domingo, 3 de marzo de 2013

ARQUITECTURA ROMÁNICA EN FRANCIA Y ESPAÑA


         El románico se centra en los siglos XI y XII, y se desarrolla con la concurrencia de causas políticas, sociales y sobre todo religiosas, apareciendo un arte disciplinado y supranacional que uniforma el panorama artístico traspasando las fronteras para extenderse por esa comunidad de pueblos llamada Europa. De hecho, con el nacimiento del románico nace Europa como unidad cultural. La unidad artística es expresión de la unidad cultural creada por la fe y articulada en torno al sentido cristiano de la existencia entendido como fenómeno social. Nos encontramos en pleno auge del feudalismo, surgido como consecuencia de la descomposición de los dos elementos básicos de la Antigüedad: el Estado y la propiedad, destruidos por las invasiones de los pueblos germánicos. 
Centrándonos ya en la arquitectura románica, surge a fines del siglo X, alcanza la madurez en el siglo XI y se extiende a lo largo del siglo XII, perdurando en algunos países durante el siglo XIII, ya presente el gótico.
En su afán de perdurabilidad, el material preferido de la arquitectura románica será la piedra. Incluso en las bóvedas. Había razones como el simbolismo (la bóveda celeste), la acústica, o simplemente para evitar los incendios. Lo cierto es que esta práctica acarreó problemas técnicos para sustentar estas enormes masas pétreas, que se intentaron solventar con gruesos muros macizos de escasos vanos, además de arcos fajones, pilares, estribos y contrafuertes. Las cúpulas se erigen sobre trompas o sobre pechinas, mientras que el crucero suele cubrirse con un cimborrio.
Imaginarás que los principales monumentos fueron las iglesias y los monasterios. Estas eran de planta de cruz latina con tres o cinco naves, ábside semicircular y transepto, incorporando el campanario. El monasterio, por su parte, tenía su núcleo en el claustro y la iglesia. 
En cuanto a la incidencia de las diversas órdenes en la construcción de las iglesias solo te hablaré de Cluny y Citeaux. Es cierto que eran comunidades muy reducidas, pero generaron sus particularidades constructivas, por ejemplo, edificando iglesias pequeñas sin coro alto; por otra parte, al no realizar procesiones, suprimieron la girola.

Respecto a las novedades, destaca la mencionada cubierta de piedra para cubrir grandes superficies, el uso extensivo de la bóveda de cañón, de arista, de arcos fajones y de trompas; a veces apoyadas entre sí. En cuanto a los soportes, la base es la gran masa de los muros, más que el equilibrio de las presiones; aunque constan de estribos y contrafuertes. En cualquier caso, hay un claro predominio del macizo sobre el vano. Las columnas ya no son reutilizadas. Abundan las cilíndricas, sin la proporción clásica, con basa y collarino, fuste generalmente liso (a veces estriado o en zigzag) y capitel decorado. También hay pilares cruciformes. La decoración arquitectónica es uno de los puntos fuertes. 
El simbolismo es esencial a la arquitectura medieval. Cada elemento es portador de un sentido, desde su planta de cruz latina que recuerda la pasión de Cristo hasta la orientación al oriente, lugar desde donde sale el sol naciente, imagen de Cristo, y que marca asimismo el itinerario del cristiano desde las tinieblas hacia la luz. El ábside donde está el altar se identifica con el santuario de Dios, con el lugar de la revelación de Dios en Cristo. La cabecera alude a la cabeza de Cristo, el pórtico, en el que se concentra la decoración escultórica, da entrada a un templo que se concibe como cuerpo de Cristo, casa de Dios, Jerusalén celeste. En estos espacios había enterramientos, también se hacían exorcismos y se purificaban las madres pasada la cuarentena. Allí se encendía el cirio pascual y se entregaba a las novias. Era además la estación mayor de las procesiones.
El interior de las iglesias se convierte en un espacio-camino con tres ámbitos. El terrenal se identificaba con los arcos de medio punto de la nave central que iban conduciendo hacia el ábside. Esta zona constituye el cuerpo de la Iglesia en la que cada cristiano es un miembro. El crucero marca una zona de transición que une el mundo terrestre y el divino. El tercer ámbito lo constituye el ábside, destino del espacio-camino donde convergen todas las miradas. Si el ábside es imagen de lo divino, el altar es su reflejo en la tierra, el centro del cosmos, concreto y material, donde se estrellan las miserias de la humanidad.

Las plantas se dividen generalmente en tres o cinco naves, con pórtico, crucero y un ábside central en el que se sitúa el altar mayor y donde convergen las principales líneas de fuerza del edificio. Está circundado por una girola o deambulatorio que permite el tránsito de los peregrinos y la proliferación de absidiolos.  Había dos razones litúrgicas fundamentales que aconsejaban aumentar el número de altares, y por tanto de capillas: el progresivo incremento del culto a los santos y el hecho de que todos los sacerdotes tuviesen como parte de su ministerio la celebración diaria de la Eucaristía (igual que en la actualidad). En la fachada del templo suelen aparecer dos torres gemelas que flanquean la entrada. La incorporación del campanario tenía muchas funciones simbólicas. No sólo servía para convocar a los fieles, sino que incluso se consideraba una especie de “voz de Dios”, un sacramental cuyo tañido alejaba los peligros y expulsaba los demonios, quizá porque se usaban también para advertir del fuego o de la llegada de enemigos.
Respecto al exterior, su volumetría se corresponde con la del interior. La fábrica es de sillares, con profusión de elementos decorativos en la portada, ¿no te impresiona su estructura abocinada formada por las arquivoltas que, junto al tímpano, las jambas y el parteluz, son el lugar preferente para la decoración escultórica? Su iconografía se convierte en el soporte idóneo para el lenguaje simbólico.
Junto al papado y al imperio, el monacato se convirtió en el tercer elemento determinante del arte románico. Hubo varios centros de irradiación, pero quizá el más importante fue Cluny, fundado en el año 910 en la Borgoña. Otro brote de santidad reformada se desencadenó en el monasterio de Citeaux. Allí ingresó San Bernardo, que más tarde fundó Claraval. 

No debes imaginar los monasterios como lugares exclusivamente de oración y contemplación. Eran centros de gravedad de la vida espiritual, porque en ellos se enseñaba el arte de amar a Dios, que era el arte de las artes, pero al mismo tiempo constituían núcleos de gran vitalidad económica e intelectual, que además supusieron la vinculación con el mundo tardorromano y altomedieval. Ya sabes que la fe, si es verdadera, siempre genera cultura. No sólo la vida monacal, también los programas arquitectónicos estaban regidos por las reglas de los fundadores. Pero aún así, la vida monástica no era una profesión, sino una vocación. El monje no vivía la escisión entre lo sagrado y lo profano; la creación estaba unida al Creador.
El monasterio románico fue una verdadera ciudad de Dios que configuró el paisaje de la época. Para su emplazamiento se escogían lugares cercanos a fuentes y manantiales, rodeados de naturaleza y en un ambiente sereno vinculado a alguna tradición religiosa. Las reglas señalaban los trazos de la arquitectura, que tenían su antecedente en la villa romana de explotación rural. San Isidoro había propuesto el monasterio como un gran recinto que agrupaba diversas edificaciones, con un único acceso, además de la comunicación con la huerta; un atrio comunicaba la iglesia con el resto de las dependencias, para que pudiera acudirse con celeridad a la oración desde cualquier punto. Para el monje, el cenobio tenía un significado escatológico. Se consideraba un Paraíso terrenal y la vida monacal lo más aproximado al estado de bienaventuranza en el que vivía el hombre antes del pecado de Adán  y Eva. La estructura se organizaba alrededor de un claustro, un espacio sacralizado cuadrangular con arquerías sobre columnas, que tenía un patio central y un pozo. En la zona superior estaban los dormitorios. Además estaba el scriptorium, donde se desarrollaba la transmisión de la cultura a través de los grandes copistas; sin olvidar los establos, el huerto, el cementerio, la hospedería, y en otros casos la bodega, la escuela de novicios, el almacén, etc. Como ves, revolucionaron la concepción de la arquitectura. 
La Orden Cluniacense, constructora del monasterio de Cluny, fue la mayor y más célebre abadía de la Cristiandad Occidental. De hecho, fueron los benedictinos de Cluny quienes determinaron la conformación del estilo románico. Su fundación se remonta al año 910, cuando Guillermo de Aquitania donó Cluny a los benedictinos.

Respecto a la estructura arquitectónica del monasterio, tenemos una descripción del monje Guido del año 1049 que recorre la iglesia, la sala capitular, el locutorio, el dormitorio, las letrinas, el refectorio, la cocina, el atrio, la sacristía, las torres y las celdas de los enfermos. Además de una hospedería con 40 camas para hombres y 30 para mujeres, caballerizas, dependencias para los sirvientes, el cementerio, las tinajas para el baño, el molino, los talleres de los sastres, zapateros, orfebres, etc. En esta época descrita, la comunidad la componían 73 monjes, pero llegará a crecer hasta los 300. Respecto a la iglesia, levantaron la mayor construcción vista hasta entonces en la cristiandad. Tenía cinco naves, la central más ancha y alta, con dos transeptos escalonados, un deambulatorio y cinco capillas radiales. Además de un nártex con tres naves y dos torres flanqueando la fachada.



La Abadía de Cluny fue el modelo arquitectónico que se irradió al resto de Europa con una fidelidad asombrosa. En España, puede bastar con el ejemplo del Monasterio Real de San Benito en Sahagún (León), fundado en 904 por la donación de Alfonso III al Abad Alonso, que llegó a la zona huyendo de las persecuciones contra los cristianos decretadas en Córdoba. Se constituyó en el principal foco de la reforma benedictina, al introducirse la regla de Cluny en este lugar ya en el año 1080. Hoy apenas quedan restos de él (el arco de San Benito del s. XVII, una torre y una capilla) porque fue víctima de diversas revueltas y de la desamortización, la gran enemiga de tantos monasterios.
Con todo, surgiría otra sensibilidad religiosa en torno a Citeux, el segundo foco francés, que iba a plantear otro modo de renovación de la vida monacal. La Orden Cisterciense, como en su día la cluniacense, supuso una nueva bocanada de aire fresco que pretendía una vuelta a los orígenes con un estilo más austero. Sus nuevos planteamientos teológicos y el nuevo modo de vida dieron lugar a una profunda transformación de la estética que quedó plasmada en las manifestaciones artísticas. Como contrapunto a Cluny, los cistercienses redujeron el oficio coral y rehabilitaron el trabajo manual, insistiendo asimismo en la pobreza más radical, también en lo referente a las expresiones artísticas. 
La radical austeridad de la orden no sólo la condujo a una renuncia de las artes plásticas y al lujo del ajuar litúrgico, sino que también alteró la configuración del coro y, aunque conservase en algún caso la girola, no le dio uso procesional. Su celo por la austeridad era tal que incluso llegó a entablar una polémica con los cluniacenses. 
Los planos de los monasterios se diseñaban con rigurosa fidelidad a las indicaciones de la Regla y de los Abades. De hecho, Bernardo de Claraval fue el responsable del diseño inicial de la abadía de Claraval II, comenzada en 1135, aunque de la construcción original no queda más que un edificio con la bodega en la planta baja y el dormitorio de conversos en la primera planta. La prioridad de estas construcciones consistía en facilitar la vida monástica y la vivencia radical del Evangelio.
La arquitectura cisterciense atraviesa el románico y el gótico, y en ella persiste la tradicional planta dividida en naves; la central con bóvedas de cañón o crucería y con alzados de un solo piso con arcos formeros; las laterales de menor altura que actúan como contrafuertes. Son frecuentes los pilares cruciformes y las pilastras circulares de la nave central, que se interrumpen antes de llegar al suelo en una ménsula. Se introduce el arco apuntado y la bóveda ojival. Otro rasgo muy característico es la cornisa que recorre longitudinalmente la base de la bóveda. Hay un coro plano con ventanas en el arco testero, así como otros cuatro coros secundarios planos en el transepto donde los monjes celebraban la Eucaristía diaria. ¿Y qué decir de sus bellísimos claustros ajardinados con los característicos pórticos de columnas pareadas? Su estética acabó influenciando en la arquitectura románica española, que en vez de decantarse por la profusión decorativa francesa, tendió a una mayor sobriedad. Con todo, conforme fue avanzando en el tiempo, evolucionó hasta afianzarse en la estética gótica.

En cuanto a los recintos más célebres de la arquitectura cisterciense, destaca la Abadía de Fontenay (Borgoña), fundada por el mismo Bernardo de Claraval en la Borgoña y consagrada en el año 1147 como una filial de Claraval II. Ambas se construyeron en piedra simultaneamente, erigiéndose en las primeras abadías en las que se concretó la estética cisterciense. Fontenay sigue muy fielmente la Regla de S. Benito por la sencillez de la construcción, los capiteles con austeros dibujos geométricos de “hojas de agua”, la iluminación blanca y un transepto con cuatro coros secundarios planos. Es de planta cruciforme, con bóvedas de cañón y arcos formeros, con  cuatro coros secundarios para la celebración de la misa diaria de los monjes. Su sala capitular es cuadrada, con la clásica bóveda de crucería con  nervaduras apoyadas en ménsulas.

Para continuar con Francia, además de los citados monasterios, también hay que  mencionar la Iglesia de la Magdalena de Vézelay (s. XI), en la que la tradición aseguraba que se encontraban las reliquias de Santa María Magdalena, ocasionando un intenso flujo de peregrinos. Fue una Abadía muy influida de Cluny, pero su arquitectura tiene personalidad propia, con bóvedas llamativamente altas, la italiana bicromía en las dovelas de los arcos y amplios ventanales.

Las comarcas del Loira y Garona conservan reminiscencias bizantinas: torres cónicas con escamas, cúpulas sobre pechinas, profusión escultórica en la fachada. Sólo voy a nombrarte una iglesia: Nuestra Señora de Poitiers (1130-50), en la que la nave central tiene la misma altura que las laterales, como es característico de la región (con lo que los recintos resultan oscuros), y se cubre con bóveda de cañón con arcos fajones. Su fachada está formada por dos pisos de arcadas ciegas interrumpidas por una gran ventana axial, y presenta una importante decoración esculpida. El contrapunto es la Catedral de Angulema, comenzada en el 1125 dedicada a San Pedro. Tiene planta de cruz latina pero sin deambulatorio, sólo un espacioso ábside central con absidiolos y un crucero de cinco tramos que cubre el central con una cúpula sobre tambor octogonal. En el interior hay una sola nave de cuatro tramos cubiertos por cúpulas sobre pechinas. La fachada se parece a las de la región del Poitou, articulada en cuerpos y calles con arcos ciegos, decoración esculpida y flanqueada por dos torres con chapiteles cónicos y escamas. 
San Trófimo de Arlés es representativo de los edificios de la Provenza. El ábside y el transepto se construyeron a fines del s. XI, mientras que la nave y el campanario son de primeros del s. XII. 

Trasladándonos a España, hay varias construcciones impresionantes. En 1189, Alfonso VIII y su esposa fundaron el Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas, en Burgos, convirtiéndose en la casa madre de los monasterios femeninos españoles. ¿Sabías que en este monasterio nació Pedro I el Cruel, se armó caballero Fernando III el Santo y se coronó Alfonso XI? En él están enterrados numerosos personajes de la realeza. Tiene aspecto de fortaleza, y todo el recinto estuvo amurallado, aunque hoy se conservan sólo dos puertas. Posee dos claustros, el románico es el llamado de “las claustrillas”, el otro es gótico. La iglesia es menos severa de ornamentación, ya que tiene influencias francesas. 

Respecto al tarraconense Monasterio de Poblet, es un conjunto muy complejo y extenso que atraviesa el románico y el gótico, constituído por tres recintos comunicados entre sí. Destacan sus bóvedas de crucería y su enorme sala capitular, además del imponente claustro principal. Desde sus orígenes estuvo bajo el patronazgo de los reyes, convirtiéndose en panteón real. Poseía zonas de cultivo, granja, un bosque para explotar, farmacia, molinos, panadería, reuniendo todo lo necesario para autoabastecerse. También en Tarragona se encuentra el Monasterio de Santes Creus, cuya construcción comenzó en 1174. Conformado por las piezas básicas de la vida monástica (iglesia, claustro y sala capitular), se completaba con las dependencias habituales (refectorio, locutorio, scriptorium, dormitorios) para añadirle el Palacio Real y el cementerio. Del claustro románico primitivo se conserva el templete hexagonal que albergaba la pila en la que los monjes se lavaban las manos tras las tareas agrícolas antes de pasar al refectorio o a la oración.

 Por último, te mencionaré el Monasterio de la Oliva, fundado en 1134 en Navarra. Es de los que mejor han conservado la estética románica, en concreto su sala capitular. Como casi todos los monasterios, sufrieron las agresiones de la desamortización de Mendizábal, aunque en 1927 fue nuevamente ocupado por monjes cistercienses, que han protagonizado una espectacular revitalización del recinto. Su iglesia obedece a la típica estructura hispano-languedociana. Su crucero es muy largo, con cinco tramos y cabecera de cinco ábsides, con amplios ventanales abocinados.

Por otra parte, el hallazgo de la tumba del Apóstol Santiago en el año 829 desencadenó un movimiento impresionante que desencadenó un inesperado fenómeno de peregrinación y convirtió a Santiago de Compostela en el centro peregrino más importante de la cristiandad, desarrollándose un camino en torno al cual  se creó toda una organización que se ocupó de la hospitalidad y la salvaguarda jurídica de los peregrinos. Se los acogía en monasterios, hospitales, catedrales o casas particulares.
Si no fuese por las grandes construcciones cluniacenses, podría afirmarse que las iglesias de peregrinación eran las edificaciones más grandiosas del románico. Estaban diseñadas para albergar un continuo fluir de multitudes. Pero en sus grandiosas proporciones también influía un concepto de belleza ligado al simbolismo y al estremecimiento ante lo divino. En ellas aparece la tribuna, un espacio superpuesto a las naves laterales y abierto a la nave central en el que podían alojarse los peregrinos. A través de la tribuna llegaba al interior de la iglesia la luz y el aire exterior. Además estaba el triforio, más estrecho, que junto con los contrafuertes, servía para contrarrestar el peso de la bóveda. Este se desarrollará más con el gótico, al ganar altura las construcciones. Sin olvidar la presencia de las criptas.
Vamos a detenernos en la más emblemática de estas construcciones: la Catedral de Santiago de Compostela. Constituye el modelo de templo románico que establecerá la tipología de las iglesias de peregrinación.
El edificio tiene a sus pies un nártex en el que se sitúa el famoso Pórtico de la Gloria. Su interior se divide en tres naves, incluyendo el transepto. La central, más ancha y alta, está cubierta con bóveda de cañón, mientras que las laterales se cubren con bóvedas de aristas. Sobre estas hay tribunas que se asoman a la nave central a través de arcos geminados. La cabecera dispone de una girola con cinco capillas radiales en los absidiolos, teniendo la central forma absidiada al interior, mientras que al exterior conforma un testero plano. Todo el espacio interior se ha concebido en función de la acogida de los peregrinos. Se organizó para que los fieles pudiesen acceder a la catedral por la portada de los pies y recorrerla hasta llegar a la girola donde se encuentra la tumba de Santiago.
Pero el románico no acaba en la ciudad de Santiago. Saltará a multitud de geografías dispersas por toda Europa. De hecho, se convertirá en la identidad cultural capaz de expresar plásticamente la unidad de Occidente en torno al nombre de Cristo. Una unidad que no significaba uniformidad rigurosa, sino que se expresaba con enorme riqueza en distintas características regionales. 
El desarrollo del románico en España se limita a la zona cristiana, providencialmente atravesada por el Camino de Santiago. El estilo arquitectónico está muy influido de Francia, amalgamado con la pervivencia de la tradición visigótica y asturiana. Aún así, se perciben escuelas regionales muy definidas.
En Cataluña es evidente la pervivencia carolingia. Los arcos ciegos y la gran torre son signos distintivos. Entre los edificios destacan San Pedro de la Roda, la Catedral de Santa María de Urgell, Santa María de Tahull, San Clemente y el Monasterio de Ripoll. Sólo te diré unas palabras de los dos últimos. 
San Clemente de Tahull (Lérida) se consagró en 1123, con planta basilical de tres naves, un ábside y dos absidiolos, además del campanario cuadrado y exento, de influencia italiana. Su cubierta de madera estaba algo desfasada porque se habían impuesto las bóvedas de piedra, sin embargo, era muy actual la decoración lombarda del exterior. Sus muros son rústicos, sin tallar, y apenas tienen vanos. 
En cuanto a Santa María de Ripoll (Gerona), ya sabrás que este monasterio benedictino fue un importante foco cultural, especialmente por su célebre scriptorium y por la presencia del Abad Oliba. La iglesia, construida en el siglo XI, es de cinco naves con un transepto con siete ábsides, y el claustro tiene dos pisos formados por arcadas cuyos capiteles tienen relieves originales.

 En Aragón, la Catedral de Jaca (Huesca) ejerce un intenso influjo en el camino de Santiago. Aunque su construcción comenzó en el siglo XI,  sufrió diversas modificaciones. Destaca la cúpula sobre trompas del crucero, la más antigua de España, así como su decoración geométrica de ajedrezado. A esta región pertenece San Juan de la Peña, cuyo claustro del s. XII prescinde de la cubierta de las galerías al situarse bajo una gran roca que ejerce de cubierta natural. Su origen está envuelto en la leyenda, además, la tradición afirma que en este monasterio permaneció el Santo Grial. 

En Navarra sólo mencionaré la original iglesia de Eunate, construida hacia 1170 para dotar de infraestructura al Camino de Santiago, posiblemente como lugar de asistencia hospitalaria y enterramiento para los peregrinos. Es un edificio de planta octogonal con muros inusualmente altos y circundados por una curiosa arquería perimetral. También de esta zona es el Monasterio de Leyre, de cuya construcción románica perdura la altísima cabecera triabsidal bajo la cual se encuentra la impresionante cripta de bóvedas de medio cañón con arcos fajones soportadas por columnas de cortísimo fuste y enormes capiteles. La iglesia de San Isidoro de León, consagrada en 1063, es un edificio magnífico que acogió las reliquias de San Isidoro traídas desde Sevilla. Tiene tres naves separadas por pilares cruciformes con crucero de una sola nave y tres ábsides. Una línea similar sigue San Martín de Fromistá (Palencia), construido en el siglo XI como parte de un monasterio, en el que destaca la cúpula octogonal del crucero y las torres cilíndricas de la fachada. Sus tres naves de escasa altura terminan en ábsides circulares. Sus muros son muy macizos, decorados a modo de cornisa con un ajedrezado a diferentes alturas, tanto en el exterior como en el interior.
En la catedral de Zamora y en la Catedral vieja de Salamanca se perciben los elementos bizantinos del Poitou, como son las torres cubiertas por escamas con remates bulbosos, o el cimborrio sobre pechinas, junto a elementos decorativos hispanos, caso del taqueado jaqués y las bolas. Cercana a los rasgos de las catedrales de Zamora y Salamanca es la Colegiata de Santa Maria la Mayor de Toro, fechada hacia 1160-1240. Su planta es casi idéntica a la de Zamora, con un transepto de igual anchura que la nave principal, lo que ocasiona un crucero cuadrado. También es similar su cimborrio, con doble orden de ventanales. El románico de Segovia se reviste de rasgos tan peculiares como los que muestran las iglesias de San Millán, construida entre 1111-24 con cuatro ábsides, una torre de estilo mudéjar y rodeada de una galería porticada, o San Martín, un templo de origen mozárabe originario del siglo XII con tres naves, crucero con cimborrio de ladrillo y cabecera tripartita. Su torre es románico-mudéjar con arcos de ladrillo sobre columnas de piedra; y también la rodea una galería porticada con arcos de medio punto sobre columnas de capiteles románicos. Su portada occidental es de las más grandes del románico español. Por último ¿cómo no mencionar el conjunto soriano de San Juan de Duero? Lo que hoy vemos son los restos de un monasterio de la Orden Militar de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén. Su iglesia es muy sencilla, de una sola nave con presbiterio y ábside. Lo más curioso son los dos templetes colocados a ambos lados del presbiterio a modo de iconostasis. Parecen destinados a posibilitar el cerramiento del espacio en el momento de la consagración, siguiendo el rito griego. Se trata de baldaquinos de cúpula esférica y cónica montadas sobre columnas de cuádruple fuste y capitel y basa únicos. Aún más llamativo es el claustro del siglo XIII, que forma un cuadrilátero irregular, siendo el del ángulo noroccidental típicamente románico. 






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