miércoles, 27 de febrero de 2013

ORÍGENES DE LA ARQUITECTURA CRISTIANA


Comenzando la historia por su origen, los primeros cristianos de Palestina no necesitaron construir templos. Acudían para rezar y escuchar la Palabra a las sinagogas y al templo de Jerusalén. La nueva fe no suponía una ruptura con la promesa hecha a Abraham. La Antigua Alianza no se había desechado, sino que había sido asumida por una Alianza Nueva de la que Cristo era el garante. Al igual que el Nuevo Testamento no sólo supone el Antiguo, sino que nace de él.

            Sólo existía una novedad radical que parecía exigir un espacio propio: la celebración de lo que llamaban “fracción del pan”: la Eucaristía. Aunque al principio, ésta tampoco les impuso la necesidad de realizar construcciones. Se reunían en casas cedidas por cualquier cristiano, con una mesa como altar, como había sido en aquella Última Cena que resultó ser la Primera Eucaristía. Los Hechos de los Apóstoles lo atestiguan: “todos los días acudían al Templo con un mismo Espíritu, partían el pan en las casas y comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hch 2, 46).

            A estas reuniones litúrgicas en las casas se las conocía como“ecclesia doméstica”. Poco a poco, el término “ecclesia” (del griego “ek-kaleo” que significa “convocar”) se utilizó también para denominar el edificio que albergaba las reuniones. De ahí la ambivalencia actual del término, donde “iglesia” se refiere tanto al grupo de los fieles como al recinto que los acoge. De un modo precioso, el Concilio Vaticano II ha atribuido el término de “iglesia doméstica” a las familias cristianas, cuya casa y cuya vida se convierte en un lugar donde se respira el Evangelio.

Pero ni siquiera encontrar una vivienda apropiada para el culto era una exigencia para los primeros cristianos. Cualquier otro lugar les parecía adecuado, como recoge un texto de San Dionisio Alejandrino:“siendo nosotros los únicos que fuimos perseguidos y oprimidos, no dejamos de celebrar nuestros días festivos. Y cualquier lugar, el campo, el desierto, un navío, un establo, una cárcel, servía como templo para celebrar la asamblea sagrada (Cit. Por Eusebio. Historia Eclesiástica VIII, 12: PG 20, 688).

            No puedes olvidar que estamos en tiempos de persecución. Al menos en el primer siglo, era impensable levantar una edificación para dar culto a un ejecutado por la justicia romana. Y en realidad, tampoco la necesitaban. Se trataba de una comunidad de personas que se reunían para comer el Cuerpo y la Sangre del Resucitado. A pesar de vivir continuamente amenazados, el hecho de celebrar ese Misterio sagrado en cualquier lugar suponía un gesto de libertad inusitada capaz de transformar la faz de la tierra.

            Déjame pensar. Tal vez es posible que en estos siglos sí existiese alguna construcción para el culto cristiano. ¿No te parece probable que algún cristiano con recursos económicos hiciese edificar una casa apropiada para la celebración eucarística? Es lo que parece indicar la excavación arqueológica de Dura-Europos (Irak), donde ha aparecido un complejo de capilla, patio y baptisterio del siglo III asociado a una vivienda. Es lo que se conoce como “Domus Ecclesiae”. La importancia de este conjunto merece que nos detengamos un poco en ella. Dura-Europos era una ciudad helenística de Siria en el año 113 a.C. cuando fue conquistada por los persas. En el año 165 d.C. pasó a dominio romano, en el que permaneció hasta su destrucción en el año 256 por los persas. Hacia el año 232 se construyó una casa privada que en unos diez años pasó a manos de una comunidad cristiana que la reformó para adaptarla al servicio de la iglesia. Disponía de una sala para el culto eucarístico, diversas habitaciones, un almacén de alimentos y vestidos, y un baptisterio, quizá el más antiguo de la cristiandad, con pinturas de gran valor.
            Caso parecido es el de los famosos “Titulus” de Roma o Pompeya, recintos cuyos propietarios acabaron dedicando exclusivamente para las celebraciones de las comunidades cristianas. Solían ser mansiones amplias compuestas por un vestibulum, un atrium donde se encontraba ellararium (una especie de oratorio),un tablinum o sala de recepción y eltriclinium o comedor. Esta distribución se adaptó con facilidad a las necesidades del culto cristiano. Los expertos concluyen que el atrium y eltablinum servían para la lectura de la Palabra y la oración en común, y eltriclinium para la cena eucarística.

Ya en el siglo III hay constancia de que los cristianos construyeron basílicas para sus celebraciones. Eran las llamadas “Domus Dei”. LaCrónica de Edesa, del 540, describe con multitud de datos una inundación del año 201 en el que se destruyó “el templo de la iglesia cristiana”. Desde la muerte de Septimio Severo hasta la de Felipe el Arabe (211-249) hubo un periodo de tolerancia que favoreció el nacimiento de la primera arquitectura cristiana. Además de la paz concedida a los cristianos por el emperador Galieno (260). Pero esta situación iba a durar escaso tiempo. Con la sangrienta persecución de Diocleciano y el edicto de febrero del 303 se ordena la destrucción de las iglesias cristianas, por eso no nos han llegado restos de ninguna de ellas. Un texto de Lactancio testifica con detalle el fin de la basílica de Nicomedia: Vinieron por tanto los pretorianos en escuadrón formado, con hachas y otros instrumentos de hierro, y, puestos a la obra, en pocas horas derribaron hasta el suelo aquel elevado templo… Al día siguiente se publicaba el edicto que disponía que cuantos pertenecieran a aquella Religión fueran despojados de todo honor y dignidad (De mortibus persecutorum, XII: PL 7, 213).

Me temo que no voy a poder darte muchos datos de la estructura y configuración de estas basílicas. Las fuentes literarias no nos proporcionan detalles al respecto. De la arqueología podemos extraer algunas conclusiones, aunque en la interpretación de los hallazgos existe diversidad de opiniones. Mientras unos buscan su origen en la vivienda romana, otros en la basílica civil. No me parece extraño que intervinieran ambas. Era fácil que retomasen el modelo basilical por su monumentalidad, su bella columnata interior o la forma de sus cubiertas. Sin embargo, adoptarían el atrium de las casas romanas. También es probable que, en cuanto a los ábsides, se inspirasen en las exedras civiles y otros lugares de reunión social.

En cualquier caso, contamos con dos modelos de edificaciones en el siglo III. Por un lado, una basílica de planta rectangular dividida en tres naves por hileras de columnas, con un nicho semicircular en la cabecera. Por otro, el martyrium, una construcción de planta centrada dedicada a la memoria de un mártir y erigida sobre el lugar de su muerte. ¿Sabes? Este tipo de edificación fue el origen de la basílica de San Pedro en el Vaticano; conmueve el testimonio escrito de un presbítero, Gaius, que en el año 200 estuvo ante el martyrium de Pedro.

Hasta aquí, los testimonios de historiadores y arqueólogos. Pero permíteme exponerte la reflexión de un teólogo que aporta mucha lucidez. Se trata nada menos que de Ratzinger, hoy Benedicto XVI. En su obra El espíritu de la liturgia, siguiendo a Bouyer Baracaldo, afirma que el templo cristiano nace en continuidad con la sinagoga, tanto en su configuración arquitectónica como cultual, para después adquirir su especificidad por la comunión con Jesucristo. La sinagoga contaba con dos puntos neurálgicos: la cátedra de Moisés, desde la que Dios hablaba a través del rabino, y el Sancta Santorum, el lugar más sagrado, inicialmente sólo ocupado por el Arca de la Alianza. Esta constituía una especie de trono en el que se posaba la shekiná, la nube de la presencia de Dios. Pero el Arca se perdió durante el exilio y el Santo de los Santos quedó vacío, convirtiéndose en un lugar de espera, de esperanza en que Dios mismo restaurase su trono. Tras la pérdida del Arca, la urna con los rollos de la Torá pasó a ocupar su lugar, protegida por un velo y acompañada por la Menorah, el candelabro de siete brazos. Del mismo modo, con la destrucción del templo de Jerusalén, la mirada del pueblo judío se volvió hacia aquella tierra. Si el Santo de los Santos vacío expresó la esperanza, ahora el templo destruido es el que espera el regreso de la shekiná. Quien ha tenido la oportunidad de acudir al Muro de las Lamentaciones, se habrá conmovido al ver al pueblo judío llorando por la pérdida de su templo. Yo he sido testigo, y te aseguro que es un espectáculo impresionante de fe y esperanza.

De la presencia de Cristo en la tierra resultan tres innovacionesque, partiendo de este modelo, le otorgan un nuevo sentido. La sinagoga no había creado una estética propia, más bien había adaptado el modelo basilical, pero orientada nostálgicamente al templo de Jerusalén. También los primeros templos cristianos siguieron el mismo modelo, pero en vez de dirigirse hacia Jerusalén, la orientación se cambió hacia el este, mirando al sol naciente, imagen de Cristo. No se conoce el origen de ese cambio, pero es una tradición apostólica que desde épocas muy tempranas caracterizó la arquitectura cristiana. No se trata de un culto al sol, como se ha afirmado, sino de contemplar el modo en el que el cosmos habla de Cristo. Si el templo de piedra simboliza la esperanza de los judíos, los cristianos sabemos que Cristo es el lugar de la shekiná, el trono vivo de Dios.

Una segunda novedad frente a la sinagoga irrumpirá con la aparición del altar sobre el que se celebrará el sacrificio eucarístico, junto al muro oriental. Este altar no sólo mira hacia el Oriente, sino que también forma parte de él. Había surgido un nuevo centro de gravedad. Como aún sucede hoy, el altar es el lugar del cielo abierto, sobre el que converge el universo.

Como tercera novedad, a la Torá no sólo se añaden los Evangelios, sino que se constituyen en la clave necesaria para comprender verdaderamente la Torá, el Antiguo Testamento. Así, de la cátedra de Moisés se pasó a la silla del Obispo o a la sede del sacerdote. No sé si te has dado cuenta de un detalle, en las liturgias actuales más solemnes todavía se repite un rito propio de las más primitivas iglesias cristianas, las de Siria. Se trata de la entronización del libro de los Evangelios. Este gesto no sólo expresa la dignidad de la Sagrada Escritura, sino que responde a una costumbre derivada de la persecución de Diocleciano. En aquella época sangrienta, los funcionarios imperiales cumplían estrictamente las órdenes de apoderarse de las Sagradas Escrituras que encontrasen, por lo cual los cristianos las escondían en lugares secretos y sólo se exponían al público en sus liturgias.
 Concluyendo, la estructura de la iglesia cristiana primitiva tiene dos lugares litúrgicos: el de la liturgia de la Palabra, en el centro del espacio, en el que se encontraba el trono del Evangelio, la silla del Obispo y el ambón. En segundo lugar, el  sacrificio eucarístico se celebraba en el ábside, junto al altar que mira al Oriente, rodeado por los fieles a los que, también como una novedad aportada por el cristianismo, se incorporan las mujeres.

Sorprendentemente, comprobarás que a lo largo de más de veinte siglos, la Iglesia ha sido fiel a esta disposición inicial y hoy encontramos en nuestras asambleas una estructura con escasas variantes.



martes, 26 de febrero de 2013

ARQUITECTURA CONSTANTINIANA



Con la paz de Constantino y la expansión del cristianismo, pronto las “Domus Dei” resultaron insuficientes para acoger la cantidad de fieles que se congregaban en torno al altar. Consciente de esta necesidad, el emperador Constantino desarrolló un amplio programa de construcción de basílicas. A menudo se reutilizaban materiales de los templos paganos, y se decoraban con paredes de mosaico y pavimentos de mármol. Las edificaciones romanas eran más uniformes, mientras que las orientales variaban su estructura según los recursos materiales y técnicos de cada zona.
Estas son las principales tipologías:

Basílicas: precedidas por el atrio o patio porticado, que marca simbólicamente la transición entre el mundo profano de la calle al recinto sagrado. El atrio da paso al nártex, un espacio cubierto intermedio entre el atrio y el cuerpo de la basílica, formado por tres o cinco naves, aunque en el norte de Africa pueden encontrarse con siete o nueve. La nave central suele ser más alta y ancha que las laterales, y en medio tiene un espacio cerrado por canceles reservado para los cantores, el schola cantorum. Las naves se separan por hileras de columnas o pilastras y desembocan en el transepto o crucero, previo al ábside o cabecera que se cierra con canceles. En él se encuentra la cátedra y el altar, que en principio era una simple mesa de madera reservada para la celebración de la Eucaristía. En las basílicas martiriales, esta mesa se colocaba junto a la tumba del mártir; pero pronto se impuso la costumbre de celebrar sobre la propia tumba. Curiosamente, este fue el origen de los altares fijos. De hecho, se extendió esta tradición a todas las iglesias de la cristiandad, que construyeron altares fijos en los que se introducían reliquias de los mártires. Con el tiempo, esta costumbre se convirtió en preceptiva y ya sabrás que aún hoy se mantiene.
Las basílicas cementeriales, surgidas en el siglo IV como fruto del culto a los mártires, constituyen un tipo específico, que se encontraba fuera de las murallas. Es el caso de basílicas tan célebres como San Sebastián, San Lorenzo Extramuros, Santa Inés, San Pablo Extramuros, o la misma San Pedro del Vaticano. También existen basílicas votivas, es decir, iglesias construidas en honor del Salvador, de la Virgen o de los Santos. La más antigua de Roma es San Juan de Letrán, edificada en el solar que fue cuartel de caballería del palacio de Letrán donado por Constantino a la iglesia. También está la constantiniana Santa Cruz de Jerusalén o Santa María la Mayor, la más antigua dedicada a la Virgen.

Edificios cruciformes: En Constantinopla se construyó una iglesia dedicada a los doce Apóstoles. Era un martyrion destinado a honrarlos y también a acoger el sepulcro de Constantino, situado entre los cenotafios que suplían las tumbas de los Apóstoles. Aunque el edificio no se ha conservado, por las descripciones de Gregorio Nacianceno y Eusebio sabemos que era de planta cruciforme. Debido a la importancia de esta construcción, fue muy imitada, de modo que en el siglo IV se edificaron numerosos edificios con forma de cruz. Es el caso del templo construido en Antioquía hacia el año 379 sobre la tumba del mártir San Babilas, o el de los Santos Apóstoles de Milán, hoy San Nazario. En él colocó San Ambrosio una inscripción dedicatoria exponiendo su interpretación simbólica sobre la forma en cruz del templo. Ya del siglo V es el imponente conjunto de Alepo (Siria) en el que cuatro edificios basilicales confluyen en  forma de cruz en el octógono centrado por la columna en la que vivió San Simeón el Estilita.

Títulos: Desde el siglo III, Roma se dividió en varios centros (lo que hoy denominamos parroquias) organizados en torno a un “titulo” situado dentro de la ciudad, que desempeñaba las funciones de la parroquia. Su nombre viene del término jurídico “titulus”, que era la tablilla que se colocaba en la entrada de las casas para indicar el titular de la propiedad. Como estas casas habían sido cedidas a la comunidad por sus dueños, se conservó esta denominación como un modo de agradecimiento. Aunque con el tiempo, los títulos fueron perdiendo su denominación originaria para asumir el nombre de quienes realizaron ampliaciones o, más tarde, de los santos cuyas reliquias se veneraban. A fines del siglo VI todos los títulos llevaban nombres de santos. Te facilito algunos nombres: el Titulus Aequitii pasó a ser San Martín de los Montes, el Titulus Clementis es hoy San Clemente, y el Titulus Sabinae se convirtió en Santa Sabina.

Diaconías: Este tipo de construcción eclesiástica nació en Roma en el siglo VI. Sus orígenes son oscuros, pero parece que provienen de la annona, el lugar donde se conservaban los víveres, especialmente el grano. Eran las casas donde residían los diáconos, que como ya sabes, asumían el carisma de la caridad en la Iglesia. La actividad de asistencia a los necesitados ha estado ligada a la vida cristiana desde los primeros momentos. Yo diría más, forma parte de su identidad más irrenunciable. Estas construcciones estaban diseñadas con amplios espacios para almacenar y distribuir los bienes para socorrer a los pobres. Más tarde se convirtieron en iglesias administradas por monjes. Este origen tienen San Jorge en Velabro o Santa María en Cosmedín, curiosamente célebre por custodiar la “Boca della veritá”.



Construcciones de planta circular: Me ha parecido oportuno establecer esta tipología porque las demás (a excepción de las cruciformes) asumen casi invariablemente la planta longitudinal. Este tipo, de clara influencia romana, se usó en Occidente sobre todo en baptisterios y mausoleos. Esta estructura se adaptaba especialmente bien a la liturgia bautismal, aunque también era frecuente la planta octogonal. Es cierto que en los primeros momentos se practicó el bautismo en el agua corriente del río, pero pronto se recurrió al uso de piscinas. Predominaban las de forma circular, pero las había cruciformes, rectangulares, octogonales y de otro tipo, muchas con bellos pavimentos de mosaico y siempre con la capacidad suficiente para que los catecúmenos pudiesen descender a recibir el agua bautismal. Debía ser todo un espectáculo contemplar a las multitudes asistiendo al bautismo de neófitos en las vigilias de Pascua. Sería una escena inolvidable cuando los nuevos bautizados, revestidos con la vestidura blanca, desfilaban en procesión cantando las letanías para participar de la Eucaristía en la basílica más cercana. A este grupo de construcciones pertenecen el Baptisterio de San Juan de Letrán, el Mausoleo de Constanza o San Esteban Redondo.
Por supuesto, no todas las construcciones encajan estrictamente en esta tipología. De hecho, algunas construcciones supieron combinar diversos tipos, como es el caso del Santo Sepulcro de Jerusalén, un complejo de basílica y mausoleo.

El programa constructivo constantiniano

Cuando acabó la persecución, los cristianos se encontraron con muchos de sus edificios derruidos, y con un apoyo imperial incondicional. Constantino no sólo financiaba las edificaciones, sino que él mismo las promovía, desarrollando un ambicioso programa  y poniendo al frente de él a su madre, Santa Elena. El culto se desplazó definitivamente de las casas particulares a estos recintos.
La profusión constructiva y el ambiente de la época lo recoge bien Eusebio de Cesarea en su Historia eclesiástica (primera mitad s. IV): “Una alegría indecible, una felicidad divina embargó los edificios que poco antes habían sido ultrajados por la impiedad de los tiranos y que de este modo renacieron de una larga y mortal devastación. Se vio entonces levantarse las iglesias sobre sus ruinas hasta gran altura y brillar con un esplendor superior al de las iglesias que habían sido destruidas (…) Además, tuvimos el gozo de asistir a un espectáculo aguardado y deseado: fiestas de dedicación en cada pueblo, la consagración de las iglesias construidas recientemente, los obispos reunidos para este fin, los fieles llegados de los lugares más alejados…”.
¿Te parece que recorramos ahora algunos ejemplos típicamente constantinianos de diversas tipologías?
Aunque apenas queden vestigios del edificio original, sin duda hay que comenzar por la basílica de San Pedro del Vaticano. Fue mandada erigir por Constantino hacia el año 320, asumiendo el papa Silvestre I (314-335) la dirección de las obras. Algunos relatos atribuyen a este papa la conversión de Constantino. ¿Te has detenido a reflexionar lo valiente que fue la decisión de levantar esta basílica? En la práctica se erigía un monumento imponente sobre la tumba de un pescador rebelde al poder ejecutado por un predecesor de Constantino. Efectivamente, se había dado carta de libertad al cristianismo, pero los cristianos aún constituían una minoría. Sin embargo, leyendo en la historia, sobre los huesos de aquel amigo de Jesús fueron coronados veintitrés emperadores y, en 1300, se celebró el primer año santo de la historia.
Pocos datos tenemos de esta primera basílica. Parece que tenía cinco naves separadas por hileras de columnas y estaba precedida de un atrio de cuatro pórticos. La pintura de Rafael, El incendio del Borgo, en las Estancias Vaticanas, muestra la fachada de esta basílica. La tradición afirma que el mismo emperador participó en las obras, excavando los cimientos con sus manos en señal de respeto, y cargando simbólicamente sobre sus espaldas doce cestos de tierra. Alrededor de la tumba del apóstol se construyó una pared que la encerraba como en un cofre. Pero del resto de la historia de esta basílica te hablaré en otra carta.
A Constantino se debe también la erección de las reconstruidas San Juan de Letrán (la primera en llevar el apelativo de “basílica constantiniana”) y San Lorenzo Extramuros. Más restos originales se conservan en Santa Constanza, que probablemente fue en su origen un baptisterio costeado por Constantina, la hija del emperador, y más tarde el mausoleo de la princesa. Habrá que esperar al siglo XIII para asistir a su conversión en iglesia. A pesar de las transformaciones, en su interior aún conserva la estructura de doble rotonda, la exterior con doce nichos radiales y la interior formada por una arquería sobre columnas. Se decoraba con bellísimos mosaicos que aún se conservan parcialmente.
Palestina también acogió varias construcciones constantinianas. El emperador, y sobre todo su madre, eran muy sensibles a la sacralidad de la tierra de Jesús. Santa Elena viajó en el año 326 a Tierra Santa, para realizar exhaustivas investigaciones buscando los Santos Lugares donde habían sucedido los hechos que cambiaron la historia. El primero fue la tumba de Jesús. El monte Gólgota (o Calvario en griego), donde Cristo había sido crucificado y sepultado, estaba ocupado por un templo pagano construido por Adriano. Venus y Júpiter eran adorados sobre el  lugar exacto de la muerte del Salvador, pero precisamente eso garantizaba la autenticidad del emplazamiento del Santo Sepulcro. Además, la presencia ininterrumpida de una comunidad cristiana en Jerusalén confirmó la identificación. Las cartas de Constantino a Macario, el Obispo de Jerusalén, referidas a la construcción de la basílica del Santo Sepulcro son un buen exponente de su celo por esta tierra: Mi principal deseo es ornar con construcciones espléndidas ese santo lugar que he librado de la vergonzosa instalación de un ídolo… Conviene, pues, ahora que tomes todas las disposiciones necesarias para construir no sólo una basílica superior a las del mundo entero, sino también otros edificios (Vida de Constantino, III, c. 31-32: PG 20, 1085).

El Santo Sepulcro fue inaugurado en el año 335, pero de esa construcción constantiniana ya no quedan restos originales. Sí se percibe la estructura, que constaba de una basílica y un mausoleo de forma circular. Las fuentes desvelan que esta basílica era también de cinco naves, con pórtico y ábside, y un segundo pórtico dedicado a la memoria del Gólgota, además de la rotonda donde se veneraba el Santo Sepulcro con el recuerdo de la Anástasis (Resurrección). Constantino y Elena también construyeron otro templo en el monte de los Olivos dedicado a la Análepsis (Ascensión), de planta poligonal y cubierto con cúpula.
¿Conoces Belén? Impresiona atravesar el tremendo muro de cemento custodiado por una multitud de soldados para penetrar en un pueblecito donde durante todo el año hay iluminación navideña repleta de estrellas de Belén. Allí se conserva la basílica de la Natividad, levantada hacia el año 333 después de que Santa Elena localizara el lugar. De nuevo el emperador Adriano, en un intento de erradicar el cristianismo desde su raíz, había introducido el culto a Adonis, pero los cristianos habían preservado su memoria sobre la santidad de aquel lugar. Aunque la basílica constantiniana fue destruida por los samaritanos, Justiniano construyó la basílica actual siguiendo su estructura, que consta de cinco naves y un pórtico cuadrado con cabecera octogonal. Es la única basílica bizantina que se conserva en Palestina.
Siria, la primera región cristianizada, también fue recorrida por Constantino. En la entonces llamada tercera capital del mundo construyó la impresionante Basílica de Antioquía.
También en España tenemos ejemplos dignos de mención, aunque apenas nos quedan algunos restos arqueológicos. La “ecclesia doméstica” (después basílica constantiniana) mejor conservada se encuentra en Mérida. También hay restos importantes en Játiva (Valencia) y Burguillos (Badajoz). Destacan las basílicas cementeriales de Mérida, Vega del Mar (Málaga), San Cugat del Vallés (Barcelona), Tarragona, Son Peretó (Mallorca), Elche, Ampurias o Manacor, entre otras.
A la muerte de Constantino, con la presencia del arrianismo e incluso brevemente del paganismo, se produjo un período de inactividad constructiva que se iba a reanudar con Teodosio. Él fue quien construyó San Pablo Extramuros en Roma. En Damasco construyó una basílica (hoy mezquita) de cinco naves separadas por columnas corintias y transformó el panteón pagano de Salónica en martyrium, la iglesia de San Jorge,  hoy también mezquita.
Sin duda la arquitectura cristiana iba a conocer un desarrollo extraordinario en este periodo.

NUEVO CURSO EN EL CEP DE CÓRDOBA





Por segundo año consecutivo, el Centro del Profesorado "Luisa Revuelta" de Córdoba propone un curso sobre el arte cristiano como recurso didáctico en el aula.
En esta ocasión, la arquitectura será la protagonista de un relato en el que la fe, la obra artística y la escuela entablan un diálogo que tiene mucho que ofrecer.