El vocablo “barroco” viene de “barrueco”, una perla irregular; de ahí que se
trasladara a un arte que se definía como desigual, extravagante o caprichoso,
atribuido con cierto carácter despectivo. Habrá que esperar al siglo XIX para
que se valore esta estética que buscaba la libertad frente a la exasperante
regularidad clásica y que gustaba lo pintoresco, el dinamismo, la vitalidad y
la asimetría frente al equilibrio inmóvil. Ocupa los
siglos XVII y XVIII, con una fase final en la que sus valores se exaltan hasta
el exceso, el “rococó”. El manierismo ya había adelantado algunos de sus
rasgos, tanto quebrantando la ley de las proporciones clásicas, como buscando
los contrastes, lo tortuoso o lo colosal. El Barroco prosigue esta tendencia
hasta sus últimas consecuencias. Lo pragmático y racional cede ante lo
espectacular y lo apasionado, las arquitecturas y las figuras son removidas por
un ímpetu vital, la mesura es desplazada por un dinamismo incontenible.
Muchos
califican el arte barroco como arte de la Contrarreforma. Hay en él una serie de rasgos casi
contradictorios que lo identifican: gestualismo espectacular, tensión
dramática, misticismo, cierto triunfalismo religioso, sentimentalismo, gusto
por lo sorprendente y deslumbrante, grandiosidad. Está impregnado
del desasosiego propio de una época convulsa, en la que se están consolidando
las nacionalidades y las monarquías absolutas, pero a la vez florecen las
órdenes religiosas, proliferan los santos y se produce una extraordinaria
expansión misionera.
Si tuviera
que destacar una característica del barroco, sería su capacidad para despertar
la sensibilidad popular. Al contrario que el aristocrático Renacimiento, el
arte Barroco evoluciona hacia un gusto menos refinado y más emotivo que
pretendía retomar la tradición medieval en otras claves. Italia y España fueron las maestras en esta
seducción artística.
El Barroco
fue un “arte total”, que implicaba el dominio de diversas técnicas en la
formación artística. Sobre todo en el espacio arquitectónico, se recreaba una
especie de teatro sacro en el que se daban cita las artes plásticas. El éxtasis
se alcanzaba en las fiestas y conmemoraciones, donde cobró importancia el
llamado “arte efímero”, en el que la música, la poesía o la danza formaban
parte de un espectáculo destinado a conmover y a fascinar. Eran frecuentes las
arquitecturas efímeras con arcos triunfales o catafalcos funerarios para
festejar recepciones principescas, traslados de reliquias, canonizaciones,
matrimonios regios… Se pretendía producir estupor y cautivar la mirada de la
multitud asistente. No olvides que el entusiasmo por Platón de la época
anterior se había visto reemplazado por el interés aristotélico, y en este
aspecto debió influir la Retórica de
Aristóteles, con su exhibición de diversas técnicas de persuasión.
Centrándonos ya en la arquitectura, si creías
que el dinamismo propio del barroco sería más difícil de reflejar en las
construcciones te equivocabas. La arquitectura de la época viene definida por
una vitalidad incontenible que reemplaza el reposo armónico por la agitación, y
las formas pesadas por las que vuelan. Las estructuras adquieren una nueva
dimensión en la profundidad expresada por los entrantes y salientes. El sentido
pintoresco y lírico, que pudiera parecer ajeno a este arte, se introduce con la
riqueza de los efectos cromáticos y el juego con la luz.
Te enumero
telegráficamente algunas características de la arquitectura barroca: son
estructuras complejas cargadas de detalles que retoman las formas clásicas
elaborándolas de un modo fantasioso. Los entablamentos adoptan curvas y
contracurvas mientras los frontones se parten generando efectos de
claro-oscuro. Predominan las líneas onduladas, elípticas y ovales, no sólo en
la planta sino también en los paramentos. Gusto por la sorpresa, lo dramático y
lo escenográfico. Triunfo de la columna salomónica y el orden gigante, que
abarca varios pisos. Exuberancia ornamental plagada de cornisas, festones,
cartelas, frontones mixtilíneos, yeserías…
La
arquitectura barroca surge, cómo no, en Italia,
más concretamente en Roma, a partir del pontificado de Sixto V, quien emprendió
un proceso de embellecimiento de la ciudad. Ya el Gesú había anunciado algunos cambios, pero la nueva
arquitectura no nace hasta la obra de CARLO MADERNO, quien continúa la
tendencia del Gesú, pero aportando una mayor plasticidad. A él se le encargaría
finalizar la Basílica de San Pedro,
cuya planta de cruz griega transformó en cruz latina, desarrollando además una
gran fachada horizontal. El Papa más convencido de la capacidad del arte como medio de difusión de la fe fue Urbano VIII (1623-44), quien además asumió la protección de uno de los más grandes genios de la época, BERNINI (1599-1680), arquitecto, escultor, pintor, fue escenógrafo y urbanista. Su primera gran obra fue el Baldaquino de San Pedro, un templete sobre cuatro columnas salomónicas (de fustes torneados en espiral, cuyo modelo parecía proceder del templo de Salomón, de ahí el nombre). Se podría afirmar que esta es la primera obra barroca universal, que sería muy imitada. Él también sería el autor de la remodelación de la Plaza de San Pedro, una explanada trapezoidal ensanchada con dos columnatas elípticas que parecen abrazar al peregrino, y centrada por un obelisco, testigo mudo de la crucifixión de San Pedro.
También es obra suya la iglesia
del Noviciado jesuíta de San Andrés del
Quirinal, con una planta elíptica a la que se añade un pórtico curvo a la
entrada. Es uno de los claros ejemplos del “arte total” en el que arquitectura, artes plásticas y decoración se
funden en un único escenario. El movimiento de curvas y contracurvas, la
policromía de los mármoles y estucos, y la luz de la linterna dirigen la mirada
del espectador al altar mayor. Por último te nombraré la iglesia de Castelgandolfo, con planta de cruz griega cupulada y
sobria fachada que exhibe dobles pilastras toscazas y frontón clásico. Volveremos
a Bernini en su brillante faceta de escultor.
Contemporáneo
a Bernini fue el arquitecto BORROMINI (1599-1667), formado con Maderno como
escultor ornamental y colaborador de Bernini en San Pedro. Inocencio X lo
convirtió en su asesor artístico, pero sobre todo, fue el arquitecto de órdenes
religiosas menores. Su obra despertó una gran polémica en su época porque
rompía las fórmulas estáticas de la tradición clásica. Su principal aportación
radica en tratar los espacios desde la consideración de las fuerzas exteriores
e interiores que convergen en las paredes del edificio. La iglesia romana de San Carlos de las Cuatro Fuentes muestra
un alto grado de conocimientos, no sólo arquitectónicos, sino matemáticos.
Tienen una planta elipsoidal de suma complejidad, y cúpula ovalada, además de
una espectacular fachada que juega con
las líneas cóncavas y convexas.
San Ivo en la Sapiencia se encargó como capilla de la antigua Universidad, en cuyo patio manierista se sitúa. Su planta es una creación sorprendente, basada en dos triángulos superpuestos que forman una estrella de seis puntas y en el que se alternan las superficies cóncavas, convexas y rectas, coronada por una cúpula con linterna rematada en espiral.
San Ivo en la Sapiencia se encargó como capilla de la antigua Universidad, en cuyo patio manierista se sitúa. Su planta es una creación sorprendente, basada en dos triángulos superpuestos que forman una estrella de seis puntas y en el que se alternan las superficies cóncavas, convexas y rectas, coronada por una cúpula con linterna rematada en espiral.
El último
arquitecto italiano que mencionaré es PIETRO DA CORTONA (1596-1669), otro
artista polifacético (sobre todo pintor) entusiasta de la Antigüedad que
comenzó diseñando la reedificación de la iglesia de los Santos Lucas y Martina, de planta de cruz griega con ábsides
semicirculares, con una cripta debajo. Es muy barroco el juego de pilastras y
columnas, la cornisa y la exuberante decoración, pero sobre todo la fachada,
que se abomba como si estuviese comprimida por las pilastras que la flanquean. Obras suyas son también Santa María de la
Paz, con un pequeño pórtico de columnas que precede a una fachada convexa,
y las dos galerías de columnas de Santa
María en la Vía Lata.
En España el contexto histórico era muy diferente. El país había
perdido su hegemonía política y militar, Cataluña y Portugal se revolvían con
insurrecciones, y además sufría una despoblación progresiva debido a las pestes y hambrunas, la emigración a América o la
expulsión de los moriscos. Esta situación había abocado a una precaria economía
que impedía el florecimiento de la arquitectura, a pesar de que fue un “Siglo
de Oro” en la literatura y en artes plásticas menos costosas. A pesar de las
penurias, la expansión vital de las órdenes religiosas del Seiscientos impuso
determinadas construcciones.
El impacto
de la severa arquitectura herreriana se mantendrá durante el primer tercio del
siglo XVII, tan solo se manifestará la evolución en las fachadas, que adquieren
plasticidad y ganan en decoración. Pero quien introdujo la arquitectura barroca en España fue JUAN GÓMEZ DE
MORA (1586-1648), el arquitecto real de los Austrias. Él proyectó (aunque no terminó)
la Clerecía de Salamanca, que muestra
la evolución del esquema de templo jesuítico (nave única cupulada con capillas
laterales comunicadas) hacia volúmenes más solemnes y recargados. También
realizó los planos para el Panteón de los
Reyes del Escorial, con planta elíptica.
A mediados
de siglo se consolida el alejamiento de la estética herreriana y los edificios
se “barroquizan”, comenzando por los elementos decorativos. A este avance
contribuyen los escultores y pintores cuyo trabajo comenzó a cobrar
protagonismo en la ornamentación. En Andalucía no se adoptó el nuevo
estilo hasta bien avanzado el siglo. Es el momento en el que ALONSO CANO diseña la fachada de la catedral de Granada (1664), o LÓPEZ DE ROJAS la de la
catedral de Jaén, muy clasicista.
Lo cierto
es que la introducción del barroco italiano encontró muchas resistencias en
España, quizás por la cercanía del clasicismo francés. Las iglesias mantendrán
el plan longitudinal, pero multiplicando la decoración y enriqueciendo las
estructuras con molduras quebradas, cartelas o festones que alteran el aspecto
de las construcciones y adelantan la estética que se impondrá en el siglo
XVIII.
De esta segunda
época destacan LOS CHURRIGUERA, una familia de artistas que idean sorprendente
fórmulas, especialmente en lo referente al acabado ornamental de la
arquitectura. El padre del clan es José, un ensamblador de retablos, cuyos
hijos Joaquín y Alberto lo superaron en prestigio y realizaciones. De Joaquín
destacaré la dirección de las obras de la cúpula
de la catedral de Salamanca, aunque el Colegio
de Calatrava es su mejor obra. Alberto rematará diversos detalles de la
catedral de Salamanca, así como la portada de la catedral de Valladolid, y sobre todo la iglesia de San Sebastián de Salamanca, erigida
sobre planta tradicional con portada muy original. Ya sabrás que el estilo de
estos artistas fue tan marcado que dio nombre a una estética de profusa decoración, el llamado “estilo
churrigueresco”.
Entre los
arquitectos de la primera mitad del siglo XVIII se encuentra PEDRO DE RIBERA
(1683-1742), que actuó como verdadero difusor de las características identitarias
del barroco de esta etapa. Es el caso de la “columna de estípites”, que emplea
sistemáticamente en las fachadas, o el “baquetón de encuadre” con el que crea
sombras y encuadra puertas y ventanas. Este elemento es el que utiliza para
componer la fachada de la iglesia de Montserrat
de Madrid. Su ermita de la Virgen del
puerto tiene planta octogonal abierta con exedras a los lados y cierto
carácter de pabellón de parque.
NARCISO TOMÉ, junto a sus hermanos, es autor
del Transparente de la Catedral de Toledo
que, muy del gusto rococó, logra el efecto de sorprendente ostensorio que
detiene al visitante con su profusión ornamental y los juegos de luz.
VENTURA RODRIGUEZ se adscribirá pronto al neoclasicismo, pero sus diseños iniciales son barrocos y deudores de Borromini, como la iglesia de San Marcos de Madrid, configurada con cinco elipses en su planta y un arco carpanel, creando un rico movimiento de muros y pilastras.
VENTURA RODRIGUEZ se adscribirá pronto al neoclasicismo, pero sus diseños iniciales son barrocos y deudores de Borromini, como la iglesia de San Marcos de Madrid, configurada con cinco elipses en su planta y un arco carpanel, creando un rico movimiento de muros y pilastras.
No
acabaría si quisiera mencionarte todas las portadas de la época que se
impregnan de barroquismo, o todos los accesos convertidos en exedras con nichos
y camarines. Sólo te recomendaré que busques algunas imágenes que no debes
perderte. Una de ellas es la Capilla del
Sagrario de la Cartuja, obra de HURTADO IZQUIERDO con planta de cruz
griega, gran cúpula y desbordante decoración simbólica. La creación andaluza más deslumbrante en su género es la Sacristía de la Cartuja de Granada de JOSÉ DE BADA, cuyas bóvedas y
paredes se recubren con molduras mixtilíneas que quiebran las superficies,
acompañadas de un lujoso zócalo de mármol. ¿Qué decirte de la Capilla del
Sagrario de la iglesia de San Mateo de
Lucena y el Sagrario de la Asunción de Priego? Será porque soy cordobesa, pero a mí me resultan de las más
fascinantes.
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