En el año
711 se producía la invasión islámica en España. Con ella se postergaba la
cultura visigoda y se imponía una nueva realidad cultural ajena a la evolución
del resto de Occidente. Hispania se convertía en Al-Andalus. Pero un grupo de
reinos cristianos del norte se resistieron a someterse al Islam y permanecieron
en la tradición cristiana refugiados en zonas de Asturias y los Pirineos. Allí
emigraron algunos visigodos buscando poder continuar con sus creencias y su
modo de vida. En el año 720, con la batalla de Covadonga, Pelayo y otros reyes
asturianos comienzan la expansión del reino con continuas batallas. En el año
924, al alcanzar las fronteras de León, el reino se había convertido en
asturleonés. Era el disparadero de una reconquista que tardaría siglos en
completarse.
La
realidad es que encontramos un grupo de cristianos de cultura visigoda con
rasgos germánicos que continúan la tradición romano-visigoda. Esa es la razón
por la que muchos estudiosos le niegan el apelativo de “prerrománico” porque no
supone tanto una anticipación de lo que será el románico sino una pervivencia de lo anterior. Con todo, en el terreno
artístico protagonizarían una serie de novedades respecto al arte visigodo.
Centrándonos en la arquitectura, sus rasgos propios son fáciles de identificar: el
empleo de mampostería (en lugar del sillar), pilares con impostas (en vez de
columnas reutilizadas con capitel) el arco de medio punto por encima del arco
de herradura, (¿sería por distanciarse del arte islámico?) y preferentemente de
ladrillo. Por lo demás, se mantienen las iglesias de tres naves con techumbre
de madera, porche y tres ábsides. Se reconocen elementos visigodos como el
altar sobre un pilar en el centro del ábside, y otros romanos como el uso del
ladrillo, los adintelamientos de puertas y ventanas o el revestimiento de
estucos y pinturas.
Esta
arquitectura conoce tres grandes etapas. Comienza con el rey Alfonso II el Casto (791-842), quien
edificó numerosas iglesias en Oviedo, pero sólo nos han quedado dos de ellas.
La primera es la Cámara Santa de la
Catedral, un edificio martirial de doble planta que, siguiendo el esquema
romano, dedica la nave inferior al enterramiento (en este caso de Santa
Leocadia) y la superior al culto. La planta inferior es rectangular y está
situada al nivel del suelo, cubierta con una bóveda de cañón apoyada sobre un
zócalo de piedra. La planta superior está dedicada a San Miguel (como es habitual)
y tiene un ábside en el que se encuentra el presbiterio. Se convertirá en
antecedente de la arquitectura ramirense.
De
esta época es también la impresionante iglesia de San Julián de los Prados, conocida popularmente como Santullano; una fundación real de planta
rectangular y cabecera tripartita, con dos pórticos laterales y tres naves, la
central cortada por una especie de iconostasio de fábrica que crea en el
crucero una zona para los liturgos. En ella destaca su decoración pictórica
anicónica, con estucos en tres cuerpos superpuestos que representan escenarios
arquitectónicos de evidente influjo romano.
La
segunda etapa corresponde al reinado de Ramiro
I (842-850), apogeo de la monarquía y de la arquitectura, con tres
exponentes fundamentales. El primero es la iglesia de San Miguel de Lillo, que se erigió en el 842 como iglesia palatina.
Sólo se conserva el pórtico y el primer tramo, hechos de sillarejo, a excepción
de las esquinas y los contrafuertes que son de sillares. Excepcionalmente, los
arcos que separan las naves se sostienen sobre columnas, en lugar de los
habituales pilares. Sus ventanas se decoran con celosías talladas en piedra. Es
muy singular la decoración escultórica, de la que te aportaré algún detalle en
el siguiente apartado. También hay restos de pintura mural.
El
segundo edificio que destaca en esta etapa es la bellísima ermita de Santa Cristina de Lena, con una inusual
planta de cruz griega con bóveda de cañón con arcos fajones. Tiene nártex,
tribuna, dos cámaras, y un iconostasio
formado por tres arcos sobre columnas, decorados con piedra calada, con
un cancel. Tiene clara inspiración visigoda.
La
tercera construcción será el palacio de campo de Ramiro I transformado en la
iglesia de Santa María del Naranco,
un espectacular edificio rectangular de dos pisos. La planta baja es una nave
con bóveda de cañón recorrida por arcos fajones que descansan sobre el muro. Si
recuerdas la Cámara Santa de Oviedo, comprobarás que son gemelas. Probablemente
fue un oratorio palatino. Tiene dos cámaras laterales, una de ellas con un
aljibe. La planta superior, de distribución similar, es la noble. Sus lados
mayores los recorre una arquería ciega apoyada en dobles columnas y está
flanqueada por dos miradores. En los lados menores la fachada se estructura en
tres pisos, cuyos miradores se abren al exterior por arcos de medio punto
peraltados, esquema que se repite en altura en una cámara sin acceso de función
discutida. Tiene una tosca pero elegante decoración arquitectónica a base de
medallones con relieves de animales y caballeros en combate.
La tercera y última etapa arquitectónica la
marca el reinado de Alfonso III el
Grande (866-910) con dos construcciones. En primer lugar la de San Adriano de Tuñón, una pequeña
iglesia de un monasterio rural fabricada en el año 891 con mampostería y
sillarejo, con planta de tres naves divididas por pilares, y tres capillas
adosadas a la cabecera.
En
segundo lugar, San Salvador de Valdediós,
conocido como “El conventín”, edificado en Villaviciosa en el año 892. Parece
que en este recinto habitó el rey cuando fue depuesto por sus hijos. Tiene tres
naves con bóvedas de cañón, sin transepto, con triple cabecera y cámaras sobre
los ábsides, además de un nártex. Por una escalera interior se accede a la
tribuna. Aún quedan restos de la que debió ser una rica decoración pictórica.
Al tratarse de una arquitectura tardía, lo más interesante es que muestra
rasgos de la transición a la estética mozárabe que llegaba de la mano de los
cristianos que emigraban de Al-Andalus, como la decoración de las ventanas y el
detalle de la espadaña rematada en una almena de tipo califal.
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