jueves, 7 de marzo de 2013

ARQUITECTURA CONTEMPORÁNEA


El umbral que abre el camino a la Edad Contemporánea puede concretarse en un año: 1789, con la Revolución Francesa. Muchos acontecimientos habían preparado el terreno, pero sobre todo, había surgido un nuevo espíritu, una concepción del mundo que rompía radicalmente con toda la tradición anterior: la Ilustración. Ya sabes que el pensamiento ilustrado se desarrolló en el siglo XVIII, el llamado “Siglo de las Luces”.  Pocos movimientos han sido tan sobrevalorados como la Ilustración, que en el fondo es un fruto del individualismo y de la desvinculación con el pasado histórico. Con un fanatismo sorprendente, predica una ilimitada fe en el progreso y en la razón humana, que quedaría tristemente desmentida con las dos guerras mundiales, que dieron al traste con la utopía. Con todo, han pasado dos siglos, y aún somos hijos de la Ilustración. 
¿Qué te voy a contar del cercano siglo XX? Es mucho más difícil narrar la historia que se está viviendo ¿verdad? El detonante para la nueva transformación lo aportó la revolución industrial que irrumpió en 1850-90 con la aparición del ferrocarril, y luego con una sucesión imparable de inventos y descubrimientos de todo tipo. Es el siglo del tandem capitalismo-socialismo y del liberalismo radical en difícil convivencia con el antropologismo ateo. Prima la voluntad popular y el mercantilismo. Todo es objeto de consumo. Por otra parte, la Iglesia es consciente de que su misión en el mundo es devolverle la esperanza.
En cuanto a la historia del arte, si hasta ahora el protagonista había sido la temática religiosa, en este momento el vuelco es radical. La tradición cristiana es postergada por otras propuestas más “a la moda”.   El relato artístico se convierte en una amalgama de pensamientos diversos, muchas veces opuestos, que se superponen pero no se proponen. Los siglos XIX y XX (sobre todo el segundo) están marcados por la invasión de multitud de “ismos” de matriz nietzscheana. Los sobrevolaremos brevemente, conscientes de la aparición de multitud de tendencias que confluyen unas en otras, solapándose en el tiempo.
EL NEOCLASICISMO
La Ilustración buscaba un arte conforme a la razón, y el inquieto barroco era lo opuesto. Como reacción, se produjo una vuelta al clasicismo, pero que ya no estaría en manos de la aristocracia, sino de un nuevo estamento privilegiado: la burguesía. A esta pretensión se unió el interés renovado por la Antigüedad clásica a raíz de los descubrimientos de las ruinas de Herculano y Pompeya. Estamos ante una época llena de contradicciones en la que conviven lenguajes antagónicos, y que se extiende desde finales del siglo XVIII hasta bien entrado el siglo XIX.
Los arquitectos neoclásicos fueron poco originales. La mayor creatividad la despliegan en la aplicación de la geometría. Rechazaron la barroca compenetración de plantas y espacios, las líneas quebradas o los volúmenes interiores camuflados por la apariencia exterior. Prima el respeto a la integridad de los planos y a la simplicidad de los volúmenes. Se optó por la columna dórica de fuste estriado por su equilibrio simple. Las iglesias cobraron el aspecto de templos griegos sin decoración externa. Lo más sorprendente es que estos parámetros no se consideraban un cambio de gusto, sino que pretendían haber alcanzado la verdad tan buscada del arte. 
Aunque el neoclásico se cebó en la arquitectura civil, tiene ejemplos notables en el campo religioso tanto en Francia como en España. En Francia surge el “estilo Luis XVI”, destacando SOUFFLOT (1713-80) con su Santa Genoveva, de planta de cruz griega y pórtico columnario con entablamentos rectos y cúpula central sobre el crucero. Como evolución de esta estética, el “estilo imperio” de época napoleónica se hace menos severo y extrema la finura decorativa de corte egipcio y romano. De esta época destaca BARTHÉLEMY VIGNON (1762-1864), constructor de La Magdalena, un templo de orden corintio grecorromano a escala gigante con una única nave.
En cuanto a España, el cambio de gusto vino provocado por la fundación de la Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1752 (a la que siguieron muchas otras en distintas provincias) con lo que la actividad artística se centralizó, destacando de modo especial la arquitectura. El mejor representante del tránsito del Barroco al Neoclásico es VENTURA RODRIGUEZ (1717-85). Su viraje hacia el neoclasicismo tuvo lugar en 1760 influido por las doctrinas que abogaban por retornar a la pureza de las formas geométricas, pero siempre se lo consideró anclado en el Barroco. La fachada de la catedral de Pamplona es la primera obra en la que hace manifiestas las nuevas tendencias, con un pórtico tetrástilo coronado por un frontón triangular entre dos torres cuadradas. Él trazó muchas otras obras que luego realizaron arquitectos locales, como es el caso de San Sebastián de Azpeitia, ejecutado por FRANCISCO IBERO con tres vanos en arquería de medio punto, cuatro grandes columnas dóricas que limitan el arco central que da acceso al pórtico y pilastras pareadas que sirven de jambas a los arcos de los extremos. El franciscano FRANCISCO CABEZAS realizó San Francisco el Grande de Madrid, siguiendo el modelo del Panteón romano, mientras que la fachada la ejecutaría SABATINI, un arquitecto italiano afincado en Madrid para realizar el Palacio Real. JUAN DE VILLANUEVA (1739-1811) fue arquitecto oficial del Escorial y máximo representante del clasicismo. Es el autor del Oratorio del Caballero de Gracia, una basílica de naves laterales muy estrechas.

EL ROMANTICISMO
Convive con el Neoclasicismo y no es fácil deslindar el momento en el que lo desplaza definitivamente, pues lo hace de modo diverso según las geografías y los géneros artísticos. Lo que parece evidente es que el racionalismo excesivo produjo hastío. La reacción fue una estética en la que primase el sentimiento, la espiritualidad, la imaginación, la fantasía o la intuición, frente al frio intelectualismo anterior. 
En arquitectura, despertó un interés nostálgico por el medievo. En Francia se produjo una renovación espiritual favorecida por la Restauración política que motivó la construcción de numerosas iglesias que imitaban la arquitectura medieval. Para la construcción de Santa Clotilde se encarga al arquitecto y arqueólogo alemán FRANZ CHRISTIAN GAU que diseñe un templo gótico. Es el comienzo del neogótico que proliferará a pesar de las protestas entre los académicos, fieles al clasicismo francés, algunas tan lúcidas como la que denunciaba la innecesariedad y anacronismo de tales construcciones en la época. Pero la tendencia persistió. A veces con arquitecturas eclécticas en las que se integraban elementos bizantinos, románicos y góticos, como en Notre-Dame de Marsella, obra de VAUDOYER, o en la mezcla de Renacimiento y gótico presente en la Trinité de París construida por BALLU. El teórico y arquitecto VIOLLET-LE-DUC se encargará de numerosas restauraciones, con el apoyo oficial de Napoleón III.
Alemania se distingue por el desarrollo de la teoría de que el gótico es la esencia del espíritu germánico, adoptándolo como el estilo idóneo para las iglesias. El principal arquitecto es SCHINCKEL (1781-1841), autor de la Werderkirche, de apariencia neogótica, pero integrando también elementos renacentistas y románicos. En San Nicolás de Postdam se volverá al clasicismo romántico. GARTNER es experto en fundir gótico y renacimiento en construcciones como San Luis de Munich. Muchos otros arquitectos trabajarán en la misma línea, destacando el entusiasmo del “círculo de Tréveris”. En cuanto a los trabajos para completar la catedral de Colonia, ocuparon desde 1824 hasta 1880. En Viena se inició un desarrollo urbanístico con el emperador Francisco José. El edificio revival más destacado es la iglesia votiva de estilo gótico francés levantada por VON FERSTEL. En Inglaterra, el interés por el arte medieval se vió acrecentado por el “Movimiento de Oxford”. El arquitecto PUGIN se convirtió al catolicismo y consagró su vida a la recuperación del gótico, alcanzando gran prestigio. El neogótico se impuso en Inglaterra casi en exclusiva. Bajo la inspiración de la “Sociedad eclesiológica” el gótico victoriano se adaptó a las dimensiones y necesidades de las parroquias. BUTTERFIELD edificó la iglesia de Todos los santos de Londres iniciando la combinación de franjas de ladrillo rojo y negro que se haría tan popular. En Italia se optó por imitar los modelos autóctonos, como exhibe la cúpula de San Gaudencio de Novara, obra de ANTONELLI. 
La desamortización de Mendizábal hizo estragos en España en 1836. Con ella, muchos edificios se arruinaron y muchas obras de arte desaparecieron. Quizá esa es una de las razones por las que el neomedievalismo tardó en arraigar. Tras la revolución de 1868, se iniciará un proceso de construcción de ostentosos edificios religiosos que hagan visible el sueño de la restauración de la cristiandad. La iglesia del Buen Suceso de Madrid, obra de ORTIZ DE VILLAJOS, será uno de esos edificios que fundan el gótico y el románico. La restauración alfonsina promoverá una arquitectura ecléctica tan suntuosa que a veces resulta inviable, dejando algunos templos inacabados. Además, también ofrecían otro tipo de problemas derivados de que las iglesias son pensadas desde una perspectiva monumental, más que desde su carácter litúrgico y pastoral.

EL REALISMO
Entra en escena una nueva mirada sobre el mundo que rechazaba tanto la nostalgia de la Antigüedad como la evasión fantasiosa. Ahora el interés se situaba en el presente, a pesar de sus dificultades. En pocos años, la máquina había invadido el mundo, transformando las circunstancias socioeconómicas. Además se había producido un extraordinario aumento de la población que las ciudades no estaban preparadas para asumir, originándose un grave problema urbanístico, agudizado por la especulación inmobiliaria. Surge la distinción entre el ingeniero y el arquitecto, necesidades y técnicas nuevas y nuevos materiales. Comienzan a construirse otra tipología de edificaciones como estaciones, puentes o museos. En una carrera tan solo animada por el desarrollo material, la Iglesia, con sus recursos muy mermados, quedará inicialmente “fuera de juego”. Pero pronto iba a reaccionar.
Francia construyó el neobizantino santuario del Sagrado Corazón coronando la colina de Montmartre. Se levantó cumpliendo un “Voto Nacional” con motivo de la derrota frente a Prusia de 1870. Diseñado por ABADIE, sucesor de Viollet-le-Duc, él no lo terminará. Un voto similar dará origen a la ecléctica Notre-Dame de Fourvières (Lyon), edificada por BOSSAN en 1872. Contemporánea es la neogótica basílica de Lourdes. Una arquitectura más novedosa surge del uso de nuevos materiales, como la iglesia de San Agustin de BALTARD, que esconde una estructura metálica bajo aparejo de piedra, o San Juan de Montmartre de BAUDOT, quien a pesar de atreverse a construir con cemento armado, finalmente lo reviste con mosaicos de porcelana.
En España no hay arquitectura rompedora. El exponente de la época es la catedral de la Almudena, encargada al MARQUÉS DE CUBAS, quien, tras varios proyectos, se decidió por uno inspirado en Chartres. Por diversos problemas, los planos fueron sucesivamente simplificados hasta acabar en un modelo clasicista de corte imperial. Más exitoso fue el proyecto de APARICI para la Colegiata de Covadonga, de estilo neorrománico con tres naves con crucero y torres. También se concluyó en breve tiempo la catedral del Buen Pastor de San Sebastián, de MANUEL ECHAVE, inspirada en el gótico alemán.

EL MODERNISMO
Este estilo está a caballo entre los siglos XIX y XX. El hastío del “revival”  reclamaba una mayor fuerza creativa. Se tomó conciencia de que la revolución industrial había transformado definitivamente las estructuras y el proceso era imparable. En 1850 se inicia un fenómeno nuevo que va a llegar hasta nuestros días. Se organiza la primera Exposición Universal. Su organizador, Henry Cole, da el primer paso en el reencuentro del arte con la producción industrial.
En este proceso, el inglés WILLIAM MORRIS (1834-1896) ejerció un papel muy activo. Artesano, diseñador, arquitecto, pintor, poeta, escritor, impresor y activista político, estuvo muy vinculado a los prerrafaelitas. Con algunos de ellos creó una empresa de diseño en la que pretendía un “revival” de la época medieval como paradigma de la primacía del ser humano sobre la máquina. Además, fundó una imprenta donde produjo trabajos originales y reimpresiones de los clásicos bellamente ilustrados. También fue el fundador del movimiento “Arts and Crafts”, que pretendía retornar a la manufactura artesanal, huyendo de la producción en serie.
No pierdas de vista que es la época en la que Eiffel triunfa con sus estructuras de ingeniería, promoviendo la extensión del uso del metal en la arquitectura, que vió su culmen en la torre parisina (1887-89). Se buscó lo nuevo sólo por su novedad, de ahí el nombre de “Art Nouveau” que recibió en Francia y Bélgica, mientras que en Inglaterra se adoptaría “Modern Style”, en Alemania “Jugendstil”, en Austria “Sezessión” y en Italia “Liberty” o “Floreale”. 
Es un estilo muy fácil de identificar. Son fascinantes sus líneas ondulantes, asimétricas y torcidas, la exuberancia de las formas vegetales y la decoración. Se trata de un arte esencialmente decorativo que se propaga en el mueble, el papel, la joyería, el tejido, el libro, el cartel o la decoración arquitectónica. Encajará muy bien con la cultura e iconografía simbolista. Entre los arquitectos fieles a esta estética están el belga VICTOR HORTA, el alemán BEHRENS, el francés HECTOR GUIMARD y cómo no, el genio español ANTONIO GAUDÍ (1852-1926). Este arquitecto adscrito al movimiento “Renaixenca” de Cataluña no sólo reaccionó contra el eclecticismo medievalista, sino que sentó las bases para el desarrollo de la doctrina funcionalista, impuso un impecable criterio de unidad en sus estructuras, vinculó la geometría y la mecánica, evitó los empujes centrífugos, introdujo los arcos parabólicos y las curvas catenarias, desbordó una imaginación portentosa en lo decorativo, y sobre todo, fue un profundo católico que descubrió en su talento un modo de dar gloria a Dios. El modernismo se había extendido por cafés y restaurantes de toda Europa, estaciones de Metro, almacenes, fachadas y escaleras… aunque en la arquitectura sagrada no había calado. Sin embargo, una sola obra consiguió que el estilo marcase un hito en la historia: la Sagrada Familia.
 Este templo expiatorio barcelonés partió en 1884 de un proyecto neogótico diseñado con cruz latina. Gaudí renovó por completo el plan, comenzando por la fachada del Nacimiento, la única que pudo terminar. La fachada ofrecía un rostro sumamente original con dos facetas; una daba a la calle y estaba poblada de esculturas alegóricas junto a decoración floral, la del interior fundía la arquitectura gótica con la geometría del cubismo. Cuatro torres campanario de increíble altura y remates de ensueño dotan el conjunto de un aspecto alucinante. Es una obra de tal envergadura que aún continúa en construcción. Pero esta no fue la única obra religiosa de Gaudí, la Capilla de la Colonia Güell, de la que sólo llegó a terminar la cripta, se diseñó con un dominio de la funcionalidad litúrgica muy avanzado. La genialidad de este arquitecto que está en proceso de beatificación fue tal que apenas tuvo seguidores.
Otro arquitecto que reaccionó contra el historicismo e impulsó el funcionalismo racionalista fue OTTO WAGNER (1841-1918). Su Capilla para el hospital de Steinhoff tiene planta de cruz griega cubierta por una gran cúpula sobre tambor de tradición clásico-romántica, aunque la modernidad le viene dada por la luminosidad y la funcionalidad litúrgica, atenta a la visibilidad. La decoración evidencia el gusto “art nouveau”.

ARQUITECTURA DE ENTREGUERRAS Y POSTGUERRA
El Art Nouveu no tardó en provocar el hastío incluso entre los propios iniciadores. Se abría camino un nuevo espíritu que apostaba por un peculiar racionalismo. De nuevo se optaba por el sendero opuesto al emprendido en los últimos años. Ya ves que este proceder es uno de los rasgos que marcan la identidad del siglo XX. Después de la Primera Guerra Mundial, los arquitectos descubrieron las posibilidades del hormigón armado. Era un material muy resistente, de bajo coste y que agilizaba enormemente la construcción. Con todo, no sería fácil asimilar su uso sin revestimiento, y menos aún en edificios de culto. Los primeros en atreverse fueron los grandes arquitectos de la época, el americano FRANK  LLOYD WRIGHT, con su capilla de la Iglesia Unitaria de Oak Park (1906, Illinois), toda de hormigón, pero con un revestimiento de canto rodado, y sobre todo el francés AUGUSTE PERRET (1874-1954), a quien puede considerarse el autor de la primera iglesia que obedecía a las modernas concepciones, edificada en 1923. 

Se trataba de una iglesia para un suburbio de París que debía ser funcional, amplia y barata. Notre-Dame de Raincy resultó ser un edificio construido en cemento armado con encofrado, sin enlucido alguno, de planta rectangular dividida en tres naves (la central más ancha) cubiertas con bóvedas y presbiterio elevado. Lo mejor del edificio es que la fortaleza de la estructura permitió convertir los muros en paramentos de cristal de colores que Maurice Denis diseñó, creando una íntima ambientación cromática. Perret también es el autor de Santa Teresa de Montmagny, en la que aplicó idénticos principios a menor escala, y San José de Le Havre, en la que ya se ajustó más a los principios del “movimiento litúrgico” del que te hablaré enseguida. El genio de Perret pronto sería asumido por otros arquitectos, como el suizo  KARL MOSER (1860-1936), a quien se debe la iglesia de San Antonio en Basilea, con alternancias entre paramentos macizos y de cristal, el altar sorprendentemente retirado al fondo, un muro opaco y liso en un distanciado presbiterio, y una imponente torre exterior.
En los años 20 esta tendencia se afianzó. Contribuyó la aparición del cubismo pictórico, el funcionalismo antirromántico de la “Bauhaus” y el purismo, que combatieron las resistencias a una racionalización absoluta de la arquitectura. Nuestra Señora de la Paz, en Frankfurt, de HANS HERKOMMER, o Santa María de Mülheim, obra de FAHRENKAMPF constituyeron magníficos exponentes de una estética que, a pesar de todo, no acababa de arraigar ni en las autoridades eclesiásticas ni en el pueblo cristiano.
La influencia del movimiento litúrgico
No sé como me atrevo a contarte en dos líneas la trascendencia que tuvo el movimiento litúrgico. Debe ser la necesidad. Lo único que te diré es que se trató de un proceso de renovación interna en el que se redescubrió el papel de la liturgia en la Iglesia contemporánea. En el siglo XIX se habían producido algunos gestos que denotaban una pérdida del sentido de la liturgia, como la práctica del rezo de devociones personales durante la celebración. La vida espiritual de los fieles iba por caminos diversos a los de la liturgia y muchos ritos habian perdido su significado. En ese contexto, la Iglesia vió necesario volver a las fuentes de la liturgia para devolverla con toda su riqueza al pueblo cristiano.  Este proceso conllevaría diversas consecuencias, entre las que se encontraba la renovación arquitectónica.
En Alemania, esta sensibilidad se materializó en la fundación de una agrupación católica que pretendía profundizar en la conexión entre arquitectura, liturgia y teología. Sobre las bases de ese diálogo cuajaron las modernas directrices arquitectónicas. El interés era doble, construir con los nuevos materiales y una estructuración basada en la lógica, y a la vez obedeciendo a la función litúrgica y a la búsqueda de la identidad de la “domus ecclesiae”. El grupo “Quickborn” dirigido por mi admirado Romano Guardini también participaba de las mismas inquietudes. Esencial a estos planteamientos fue la publicación de un libro que desarrollaba la centralidad de Cristo en la comunidad cristiana y en la liturgia, obra del sacerdote Van Acken. Muy influenciado por este libro comenzó sus diseños el arquitecto DOMINIKUS BÖHM (1880-1955) quien en sus construcciones había empleado arcos parabólicos que tendían a cierto “goticismo de cemento”. Sin embargo, ligado a las nuevas ideas, rompe cualquier vínculo historicista y construye la iglesia de San Engelberto en Colonia-Riehl, de planta perfectamente circular con un rectángulo adherido para el santuario y otro como capilla de días laborables. El ensanchamiento del espacio destinado a la comunidad en el espacio más cercano al santuario marca una tendencia que iba a arraigar profundamente.
 Otro de los teóricos del momento, el arquitecto R. SCHWARZ (1899-1961) levantaría la iglesia del Corpus Christi de Aquisgrán, una estructura de cemento con cerramientos de piedra pómez con dos espacios bien diferenciados, una desnuda nave rectangular destinada a acoger la gran asamblea (un espacio que él describía como “imagen del vacío que debe ser colmado por la presencia de Dios”), y otra nave muy baja en el lado de la epístola para la oración privada. En cuanto a MARTIN WEBER, sólo decirte que fue el primero que, en la iglesia del Espíritu Santo de Frankfurt, inspirado en la participación activa del pueblo en la liturgia, situó el altar casi en en centro de un rectángulo sobre un presbiterio elevado como una isla e iluminado por vanos abiertos en la torre central.
Con el nazismo y la persecución religiosa, el movimiento renovador se paralizó en Alemania, pero la antorcha se transmitió a Suiza, donde destacó FRITZ MEGER con su San Carlos de Lucerna. No faltaron buenos exponentes en Austria e Italia o Inglaterra, especialmente la anglicana. En Francia el cardenal Verdier inicia los Chantier du Cardinal, un amplio programa de construcción de iglesias que pretendían una renovación aunque sin conseguir la perfecta sumisión a la función litúrgica.
La aportación de la postguerra
La devastación provocada por la Segunda Guerra Mundial supuso un triste acicate constructivo en Europa. Los horrores de la guerra liquidaron los residuos de romanticismo que aún pudiesen perdurar y renovaron la sinceridad de una Iglesia comprometida con la reconstrucción del mundo. Providencialmente, el país más arrasado fue el mismo que había liderado la renovación de la arquitectura. Alemania además contaba con una valiente Comisión Episcopal que se lanzó a formular en 1947 unas Directrices para la construcción de iglesias bajo cuyo espíritu se construyeron millares de iglesias europeas. Las claves eran: racionalidad y economía en el empleo de los nuevos materiales y técnicas, nueva sensibilidad estética, sobriedad y pureza de lineas, primacía de la liturgia y la teología, y sobre todo el principio de la funcionalidad, todo en el marco de lo que Plazaola califica de “arquitectura liberada” que proporcionaba una gran flexibilidad en el diseño de las construcciones. 
Continuando con el caso alemán, su programa de reconstrucciones estuvo a la cabeza del mundo, en cantidad y en calidad. Los mismos arquitectos que antes mencioné continúan trabajando con esfuerzos redoblados. Vuelvo a SCHWARZ, quien desarrolla ahora su verdadera identidad en la que los volúmenes se unifican (alojando comunidad y santuario en un solo espacio), se omite cualquier decoración añadida (como Maria Reina de Frechen), convierte el espacio en forma cultual simbólica, subraya la presencia de la luz y rechaza el color, enfatiza el altar y traza un diseño geométrico tanto en sus plantas elípticas (como San Miguel de Frankfurt) como en las rectangulares o cruciformes, caso de sus tres iglesias de Essen, donde las vigas del techo en forma de “X” o “Y” centran el espacio. La influencia de este arquitecto es patente en GOTTFRIED BÖHM, junto a la de su padre, Dominikus, aunque sobre todo estará marcado por Gropius y Mies van der Rohe. Además de arquitecto, trabajó en escultura y vidrieras, destacando sus iglesias de San Cristóbal de Oldenburg, Santa Teresa de Mülheim o María Reina de Dusseldorf. Hay que nombrar también a EMIL STEFFANN (1899-1968), de estilo austero y sencillo e interiores aislados gracias a cerramientos de ladrillo. Es muy sugestivo su San Bonifacio de Dortmund, modelo de planificación espacial. En Suiza, el anteriormente citado METZGER ilustra la evolución de la nueva orientación con construcciones como San Mauricio de Ober-Engstringen. Aún más evoluciona HERMANN BAUR, quien en un artículo publicado en 1959 manifiesta su preocupación por el significado del servicio litúrgico, reflexionando sobre la integración del espacio para la comunidad y el santuario. Francia, a pesar de haber sido pionera en la arquitectura moderna, fue tardía en sus realizaciones, en parte porque en la postguerra no tuvo un equipo de liturgistas impulsores como sucedió en Alemania, Suiza o Austria. Aunque sí que contó con la Revista “El arte sacro”, dirigida por dominicos que pretendían crear el ambiente social propicio para la renovación, además de la continuación de los trabajos de los Chantiers du Cardinal. Sin embargo, la arbitrariedad constructiva indicaba la ausencia de una mente rectora. Si hay que destacar un edificio, sin duda sería Notre-Dame-du-Haut, en Ronchamp, obra del célebre LE CORBUSIER (1887-1965), quien diseñó todos los detalles de este santuario de peregrinación, desde los efectos de luz hasta las pinturas, vidrieras y objetos sagrados. Renunciando a los planos rectilíneos impuestos por credo racionalista, optó por la elasticidad de las curvas y por la realización de lo que él llamó “escultura musical” integrada con el paisaje, pero despreocupada de las funciones litúrgicas.
En cuanto a Italia, permaneció demasiado tiempo anclada en lo anterior, hasta que la iniciativa del cardenal Lercaro, convocando en 1955 el Primer Congreso Nacional de Arquitectura Sagrada en Bolonia, consiguió despertar la inquietud. En Bolonia destacaron las construcciones de TREBBI y GRESLERI, pero el gran arquitecto de la época fue MICHELUCCI, que consiguió renombre mundial gracias a la iglesia de San Juan Bautista de la autopista de Florencia, en la que desarrolló la idea del tabernáculo de Dios entre los hombres. No se trataba de una parroquia, sino de una especie de oasis espiritual en medio de la vorágine de los viajeros, inspirada en el espíritu de la capilla de Ronchamp.
Ya sólo abordaremos España, marcada por la presencia del GATEPAC en los años 20, bajo el cual un grupo de arquitectos asentaron la arquitectura racionalista. Con la guerra civil se interrumpió esta línea evolutiva que ya difícilmente se iba a recuperar. En la postguerra se regresó a antiguos modelos de corte herreriano o neoclásico en los que apenas descollaron proyectos novedosos como la basílica de Aranzazu de SÁENZ DE OÍZA que fueron duramente combatidos. Mejor resueltas fueron las construcciones de MIGUEL FISAC, como la iglesia dominica de Arcas Reales (Valladolid), o la aún más funcional iglesia de Alcobendas (Madrid) que obedecía al concepto de iglesia monástica abierta al gran público con dos zonas contrapuestas unidas entre sí a través del santuario. En general, las iglesias españolas de los años 50 se caracterizaron por el empleo de la lógica constructiva y los nuevos materiales y técnicas, pero sin llegar a una asimilación de la teología del culto cristiano consciente del sacerdocio de los fieles, y acentuando excesivamente la separación entre el santuario y la comunidad. Aún así, destacan edificaciones como las madrileñas Santa Rita, obra de ANTONIO VALLEJO Y FERNANDO DAMPIERRE y los Sagrados Corazones de R. GARCÍA DE PABLOS, de planta hexagonal y exquisita decoración con vidrieras de Muñoz de Pablos y Suárez Molezún y pintura mural de Vaquero Turcios. 




miércoles, 6 de marzo de 2013

EL RECINTO SAGRADO




El arte puede expresar cualquier idea, incluso aquellas que son invisibles a los ojos: el amor, la pasión, la libertad, lo sagrado...Y lo hace con todo lo que tiene a su alrededor: el espacio, los recursos materiales, el tiempo o los seres vivos. El recinto sagrado, aunque delimitado en sí mismo, nos abre al infinito, despliega nuestra capacidad de intuir la inmensidad de la divinidad; nos anima a instalarla en nuestro corazón para que, cuando regresemos a lo cotidiano nos llevemos un trocito de infinito en nuestro corazón. En definitiva, la arquitectura sagrada es un intento de agarrar las estrellas.
Silvia Martínez Cano, Caminar por lo sagrado. Ediciones Khaf, 2011


¿Por qué un lugar es sagrado? 
Porque tiene la capacidad de ponernos en contacto con Dios. Pueden ser lugares naturales, como algunas cuevas o montañas, por ejemplo, en el monte Sinaí recibió Moisés las tablas de la Ley del mismo Yahvé, sacralizando con ello el lugar; pero con frecuencia deviene después una transformación del hombre. En el caso concreto del monte Sinaí, Santa Elena ordenó construir allí una capilla, y más tarde, el emperador bizantino Justiniano erigió el Monasterio de Santa Catalina del Sinaí. Al ser un lugar sagrado para las tres religiones abrahámicas (judía, cristiana, islámica) el monasterio se ha preservado de la destrucción, ya que época de dominio musulmán se construyó en su interior una mezquita fortificada.
Son muy diversos los modos de intervención del hombre en lugares sagrados, desde las ermitas excavadas en la roca del valle del Göreme (Capadocia), hasta las grandes construcciones de iglesias, catedrales, monasterios, etc. Hay otros lugares que se han sacralizado por suceder en ellos algún milagro o un hecho de gran trascendencia para la vida de fe, es el caso de santuarios erigidos en función de la aparición de una Virgen (Lourdes, Fátima...), de la gran cantidad de iglesias construidas sobre un lugar martirial, o el hallazgo de la tumba de un santo (Santiago de Compostela). Por otra parte, los cementerios suelen estar vinculados a un  lugar sagrado, bien por su situación geográfica, bien por la presencia de una construcción sagrada. De hecho, en el mundo cristiano, que prefiere históricamente la inhumación a la cremación, es muy frecuente encontrar los cementerios junto a las iglesias, reservando el espacio interior para las tumbas más ilustres. Cuando las poblaciones crezcan, será cuando se vean obligadas a desplazarse al extrarradio, erigiendo allí capillas.

Identidad y elementos del recinto sagrado
El término "templo" proviene del latín "templum", que significa edificio sagrado. Hacía referencia al espacio del cielo donde los augures escrutaban el paso de las aves y su significado. Después se amplió el concepto, para entenderlo como la vivienda donde se encontraba la imagen de Dios, aunque no era un lugar de culto. Quizá por eso, la palabra "templo" no es muy apropiada para la iglesia cristiana, ya que en ella habita Dios mismo, pero el edificio en sí está destinado a la celebración comunitaria. En cualquier caso, una iglesia es siempre un puente entre el cielo y la tierra.
Hay diversos elementos que configuran los recintos sagrados. Citamos algunos de ellos:
- El espacio:
La geometría y el número en la construcción es fundamental. Las tradiciones religiosas resaltan el significado de determinados elementos arquitectónicos. Por ejemplo, en la arquitectura cristiana, la planta en forma de cruz marca una direccionalidad hacia la cabecera, donde se encuentra el altar como eje espacial. O el caso de los deambulatorios generados en lugares de peregrinación, diseñados para permitir el tránsito de los fieles en procesión en torno al centro de peregrinación (tumba, altar, reliquia...) Por otra parte, es frecuente en la Sagrada Escritura el simbolismo numérico que es trasladado a los edificios. Los programas arquitectónicos los incorporan en sus diseño, como las iglesias templarias o incluso la Sagrada Familia de Gaudí.
-  La orientación:
 Los ejes arquitectónicos marcan las direcciones de los recintos sagrados tanto en el interior como en el exterior. En la iglesia cristiana, la cruz terrena formada por los cuatro puntos cardinales se alza configurando la llamada "cruz sólida". A las cuatro direcciones marcadas por los brazos de la cruz se suma la vertical, marcando 6 ejes más el centro. Clemente de Alejandría traza un símil con el corazón de Dios, centro del universo del que parten las 6 direcciones. Respecto al exterior, las iglesia sitúan sus cabeceras al este, lugar del que surge el sol naciente, imagen de Cristo resucitado, victorioso de la muerte.
- La luz y el color:
Es fundamental en la configuración del espacio sagrado. Muchas veces, su sola presencia o ausencia define un ambiente religioso e incluso un estilo artístico. Las iglesias cistercienses, por ejemplo, abrieron  vanos con cristales blancos en el ábside mayor para iluminar el altar con una purísima luz blanca natural. Sin embargo, en el gótico se colorea la luz a través de las vidrieras, alterando completamente el aspecto del espacio interior, dándole un aire irreal. En las iglesias románicas, los relieves coloreados que decoraban la arquitectura, además de las pinturas murales, supondrían un gran impacto en quienes se acercaban al recinto, narrando con imágenes la historia sagrada que los fieles no sabían leer en la Escritura. Las paredes interiores, y también el exterior de las construcciones se convertían en páginas de un libro que los analfabetos podían interpretar. Otro tema muy interesante es la ubicación con la que se disponían las pinturas murales en el interior de las iglesias. Se trataba de un lenguaje codificado que completaba el simbolismo arquitectónico, localizando las imágenes principales jerárquicamente en el ábside, mientras que los laterales se ocupaban con las pinturas narrativas. El ábside acogía la manifestación de Dios, el registro intermedio mostraba los profetas, apóstoles y santos como intercesores entre el mundo divino y el humano, y finalmente, el registro inferior ofrecía representaciones animalísticas o decorativas.
- El sonido:
La presencia o ausencia de determinados sonidos es un elemento que también ayudaba a configurar el espacio sagrado. El impacto del silencio, que invita al recogimiento, se alterna con el murmullo de los rezos, la voz del sacerdote o las respuestas litúrgicas de la asamblea. La música viene a unirse a esta ambientación escénica con una extraordinaria capacidad de crear ambientes muy diversos. Pero la presencia del sonido no se restringe al interior, sino que abarca el exterior. Por ejemplo, la incorporación del campanario tenía muchas funciones simbólicas. No sólo servía para convocar a los fieles, sino que incluso se consideraba una especie de “voz de Dios”, un sacramental cuyo tañido alejaba los peligros y expulsaba los demonios, quizá porque se usaban también para advertir del fuego o de la llegada de enemigos.
- La liturgia:
La liturgia es mucho más que un simple elemento que participa en la configuración del recinto sagrado, en realidad es el que lo configura. Una construcción religiosa bien trazada se diseña en función de las necesidades de la liturgia. Es más, ella es la causa que motiva la construcción de la mayoría de los edificios sagrados. Sus variaciones provocan modificaciones estructurales en las construcciones.
Con ella, los cinco sentidos se integran en el espacio sagrado: la presencia de la vista y el oído son evidentes. Pero también están presentes el olfato, estimulado con el perfume del incienso, o la presencia de la decoración floral; el tacto, al contacto con los objetos sagrados (actualmente en desuso, portapaz, cáliz…) o con otros fieles, por ejemplo en el gesto de la paz; e incluso el gusto está presente en el acto de comulgar bajo una o las dos especies, el pan y el vino.
- El altar:
 Las iglesias históricas ofrecen al fiel un espacio-camino con tres ámbitos. El terrenal se identificaba con los arcos de medio punto de la nave central que iban conduciendo hacia el ábside. Esta zona constituye el cuerpo de la Iglesia en la que cada cristiano es un miembro. El crucero marca una zona de transición que une el mundo terrestre y el divino. El tercer ámbito lo constituye el ábside, destino del espacio-camino donde convergen todas las miradas en el altar. Si el ábside es imagen de lo divino, el altar es su reflejo en la tierra, el centro del cosmos.
Círculo y cuadrado, esfera y cubo, expresan el diálogo entre el cielo y la tierra que se encuentran en el altar, base de un eje vertical que sube como incienso hacia la cúpula que simboliza el espacio celestial. El altar es el lugar en el que converge toda la tensión del espacio, toda la atención de los fieles. Su diseño está marcado por normas precisas que posibiliten su consagración (la realización en piedra que permita la unción con los óleos). El origen de los altares fijos está en el culto a los santos y a los mártires, en cuyas tumbas comenzaron a celebrarse diversas liturgias. De ahí se trasladó al altar, en cuya base se coloca todavía hoy una reliquia en memoria de los santos.
Aunque en principio había un solo altar, se sucedieron dos razones litúrgicas fundamentales que aconsejaron aumentar el número de altares, y por tanto de capillas: el progresivo incremento del culto a los santos y el hecho de que todos los sacerdotes tuviesen como parte de su ministerio la celebración diaria de la Eucaristía (igual que en la actualidad).
  
Simbolismo de la iglesia cristiana
 La idea de la Jerusalén celeste, tan presente en la Biblia y en la literatura de los primeros cristianos, influye mucho en el simbolismo de la iglesia como edificio. El recinto representaba visiblemente la Nueva Jerusalén, que saluda a Cristo mirando hacia el altar donde se hace presente en la Eucaristía. La nave central constituye una “vía sacra” hacia Jesucristo y el arco toral resguarda el misterio de la Encarnación a modo de arco triunfal. La iglesia material simboliza la nueva Humanidad.
El simbolismo está definido por las diferentes etapas históricas. En cada una de ellas cobra una diferente dimensión, y sus elementos revisten un significado específico. Por ejemplo, el simbolismo es esencial a la arquitectura medieval. De un modo muy acusado, está presente en las iglesias románicas. Cada elemento es portador de un sentido, desde su planta de cruz latina que recuerda la pasión de Cristo hasta la orientación al oriente, lugar desde donde sale el sol naciente, imagen de Cristo, y que marca el itinerario del cristiano desde las tinieblas hacia la luz. La cabecera alude a la cabeza de Cristo, asociando la forma semicircular del ábside a la curvatura del cráneo humano (en algunas construcciones incluso se inclina el eje a la izquierda a imitación de la inflexión de la cabeza del Crucificado). En el nártex se hacían exorcismos y se purificaban las madres pasada la cuarentena. Allí se encendía el cirio pascual y se entregaba a las novias.
El manual litúrgico de Honorio de Autun desarrolla al máximo este simbolismo. Su Gemma animae (Piedra preciosa del alma) reúne oración, liturgia y catequesis, realizando una exhaustiva interpretación alegórica de los elementos del templo cristiano. Lo hace derivar del templo de Salomón y afirma que sus cuatro paredes aluden a los cuatro Evangelios, las piedras de los muros son los fieles, unidos por el cemento de la caridad. Las ventanas son los doctores que dejan pasar los rayos de la luz frente a las herejías. Los obispos son las columnas, mientras que las vigas del techo son los príncipes protectores de la Iglesia, el tejado alude a los soldados que protegen de los enemigos. El pavimento apunta al pueblo, con cuyo trabajo la Iglesia se sostiene. Al tratar sobre el altar, se refiere a los altares de Abel, Abraham, Isaac y Jacob, y sobre él se asienta la Cruz, colocada encima como signo de Cristo, como recuerdo de la Pasión y para que el pueblo imite a Cristo. Al altar se llega a través de unas gradas que significan las virtudes. También recorrerá la puerta, el coro, las lámparas, las campanas… El manual finaliza con la consagración del templo, que realiza el Obispo simbolizando la unión de Cristo con la Iglesia; da en la puerta tres golpes con el báculo como alusión a los tres poderes: el cielo, la tierra y el infierno. El ritual prescribe la mezcla de la sal y la ceniza para expresar el sacrificio del templo. El Obispo hace cuatro cruces en las esquinas del altar para salvar las cuatro partes del mundo, y luego da siete vueltas con el hisopo para que Cristo asista a los allí reunidos con los dones del Espíritu Santo. Ningún detalle es arbitrario.

Una iglesia es un mecanismo cósmico: está orientada hacia la salida del sol, y el sol la va modificando según las horas del día y el paso de las estaciones. Exactamente igual que el año litúrgico. Todos los participantes en los actos de culto se dirigen juntos hacia Oriente, hacia Cristo luz del mundo, como los que les han precedido y los que les sucederán, y el sacerdote se sitúa a la cabeza (por eso, antiguamente el sacerdote no les daba la espalda, sólo iba el primero). Y ese pueblo en camino adopta una forma de cruz (la planta de la iglesia), está bien asentado en la tierra (muros de formas cuadradas) pero su objetivo es el cielo (cubiertas abovedadas). Al templo se entra por un sitio oscuro (actitud humilde), hay que caminar un rato por su interior (ascesis), pero el objetivo es la luz que inunda el presbiterio (la alegría de la salvación). En ese sentido, el simbolismo de las iglesias ha de ser casi sacramental.
 

martes, 5 de marzo de 2013

ARQUITECTURA BARROCA EN ITALIA Y ESPAÑA



El vocablo “barroco” viene de “barrueco”, una perla irregular; de ahí que se trasladara a un arte que se definía como desigual, extravagante o caprichoso, atribuido con cierto carácter despectivo. Habrá que esperar al siglo XIX para que se valore esta estética que buscaba la libertad frente a la exasperante regularidad clásica y que gustaba lo pintoresco, el dinamismo, la vitalidad y la asimetría frente al equilibrio inmóvil. Ocupa los siglos XVII y XVIII, con una fase final en la que sus valores se exaltan hasta el exceso, el “rococó”. El manierismo ya había adelantado algunos de sus rasgos, tanto quebrantando la ley de las proporciones clásicas, como buscando los contrastes, lo tortuoso o lo colosal. El Barroco prosigue esta tendencia hasta sus últimas consecuencias. Lo pragmático y racional cede ante lo espectacular y lo apasionado, las arquitecturas y las figuras son removidas por un ímpetu vital, la mesura es desplazada por un dinamismo incontenible.
Muchos califican el arte barroco como arte de la Contrarreforma. Hay en él una serie de rasgos casi contradictorios que lo identifican: gestualismo espectacular, tensión dramática, misticismo, cierto triunfalismo religioso, sentimentalismo, gusto por lo sorprendente y deslumbrante, grandiosidad. Está impregnado del desasosiego propio de una época convulsa, en la que se están consolidando las nacionalidades y las monarquías absolutas, pero a la vez florecen las órdenes religiosas, proliferan los santos y se produce una extraordinaria expansión misionera.
Si tuviera que destacar una característica del barroco, sería su capacidad para despertar la sensibilidad popular. Al contrario que el aristocrático Renacimiento, el arte Barroco evoluciona hacia un gusto menos refinado y más emotivo que pretendía retomar la tradición medieval en otras claves. Italia y España fueron las maestras en esta seducción artística.
El Barroco fue un “arte total”, que implicaba el dominio de diversas técnicas en la formación artística. Sobre todo en el espacio arquitectónico, se recreaba una especie de teatro sacro en el que se daban cita las artes plásticas. El éxtasis se alcanzaba en las fiestas y conmemoraciones, donde cobró importancia el llamado “arte efímero”, en el que la música, la poesía o la danza formaban parte de un espectáculo destinado a conmover y a fascinar. Eran frecuentes las arquitecturas efímeras con arcos triunfales o catafalcos funerarios para festejar recepciones principescas, traslados de reliquias, canonizaciones, matrimonios regios… Se pretendía producir estupor y cautivar la mirada de la multitud asistente. No olvides que el entusiasmo por Platón de la época anterior se había visto reemplazado por el interés aristotélico, y en este aspecto debió influir la Retórica de Aristóteles, con su exhibición de diversas técnicas de persuasión. 
Centrándonos ya en la arquitectura, si creías que el dinamismo propio del barroco sería más difícil de reflejar en las construcciones te equivocabas. La arquitectura de la época viene definida por una vitalidad incontenible que reemplaza el reposo armónico por la agitación, y las formas pesadas por las que vuelan. Las estructuras adquieren una nueva dimensión en la profundidad expresada por los entrantes y salientes. El sentido pintoresco y lírico, que pudiera parecer ajeno a este arte, se introduce con la riqueza de los efectos cromáticos y el juego con la luz.
Te enumero telegráficamente algunas características de la arquitectura barroca: son estructuras complejas cargadas de detalles que retoman las formas clásicas elaborándolas de un modo fantasioso. Los entablamentos adoptan curvas y contracurvas mientras los frontones se parten generando efectos de claro-oscuro. Predominan las líneas onduladas, elípticas y ovales, no sólo en la planta sino también en los paramentos. Gusto por la sorpresa, lo dramático y lo escenográfico. Triunfo de la columna salomónica y el orden gigante, que abarca varios pisos. Exuberancia ornamental plagada de cornisas, festones, cartelas, frontones mixtilíneos, yeserías…
La arquitectura barroca surge, cómo no, en Italia, más concretamente en Roma, a partir del pontificado de Sixto V, quien emprendió un proceso de embellecimiento de la ciudad. Ya el Gesú había anunciado algunos cambios, pero la nueva arquitectura no nace hasta la obra de CARLO MADERNO, quien continúa la tendencia del Gesú, pero aportando una mayor plasticidad. A él se le encargaría finalizar la Basílica de San Pedro, cuya planta de cruz griega transformó en cruz latina, desarrollando además una gran fachada horizontal. El Papa más convencido de la capacidad del arte como medio de difusión de la fe fue Urbano VIII (1623-44), quien además asumió la protección de uno de los más grandes genios de la época, BERNINI (1599-1680), arquitecto, escultor, pintor, fue escenógrafo y urbanista. Su primera gran obra fue el Baldaquino de San Pedro, un templete sobre cuatro columnas salomónicas (de fustes torneados en espiral, cuyo modelo parecía proceder del templo de Salomón, de ahí el nombre). Se podría afirmar que esta es la primera obra barroca universal, que sería muy imitada. Él también sería el autor de la remodelación de la Plaza de San Pedro, una explanada trapezoidal ensanchada con dos columnatas elípticas que parecen abrazar al peregrino, y centrada por un obelisco, testigo mudo de la crucifixión de San Pedro. 

 También es obra suya la iglesia del Noviciado jesuíta de San Andrés del Quirinal, con una planta elíptica a la que se añade un pórtico curvo a la entrada. Es uno de los claros ejemplos del “arte total” en el que  arquitectura, artes plásticas y decoración se funden en un único escenario. El movimiento de curvas y contracurvas, la policromía de los mármoles y estucos, y la luz de la linterna dirigen la mirada del espectador al altar mayor. Por último te nombraré la iglesia de Castelgandolfo, con planta de cruz griega cupulada y sobria fachada que exhibe dobles pilastras toscazas y frontón clásico. Volveremos a Bernini en su brillante faceta de escultor.
Contemporáneo a Bernini fue el arquitecto BORROMINI (1599-1667), formado con Maderno como escultor ornamental y colaborador de Bernini en San Pedro. Inocencio X lo convirtió en su asesor artístico, pero sobre todo, fue el arquitecto de órdenes religiosas menores. Su obra despertó una gran polémica en su época porque rompía las fórmulas estáticas de la tradición clásica. Su principal aportación radica en tratar los espacios desde la consideración de las fuerzas exteriores e interiores que convergen en las paredes del edificio. La iglesia romana de San Carlos de las Cuatro Fuentes muestra un alto grado de conocimientos, no sólo arquitectónicos, sino matemáticos. Tienen una planta elipsoidal de suma complejidad, y cúpula ovalada, además de una espectacular fachada que  juega con las líneas cóncavas y convexas.




San Ivo en la Sapiencia se encargó como capilla de la antigua Universidad, en cuyo patio manierista se sitúa. Su planta es una creación sorprendente, basada en dos triángulos superpuestos que forman una estrella de seis puntas y en el que se alternan las superficies cóncavas, convexas y rectas, coronada por una cúpula con linterna rematada en espiral. 
El último arquitecto italiano que mencionaré es PIETRO DA CORTONA (1596-1669), otro artista polifacético (sobre todo pintor) entusiasta de la Antigüedad que comenzó diseñando la reedificación de la iglesia de los Santos Lucas y Martina, de planta de cruz griega con ábsides semicirculares, con una cripta debajo. Es muy barroco el juego de pilastras y columnas, la cornisa y la exuberante decoración, pero sobre todo la fachada, que se abomba como si estuviese comprimida por las pilastras que la flanquean. Obras suyas son también Santa María de la Paz, con un pequeño pórtico de columnas que precede a una fachada convexa, y las dos galerías de columnas de Santa María en la Vía Lata.
En España el contexto histórico era muy diferente. El país había perdido su hegemonía política y militar, Cataluña y Portugal se revolvían con insurrecciones, y además sufría una despoblación progresiva debido a las pestes y hambrunas, la emigración a América o la expulsión de los moriscos. Esta situación había abocado a una precaria economía que impedía el florecimiento de la arquitectura, a pesar de que fue un “Siglo de Oro” en la literatura y en artes plásticas menos costosas. A pesar de las penurias, la expansión vital de las órdenes religiosas del Seiscientos impuso determinadas construcciones.
El impacto de la severa arquitectura herreriana se mantendrá durante el primer tercio del siglo XVII, tan solo se manifestará la evolución en las fachadas, que adquieren plasticidad y ganan en decoración. Pero quien introdujo la arquitectura barroca en España fue JUAN GÓMEZ DE MORA (1586-1648), el arquitecto real de los Austrias. Él proyectó (aunque no terminó) la Clerecía de Salamanca, que muestra la evolución del esquema de templo jesuítico (nave única cupulada con capillas laterales comunicadas) hacia volúmenes más solemnes y recargados. También realizó los planos para el Panteón de los Reyes del Escorial, con planta elíptica. 
A mediados de siglo se consolida el alejamiento de la estética herreriana y los edificios se “barroquizan”, comenzando por los elementos decorativos. A este avance contribuyen los escultores y pintores cuyo trabajo comenzó a cobrar protagonismo en la ornamentación. En Andalucía no se adoptó el nuevo estilo hasta bien avanzado el siglo. Es el momento en el que  ALONSO CANO diseña la fachada de la catedral de Granada (1664), o LÓPEZ DE ROJAS la de la catedral de Jaén, muy clasicista.
Lo cierto es que la introducción del barroco italiano encontró muchas resistencias en España, quizás por la cercanía del clasicismo francés. Las iglesias mantendrán el plan longitudinal, pero multiplicando la decoración y enriqueciendo las estructuras con molduras quebradas, cartelas o festones que alteran el aspecto de las construcciones y adelantan la estética que se impondrá en el siglo XVIII.
De esta segunda época destacan LOS CHURRIGUERA, una familia de artistas que idean sorprendente fórmulas, especialmente en lo referente al acabado ornamental de la arquitectura. El padre del clan es José, un ensamblador de retablos, cuyos hijos Joaquín y Alberto lo superaron en prestigio y realizaciones. De Joaquín destacaré la dirección de las obras de la cúpula de la catedral de Salamanca, aunque el Colegio de Calatrava es su mejor obra. Alberto rematará diversos detalles de la catedral de Salamanca, así como la portada de la catedral de Valladolid, y sobre todo la iglesia de San Sebastián de Salamanca, erigida sobre planta tradicional con portada muy original. Ya sabrás que el estilo de estos artistas fue tan marcado que dio nombre a una estética de profusa decoración, el llamado “estilo churrigueresco”.
Entre los arquitectos de la primera mitad del siglo XVIII se encuentra PEDRO DE RIBERA (1683-1742), que actuó como verdadero difusor de las características identitarias del barroco de esta etapa. Es el caso de la “columna de estípites”, que emplea sistemáticamente en las fachadas, o el “baquetón de encuadre” con el que crea sombras y encuadra puertas y ventanas. Este elemento es el que utiliza para componer la fachada de la iglesia de Montserrat de Madrid. Su ermita de la Virgen del puerto tiene planta octogonal abierta con exedras a los lados y cierto carácter de pabellón de parque. 

NARCISO TOMÉ, junto a sus hermanos, es autor del Transparente de la Catedral de Toledo que, muy del gusto rococó, logra el efecto de sorprendente ostensorio que detiene al visitante con su profusión ornamental y los juegos de luz. 
VENTURA RODRIGUEZ se adscribirá pronto al neoclasicismo, pero sus diseños iniciales son barrocos y deudores de Borromini, como la iglesia de San Marcos de Madrid, configurada con cinco elipses en su planta y un arco carpanel, creando un rico movimiento de muros y pilastras.
No acabaría si quisiera mencionarte todas las portadas de la época que se impregnan de barroquismo, o todos los accesos convertidos en exedras con nichos y camarines. Sólo te recomendaré que busques algunas imágenes que no debes perderte. Una de ellas es la Capilla del Sagrario de la Cartuja, obra de HURTADO IZQUIERDO con planta de cruz griega, gran cúpula y desbordante decoración simbólica. La creación andaluza más deslumbrante en su género es la Sacristía de la Cartuja de Granada de JOSÉ DE BADA, cuyas bóvedas y paredes se recubren con molduras mixtilíneas que quiebran las superficies, acompañadas de un lujoso zócalo de mármol. ¿Qué decirte de la Capilla del Sagrario de la iglesia de San Mateo de Lucena y el Sagrario de la Asunción de Priego? Será porque soy cordobesa, pero a mí me resultan de las más fascinantes.

lunes, 4 de marzo de 2013

ARQUITECTURA RENACENTISTA EN ITALIA Y ESPAÑA




El Renacimiento fue el movimiento que abrió la Edad Moderna con nuevas actitudes basadas en el nacionalismo, el individualismo, el espíritu laico y una nueva espiritualidad. Intimamente unido a él se desarrolló el humanismo como un movimiento de carácter intelectual, filosófico, filológico y cultural. Surgió en Italia bajo el lema: ¡Vuelta a las fuentes!, un grito que suponía el retorno a la Antigüedad griega y romana.
Vamos a distinguir dos grandes períodos renacentistas: el Quattrocento (s. XV) y el Cinquecento (s. XVI), sin detenernos en la fase final del Manierismo, a pesar de su importancia.
La salida de la crisis del siglo XIV se había traducido en una recuperación demográfica y económica impulsada por la expansión del comercio y el crecimiento consecuente de las ciudades, auspiciado por la progresiva aparición de los Estados modernos. Se conoció un importante avance del pensamiento racional y científico, al que vinieron a unirse los grandes viajes de los descubridores (América en 1492) y los nuevos inventos, en especial el de la imprenta en 1450, que propició una imparable difusión del conocimiento. En el desarrollo del Humanismo, que se ocupó de la formación literaria, la educación, o el saber en general, la Iglesia se colocó a la cabeza. Los papas de la época supieron recoger los valores renacentistas y atraer todos los talentos artísticos. Ellos fueron los grandes mecenas del arte. Aunque también entraron en escena otros promotores laicos, en general procedentes de la nobleza, como fueron los Médici.
Este es también la época en la que se produce la Reforma Protestante y el Concilio de Trento, acontecimientos que cambiarán la historia de la Iglesia y del arte para siempre.

El Renacimiento no elimina la idea de Dios, pero lo desplaza del centro del Universo para colocar en su sitio al hombre, que pasa a ser la medida de todas las cosas. ¿No te parece que ese axioma empequeñece el mundo? Se olvidan los esquemas medievales y su simbolismo trascendental. Se adormila el sentido de pertenencia a un pueblo y se renuncia a la presencia de lo divino en el destino del hombre. No de un modo anticristiano, pero se produce un violento giro del teocentrismo al antropocentrismo. La gran liturgia colectiva de las catedrales ya no satisfacía, de ahí que se buscaran paraliturgias que resultaban más cercanas. 
         Centrándonos ya en las construcciones, la arquitectura quattrocentista nació sobre bases arqueológicas. El empeño en la recuperación de la Antigüedad y las ruinas romanas tan presentes en suelo italiano impulsaron un nuevo ideal arquitectónico. Se rescataron los elementos decorativos y constructivos clásicos: el arco de medio punto, los órdenes clásicos, las bóvedas de cañón con casetones, la cúpula de media naranja… La decoración se enriquece con la fantasía de los “grutescos” donde se funden formas vegetales, animales y humanas. Los muros se revisten de placas de mármol o piedra, el tejado se disimula con un ático o balaustrada y en las fachadas se adopta el frontón clásico. Las plantas y estructuras se calculan obedeciendo a la perfección matemática, buscando la diafanidad de los espacios y priorizando la planta central. En coherencia con el discurso teórico renacentista, la arquitectura se ciñe a la escala humana, incluso acudiendo a fórmulas que se correspondían con las proporciones del cuerpo humano.
           La vuelta a las fuentes encontró una aplicación concreta en la búsqueda de la belleza ideal en las proporciones clásicas determinadas en el canon de Lisipo (la proporción del cuerpo humano equivalía a la medida de 8 cabezas) o sobre todo en el hombre vitrubiano, basado en la fórmula propuesta por el arquitecto del siglo I Vitrubio en su tratado “De arquitectura”. De este último realizó un dibujo Leonardo da Vinci indicando que las proporciones exactas en la realización del cuerpo humano suponían que la longitud de sus brazos abiertos debía coincidir con su altura. Esta imagen se convirtió en emblemática de la concepción humanista del hombre como microcosmos y de la teoría de las proporciones “ad quadratum” y “ad circulum”, las dos figuras geométricas básicas.
            A esto se unía que, influenciados por lo pitagóricos, los artistas del Renacimiento se adhirieron a la concepción de que “Todo es número”, convencidos de la estructura matemática y armónica del Universo. De ahí que la proporción y la geometría jugasen un papel esencial en el diseño arquitectónico. Más aún, la matemática se erigía en vehículo imprescindible para penetrar el conocimiento de Dios, considerado como la figura geométrica más perfecta, expresable en símbolos como el círculo y la esfera.
         El arquitecto se erige en geómetra y eleva su dignidad social, mientras que la arquitectura se convierte en un arte liberal, trascendiendo las artes mecánicas. Surge un nuevo concepto de "firma de autor". Sólo citaremos una selección destacada:
       
Quatrocento italiano: 
       FILIPO BRUNELLESCHI (1377-1446) fue el primero en materializar los nuevos ideales y artífice de  la primera arquitectura renacentista de la historia en la cúpula de Santa María del Fiore, la catedral gótica de Florencia. Las obras comenzaron en 1420 empleando un novedoso sistema en el que se prescindía de armaduras de madera que sustentasen la cúpula durante su construcción. Sorprendía por sus dimensiones colosales y por la ingeniosa solución técnica que superponía una cúpula interior semiesférica y otra exterior apuntada que contrarrestaba los empujes de la primera. En la Capilla Pazzi creó un tipo de construcción cúbica con cúpula sobre pechinas, y en el Hospital de los Inocentes un pórtico abierto sobre arcadas de medio punto y enjutas decoradas con tondos de cerámica. 
            LEON BAUTISTA ALBERTI (1404-1472) destacó tanto por sus célebres tratados “De Pictura” “De Sculptura” y “De re aedificatoria”, como por sus diseños de una monumental arquitectura basada en la proporción áurea, aunque él no los ejecutaba. Planteó una visión ideal del edificio sagrado como capaz de purificar el alma del espectador. Insistía en que la renovación de la arquitectura implicaba la reforma de la práctica religiosa y de la liturgia. Todo un  atrevimiento ¿verdad? Para la planta de los edificios recomendaba nueve figuras geométricas básicas en la que el círculo constituía el punto de partida. Él ideó en San Francisco, la catedral de Rímini (más conocido como Templo Malatesta) la transformación de un templo en un Mausoleo, revistiendo su exterior de motivos de la arquitectura romana y derrochando mucha fantasía en el interior, con un repertorio de imágenes nada corrientes; finalmente se mantuvo como iglesia, aunque la gran cúpula proyectada no se realizó. Con San Andrés de Mantua, cuya fachada se inspira en los arcos de triunfo romanos, adelantó el modelo de las iglesias jesuíticas, con una planta basilical adaptada al plan central en la zona del crucero, y donde las naves laterales son sustituidas por capillas ligadas a las naves por arquerías.

Cinquecento italiano:
Sorprende que en una época cuajada de guerras y amenazada por el Islam floreciera un “siglo de oro” invadido de genios artísticos. Roma ha desbancado a Florencia y asume el protagonismo cultural. Los Papas Julio II y León X, grandes humanistas, desarrollaron una intensa labor cultural y de mecenazgo.
            GIULIANO SANGALLO (1445-1516). Fue amigo personal del Papa Julio II. Ya era un arquitecto de prestigio en Toscana y Florencia, donde construyó la primera cúpula renacentista sobre planta de cruz griega en Santa María de Prato, cuando fue llamado a Roma. Los Médici le encargaron la Sacristía de la iglesia del Espíritu Santo de Brunelleschi, que resolvió con un anexo octogonal.
           BRAMANTE (1444-1514). Prescinde de lo ornamental para centrarse en lo estructural. Así se manifiesta en el claustro de Santa María de la paz, en el cual por primera vez aparecen los cuatro órdenes de la Antigüedad (dórico, jonico, corintio y toscano);  y especialmente en su templete de San Pietro in Montorio, financiado por los Reyes Católicos para honrar el lugar donde la tradición aseguraba que fue crucificado San Pedro. Es un oratorio circular que abarca el patio en el que se emplaza, descendiente del romano Templo de Vesta sobre un basamento de tres gradas, rotonda de columnas lisas, entablamento dórico, balaustrada, tambor con nichos y cúpula. Proponía un tipo de edificio que representaba simbólicamente a toda la Iglesia, mostrando que la planta circular era la forma más perfecta para expresar “la unidad, la esencia infinita, la uniformidad y la justicia de Dios” (en palabras de Palladio). Julio II le encargó el proyecto de la Nueva Basílica de San Pedro (1506), para el que utilizó la planta de cruz griega, dispuso cúpulas en los ángulos y cuatro torres, y rodeó el tambor de la cúpula central con una columnata. Su discípulo RAFAEL DE URBINO, el famoso pintor, continuaría el proyecto a su muerte, combinando el plan central con la planta de cruz latina.  
           Sobrino de Giuliano es ANTONIO SANGALLO EL JOVEN (1483-1546), a quien se considera el creador del palacio típico renacentista. Trabajó en la Basílica de San Pedro, tras la intervención de Rafael, volviendo al plan central de Bramante. MIGUEL ANGEL BUONARROTTI prosiguió la obra manteniendo el mismo plan, pero suprimiendo el deambulatorio de Sangallo, añadiendo un pórtico de 6 columnas y acentuando la cuadratura del edificio. El es también el autor de la Capilla funeraria de los Médicis, en la Nueva Sacristía de San Lorenzo de Florencia, en la que lo mejor es la perfecta integración entre la arquitectura y el programa escultórico en clave neoplatónica. La doble tumba está repleta de esculturas alegóricas. El recinto se convertía en una imagen del universo con esferas superpuestas, la inferior dedicada al Hades, la intermedia indicaba la esfera terrestre, mientras que la cúpula se refería a la esfera celestial. También realizó un proyecto para la Tumba de Julio II que él aspiraba a convertir en su gran obra maestra, pero que nunca llegaría a completarse. 
ANDREA PALLADIO (1508-1580) fue el teórico más importante de la época, y supone la culminación de los estudios de Alberti, manteniendo el mismo concepto de iglesia ideal y afirmando que la forma circular es la más perfecta para la morada de Dios. La medieval Basílica de Vicenza, que rodea de pórticos, le da ocasión de desarrollar su popular “motivo palladiano” del arco entre dinteles. En San Jorge el Mayor de Venecia combina la planta de cruz latina con un crucero con ábsides y cúpula, mientras que cuatro colosales columnas vinculan los dos pisos de su fachada.
            GIACOMO VIGNOLA (1507-73), discípulo de Miguel Angel, fue el creador de un tipo de iglesia original que será adoptado en las construcciones jesuíticas. El Gesú de Roma (1568) proporcionó el modelo de planta de cruz latina con cúpula, brazos del crucero muy reducidos, nave central muy ancha y luminosa mientras las laterales se convierten en capillas intercomunicadas pequeñas y en penumbra para invitar a la oración.



España acogerá la influencia italiana inmediata y fervorosamente. Los ejércitos del rey Católico y Carlos V habían viajado a Italia. Diego de Sagredo escribió en 1526 el primer tratado no italiano sobre arquitectura renacentista. El primer renacimiento italiano se traduce en nuestro plateresco durante los dos primeros tercios del siglo XV, en el que la recepción renacentista comienza por los elementos decorativos. En una segunda fase, tras la difusión de los tratados teóricos y los contactos con Italia, se produce una fase de purismo en la que se atiende más a lo estructural y que desembocará en el estilo herreriano que surge en el último tercio del siglo XVI y se prolonga en el siguiente. Su tendencia ornamental procede del “gótico isabelino”, decantándose por candelabros, subientes, festones, bichas, medallones, cabezas y toda clase de grutescos. Se impone la columna abalaustrada (rematada en una base bulbosa revestida de hojas, con otras partes rehundidas o cuerpos cilíndricos superpuestos). 
PEDRO GUMIEL, arquitecto del cardenal Cisneros, ofrece la versión mudéjar del plateresco en la sala capitular de la catedral de Toledo. ALONSO DE COVARRUBIAS (1488-1570) es más fiel al Renacimiento puro y al estilo severo de Bramante que hallará eco en el arte herreriano. De su obra religiosa sólo mencionaré la portada del monasterio de San Clemente de Toledo y la Magdalena de Getafe, con tres naves y cubierta gótica sostenida por columnas dóricas con entablamentos cilíndricos. 
RODRIGO GIL DE HONTAÑÓN, hijo del también arquitecto Juan, sucedió a su padre y a Juan de Álava como maestro mayor de la catedral de Salamanca, incorporando él los elementos renacentistas del deambulatorio, triforio, balcones, capillas y hornacinas. Asimismo intervino en la catedral de Plasencia, en cuya construcción participaron ilustre arquitectos. 
En la catedral de Burgos impresiona la Puerta de la Pellejería, obra de FRANCISCO DE COLONIA, una especie de retablo de piedra que combina el último gótico con el plateresco y el estilo más italiano.
 En la misma catedral DIEGO DE SILOÉ  es el autor de la Escalera dorada, que conecta el interior con la Puerta de la Coronería. Su decoración plateresca es asombrosa por su fantasía, al igual que la baranda de hierro dorado. De él es también la torre de Santa María del Campo, que con sus diversos cuerpos superpuestos da un aire renovado a la iglesia gótica. Son suyas las trazas de la catedral de Málaga, pero quizá lo mejor de su obra es la catedral de Granada, inspirada en la de Toledo, aunque eligiendo la columna clásica, labrando pilares con medias columnas adosadas rematados por un entablamento, y añadiendo un segundo soporte en la nave central que duplicaba la altura. En esta construcción imbuida de neoplatonismo destaca el sentido humanista del Triunfo de la fe católica, corroborando el sentido mesiánico de la Reconquista española, unido a la función de mausoleo real. Realiza una capilla mayor circular que sacrifica la primera parte de la girola, creando un espacio original.

 La iglesia de San Salvador de Úbeda insiste en la capilla mayor circular, pero con nave única y capillas en los muros laterales. Su concepción de de rotonda venía sobradamente justificada por el simbolismo acorde al cristocentrismo de la época, además de la alusión a la iglesia del Santo Sepulcro. El segundo foco de atención se centra en su carácter de iglesia funeraria portadora de complejos programas iconográficos inspirados en la obra de Dante. La portada quiere instruir alegóricamente, como la Divina Comedia, en el arte del conocimiento espiritual de Dios que conduce a la salvación del alma y a la visión del Cielo y del Infierno. Fíjate que los relieves de las portadas revelan un concepto muy medieval todavía, pero ahora utilizando el lenguaje humanista. Aunque el plan original de este edificio es de Siloé, lo ejecutó ANDRÉS DE VANDELVIRA, quien también realizó la catedral de Jaén con planta de tres naves de la misma altura, crucero con cúpula muy ornamentada y bóvedas baídas para las que crea la decoración con molduras concéntricas que se impondrá. Su Sala Capitular y Sacristía son obras maestras.
En Andalucía destaca la saga de los HERMANOS HERNÁN RUIZ, padre, hijo y nieto arquitectos que trabajaron sucesivamente (y en algún caso simultáneamente) en las mismas obras, con lo cual es difícil diferenciar sus autorías. El mejor entre ellos es Hernán Ruiz II, quien fue maestro mayor de las catedrales de Córdoba y Sevilla, trabajando también para sendos Obispados. Tiene atribuidas numerosas construcciones por toda Andalucía.
JUAN BAUTISTA DE TOLEDO participa de la evolución que experimenta la arquitectura a lo largo del siglo XVI. Después de residir en Nápoles, Felipe II le encargó dirigir las obras del Escorial, que se inició en 1563, concebido como panteón real, palacio, biblioteca, seminario y monasterio. Retomó la gran planta cuadrada con torres en los ángulos del Alcázar toledano, situando en el centro el patio de los Reyes y el templo al fondo, con la cripta bajo su testero. Detrás estaba el convento, inspirado en el Hospital de Milán de Filarete. A su muerte, se encarga el proyecto a JUAN DE HERRERA (1530-97) experto en ingeniería militar y náutica. Aunque se ha hablado de su planta de parrilla como homenaje al martirio de San Lorenzo, más bien parece basarse en las descripciones del Templo de Salomón. La planta de la basílica es cuadrada. Pero como la construcción coincide con el año en el que finaliza el Concilio de Trento (1563), que recomendaba  la planta de cruz latina para las iglesias, las cubiertas se prolongarán hasta adaptarse a esa forma. Herrera era un apasionado de la pureza de las formas y volúmenes, por eso renunció a las decoraciones de fachada y practicó un sentido matemático de la proporción. Inspirándose en modelos italianos, sobre todo en Bramante y Miguel Angel, adoptó la cruz griega con cúpula central, con un profundo y elevado presbiterio destinado a albergar los cenotafios de Carlos V y Felipe II. Su estilo alcanzó tal popularidad que acabó dando nombre a la estética de esta última fase del renacimiento español. El Escorial representa, mejor que ninguna otra obra, el influjo de Vignola en España. Además expresaba el espíritu del rey Felipe II, que pretendía fundar un recinto que ejerciese de reserva espiritual para garantizar la salvación de la familia real y su pueblo. Así, se convertía en el baluarte del catolicismo, acosado por la herejía protestante. De alguna manera, se erigía en imagen de la Iglesia.