se refiere a los altares de Abel, Abraham, Isaac y Jacob, y sobre él se asienta la Cruz, colocada encima como signo de Cristo, como recuerdo de la Pasión y para que el pueblo imite a Cristo. Al altar se llega a través de unas gradas que significan las virtudes. También recorrerá la puerta, el coro, las lámparas, las campanas… El manual finaliza con la consagración del templo, que realiza el Obispo simbolizando la unión de Cristo con la Iglesia; da en la puerta tres golpes con el báculo como alusión a los tres poderes: el cielo, la tierra y el infierno. El ritual prescribe la mezcla de la sal y la ceniza para expresar el sacrificio del templo. El Obispo hace cuatro cruces en las esquinas del altar para salvar las cuatro partes del mundo, y luego da siete vueltas con el hisopo para que Cristo asista a los allí reunidos con los dones del Espíritu Santo. Ningún detalle es arbitrario.

Una iglesia es un mecanismo cósmico: está orientada hacia la salida del sol, y el sol la va modificando según las horas del día y el paso de las estaciones. Exactamente igual que el año litúrgico. Todos los participantes en los actos de culto se dirigen juntos hacia Oriente, hacia Cristo luz del mundo, como los que les han precedido y los que les sucederán, y el sacerdote se sitúa a la cabeza (por eso, antiguamente el sacerdote no les daba la espalda, sólo iba el primero). Y ese pueblo en camino adopta una forma de cruz (la planta de la iglesia), está bien asentado en la tierra (muros de formas cuadradas) pero su objetivo es el cielo (cubiertas abovedadas). Al templo se entra por un sitio oscuro (actitud humilde), hay que caminar un rato por su interior (ascesis), pero el objetivo es la luz que inunda el presbiterio (la alegría de la salvación). En ese sentido, el simbolismo de las iglesias ha de ser casi sacramental.
 

1 comentario:

  1. Orientación de templo de planta de cruz latina, ¿Cuándo un templo su cabecera (altar) está al Oeste, a qué es debido?
    Gracias. Email: amarelosolar@hotmail.com

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