El
Renacimiento fue el movimiento que abrió la Edad Moderna con nuevas actitudes
basadas en el nacionalismo, el individualismo, el espíritu laico y una nueva
espiritualidad. Intimamente unido a él se desarrolló el humanismo como un
movimiento de carácter intelectual, filosófico, filológico y cultural. Surgió
en Italia bajo el lema: ¡Vuelta a las fuentes!, un grito que suponía el retorno a la Antigüedad griega y romana.
Vamos a
distinguir dos grandes períodos renacentistas: el Quattrocento (s. XV) y el
Cinquecento (s. XVI), sin detenernos en la fase final
del Manierismo, a pesar de su importancia.
La salida
de la crisis del siglo XIV se había traducido en una recuperación demográfica y
económica impulsada por la expansión del comercio y el crecimiento consecuente
de las ciudades, auspiciado por la progresiva aparición de los Estados
modernos. Se conoció un importante avance del pensamiento racional y
científico, al que vinieron a unirse los grandes viajes de los descubridores
(América en 1492) y los nuevos inventos, en especial el de la imprenta en
1450, que propició una imparable difusión del conocimiento. En el desarrollo del Humanismo, que se ocupó de la formación literaria, la educación, o
el saber en general, la Iglesia se colocó a la cabeza. Los papas
de la época supieron recoger los valores renacentistas y atraer todos los
talentos artísticos. Ellos fueron los grandes mecenas del arte. Aunque también
entraron en escena otros promotores laicos, en general procedentes de la
nobleza, como fueron los Médici.
Este es también la época en la que se produce la Reforma Protestante y el Concilio de Trento, acontecimientos que cambiarán la historia de la Iglesia y del arte para siempre.
El
Renacimiento no elimina la idea de Dios, pero lo desplaza del centro del
Universo para colocar en su sitio al hombre, que pasa a ser la medida de todas
las cosas. ¿No te parece que ese axioma empequeñece el mundo? Se
olvidan los esquemas medievales y su simbolismo trascendental. Se adormila el
sentido de pertenencia a un pueblo y se renuncia a la presencia de lo
divino en el destino del hombre. No de un modo anticristiano, pero se
produce un violento giro del teocentrismo al antropocentrismo. La gran liturgia colectiva de las
catedrales ya no satisfacía, de ahí que se buscaran paraliturgias que
resultaban más cercanas.
Centrándonos ya en las construcciones, la arquitectura quattrocentista nació sobre bases arqueológicas. El
empeño en la recuperación de la Antigüedad y las ruinas romanas tan presentes
en suelo italiano impulsaron un nuevo ideal arquitectónico. Se rescataron los
elementos decorativos y constructivos clásicos: el arco de medio punto, los
órdenes clásicos, las bóvedas de cañón con casetones, la cúpula de media
naranja… La decoración se enriquece con la fantasía de los “grutescos” donde se
funden formas vegetales, animales y humanas. Los muros se revisten de placas de
mármol o piedra, el tejado se disimula con un ático o balaustrada y en las
fachadas se adopta el frontón clásico. Las plantas y estructuras se calculan
obedeciendo a la perfección matemática, buscando la diafanidad de los espacios
y priorizando la planta central. En
coherencia con el discurso teórico renacentista, la arquitectura se ciñe a la
escala humana, incluso acudiendo a fórmulas que se correspondían con las
proporciones del cuerpo humano.
La vuelta
a las fuentes encontró una aplicación concreta
en la búsqueda de la belleza ideal en las proporciones clásicas determinadas en
el canon de Lisipo (la proporción del cuerpo humano equivalía a la medida de 8
cabezas) o sobre todo en el hombre vitrubiano, basado en la fórmula propuesta
por el arquitecto del siglo I Vitrubio en su tratado “De arquitectura”. De este
último realizó un dibujo Leonardo da Vinci indicando que las proporciones
exactas en la realización del cuerpo humano suponían que la longitud de sus
brazos abiertos debía coincidir con su altura. Esta imagen se convirtió en
emblemática de la concepción humanista del hombre como microcosmos y de la
teoría de las proporciones “ad quadratum” y “ad circulum”, las dos figuras
geométricas básicas.
A esto se unía que, influenciados
por lo pitagóricos, los artistas del Renacimiento se adhirieron a la concepción
de que “Todo es número”, convencidos de la estructura matemática y armónica del
Universo. De ahí que la proporción y la geometría jugasen un papel esencial en
el diseño arquitectónico. Más aún, la matemática se erigía en vehículo
imprescindible para penetrar el conocimiento de Dios, considerado como la
figura geométrica más perfecta, expresable en símbolos como el círculo y la
esfera.
El arquitecto se erige en geómetra y eleva su
dignidad social, mientras que la arquitectura se convierte en un arte liberal,
trascendiendo las artes mecánicas. Surge un nuevo concepto de "firma de autor". Sólo citaremos una selección destacada:
Quatrocento italiano:
FILIPO BRUNELLESCHI
(1377-1446) fue el primero en materializar los nuevos ideales y artífice de la
primera arquitectura renacentista de la historia en la cúpula de Santa María del Fiore, la catedral gótica de Florencia.
Las obras comenzaron en 1420 empleando un novedoso sistema en el que se
prescindía de armaduras de madera que sustentasen la cúpula durante su
construcción. Sorprendía por sus dimensiones colosales y por la ingeniosa
solución técnica que superponía una cúpula interior semiesférica y otra
exterior apuntada que contrarrestaba los empujes de la primera. En la Capilla
Pazzi creó un tipo de construcción cúbica con cúpula sobre pechinas, y en
el Hospital de los Inocentes un
pórtico abierto sobre arcadas de medio punto y enjutas decoradas con tondos de
cerámica.
LEON BAUTISTA ALBERTI
(1404-1472) destacó tanto por sus célebres tratados “De Pictura” “De Sculptura”
y “De re aedificatoria”, como por sus diseños de una monumental arquitectura
basada en la proporción áurea, aunque él no los ejecutaba. Planteó una visión
ideal del edificio sagrado como capaz de purificar el alma del espectador.
Insistía en que la renovación de la arquitectura implicaba la reforma de la
práctica religiosa y de la liturgia. Todo un
atrevimiento ¿verdad? Para la planta de los edificios recomendaba nueve
figuras geométricas básicas en la que el círculo constituía el punto de
partida. Él ideó en San Francisco, la
catedral de Rímini (más conocido como Templo
Malatesta) la transformación de
un templo en un Mausoleo, revistiendo su exterior de motivos de la arquitectura
romana y derrochando mucha fantasía en el interior, con un repertorio de
imágenes nada corrientes; finalmente se mantuvo como iglesia, aunque la gran
cúpula proyectada no se realizó. Con San Andrés de Mantua, cuya fachada se inspira en los arcos de
triunfo romanos, adelantó el modelo de las iglesias jesuíticas, con una planta
basilical adaptada al plan central en la zona del crucero, y donde las naves
laterales son sustituidas por capillas ligadas a las naves por arquerías.
Cinquecento italiano:
Sorprende que en una época cuajada de guerras y amenazada por el Islam
floreciera un “siglo de oro” invadido de genios artísticos. Roma ha desbancado
a Florencia y asume el protagonismo cultural. Los Papas Julio II y León X,
grandes humanistas, desarrollaron una intensa labor cultural y de mecenazgo.
GIULIANO SANGALLO (1445-1516). Fue amigo personal del Papa Julio II. Ya era un arquitecto de prestigio
en Toscana y Florencia, donde construyó la primera cúpula renacentista sobre
planta de cruz griega en Santa María de
Prato, cuando fue llamado a Roma. Los Médici le encargaron la Sacristía de la iglesia del Espíritu Santo
de Brunelleschi, que resolvió con un anexo octogonal.
BRAMANTE (1444-1514). Prescinde de lo ornamental para centrarse en lo estructural.
Así se manifiesta en el claustro de Santa
María de la paz, en el cual por primera vez aparecen los cuatro órdenes de
la Antigüedad (dórico, jonico, corintio y toscano); y especialmente en su
templete de San Pietro in Montorio,
financiado por los Reyes Católicos para honrar el lugar donde la tradición
aseguraba que fue crucificado San Pedro. Es un
oratorio circular que abarca el patio en el que se emplaza, descendiente del
romano Templo de Vesta sobre un basamento de tres gradas, rotonda de columnas
lisas, entablamento dórico, balaustrada, tambor con nichos y cúpula. Proponía
un tipo de edificio que representaba simbólicamente a toda la Iglesia,
mostrando que la planta circular era la forma más perfecta para expresar “la
unidad, la esencia infinita, la uniformidad y la justicia de Dios” (en palabras
de Palladio). Julio II le encargó el proyecto de la Nueva Basílica de San Pedro (1506), para el que utilizó la planta
de cruz griega, dispuso cúpulas en los ángulos y cuatro torres, y rodeó el
tambor de la cúpula central con una columnata. Su discípulo RAFAEL DE URBINO,
el famoso pintor, continuaría el proyecto a su muerte, combinando el plan
central con la planta de cruz latina.
Sobrino de Giuliano
es ANTONIO SANGALLO EL JOVEN (1483-1546), a quien se considera el
creador del palacio típico renacentista. Trabajó en la Basílica de San Pedro, tras la
intervención de Rafael, volviendo al plan central de Bramante. MIGUEL ANGEL
BUONARROTTI prosiguió la obra manteniendo el mismo plan, pero suprimiendo el
deambulatorio de Sangallo, añadiendo un pórtico de 6 columnas y acentuando la
cuadratura del edificio. El es
también el autor de la Capilla funeraria
de los Médicis, en la Nueva Sacristía de San Lorenzo de Florencia, en la
que lo mejor es la perfecta integración entre la arquitectura y el programa
escultórico en clave neoplatónica. La doble tumba está repleta de esculturas
alegóricas. El recinto se convertía en una imagen del universo con esferas
superpuestas, la inferior dedicada al Hades, la intermedia indicaba la esfera
terrestre, mientras que la cúpula se refería a la esfera celestial. También
realizó un proyecto para la Tumba de
Julio II que él aspiraba a convertir en su gran obra maestra, pero que
nunca llegaría a completarse.
ANDREA PALLADIO
(1508-1580) fue el teórico más importante de la época, y supone la culminación
de los estudios de Alberti, manteniendo el mismo concepto de iglesia ideal y
afirmando que la forma circular es la más perfecta para la morada de Dios. La medieval
Basílica de Vicenza, que rodea de pórticos, le da ocasión de desarrollar su
popular “motivo palladiano” del arco entre dinteles. En San Jorge el Mayor de Venecia combina la planta de cruz latina con
un crucero con ábsides y cúpula, mientras que cuatro colosales columnas
vinculan los dos pisos de su fachada.
GIACOMO VIGNOLA
(1507-73), discípulo de Miguel Angel, fue el creador de un tipo de iglesia
original que será adoptado en las construcciones jesuíticas. El Gesú de Roma (1568) proporcionó el
modelo de planta de cruz latina con cúpula, brazos del crucero muy reducidos,
nave central muy ancha y luminosa mientras las laterales se convierten en
capillas intercomunicadas pequeñas y en penumbra para invitar a la oración.
España
acogerá la influencia italiana inmediata y fervorosamente. Los ejércitos del
rey Católico y Carlos V habían viajado a Italia. Diego de Sagredo escribió en
1526 el primer tratado no italiano sobre arquitectura renacentista. El primer
renacimiento italiano se traduce en nuestro plateresco
durante los dos primeros tercios del siglo XV, en el que la recepción
renacentista comienza por los elementos decorativos. En una segunda fase, tras
la difusión de los tratados teóricos y los contactos con Italia, se produce una
fase de purismo en la que se atiende
más a lo estructural y que desembocará en el estilo herreriano que surge en el último tercio del siglo XVI y se
prolonga en el siguiente. Su tendencia ornamental procede del “gótico
isabelino”, decantándose por candelabros, subientes, festones, bichas,
medallones, cabezas y toda clase de grutescos. Se impone la columna
abalaustrada (rematada en una base bulbosa revestida de hojas, con otras partes
rehundidas o cuerpos cilíndricos superpuestos).
PEDRO GUMIEL, arquitecto del cardenal Cisneros,
ofrece la versión mudéjar del plateresco en la sala capitular de la catedral de Toledo. ALONSO DE COVARRUBIAS
(1488-1570) es más fiel al Renacimiento puro y al estilo severo de Bramante que
hallará eco en el arte herreriano. De su obra religiosa sólo mencionaré la portada del monasterio de San Clemente de
Toledo y la Magdalena de Getafe,
con tres naves y cubierta gótica sostenida por columnas dóricas con
entablamentos cilíndricos.
RODRIGO GIL DE HONTAÑÓN, hijo del también
arquitecto Juan, sucedió a su padre y a Juan de Álava como maestro mayor de la catedral de Salamanca, incorporando él
los elementos renacentistas del deambulatorio, triforio, balcones, capillas y
hornacinas. Asimismo intervino en la catedral de Plasencia, en cuya
construcción participaron ilustre arquitectos.
En la catedral de Burgos impresiona la Puerta de la Pellejería, obra de FRANCISCO DE COLONIA, una especie de retablo de piedra que combina el último gótico con el plateresco y el estilo más italiano.
En la misma catedral
DIEGO DE SILOÉ es el autor de la Escalera dorada, que conecta el interior
con la Puerta de la Coronería. Su decoración plateresca es asombrosa por su
fantasía, al igual que la baranda de hierro dorado. De él es también la torre de Santa María del Campo, que con sus diversos cuerpos superpuestos da
un aire renovado a la iglesia gótica. Son suyas las trazas de la catedral de Málaga, pero quizá lo mejor
de su obra es la catedral de Granada,
inspirada en la de Toledo, aunque eligiendo la columna clásica, labrando pilares
con medias columnas adosadas rematados por un entablamento, y añadiendo un
segundo soporte en la nave central que duplicaba la altura. En esta
construcción imbuida de neoplatonismo destaca el sentido humanista del Triunfo
de la fe católica, corroborando el sentido mesiánico de la Reconquista
española, unido a la función de mausoleo real. Realiza una capilla mayor
circular que sacrifica la primera parte de la girola, creando un espacio
original.
La iglesia de San Salvador de Úbeda insiste en la capilla mayor circular,
pero con nave única y capillas en los muros laterales. Su concepción de de
rotonda venía sobradamente justificada por el simbolismo acorde al
cristocentrismo de la época, además de la alusión a la iglesia del Santo
Sepulcro. El segundo foco de atención se centra en su carácter de iglesia
funeraria portadora de complejos programas iconográficos inspirados en la obra
de Dante. La portada quiere instruir alegóricamente, como la Divina Comedia, en el arte del conocimiento espiritual de Dios que conduce a la
salvación del alma y a la visión del Cielo y del Infierno. Fíjate que los
relieves de las portadas revelan un concepto muy medieval todavía, pero ahora
utilizando el lenguaje humanista. Aunque el plan original de este edificio es
de Siloé, lo ejecutó ANDRÉS DE VANDELVIRA, quien también realizó la catedral de Jaén con planta de tres
naves de la misma altura, crucero con cúpula muy ornamentada y bóvedas baídas
para las que crea la decoración con molduras concéntricas que se impondrá. Su
Sala Capitular y Sacristía son obras maestras.
En Andalucía destaca la
saga de los HERMANOS HERNÁN RUIZ, padre, hijo y nieto arquitectos que
trabajaron sucesivamente (y en algún caso simultáneamente) en las mismas obras,
con lo cual es difícil diferenciar sus autorías. El mejor entre ellos es Hernán
Ruiz II, quien fue maestro mayor de las catedrales
de Córdoba y Sevilla, trabajando también para sendos Obispados. Tiene
atribuidas numerosas construcciones por toda Andalucía.
JUAN BAUTISTA DE TOLEDO participa de la
evolución que experimenta la arquitectura a lo largo del siglo XVI. Después de
residir en Nápoles, Felipe II le encargó dirigir las obras del Escorial, que se inició en 1563,
concebido como panteón real, palacio, biblioteca, seminario y monasterio.
Retomó la gran planta cuadrada con torres en los ángulos del Alcázar toledano,
situando en el centro el patio de los Reyes y el templo al fondo, con la cripta
bajo su testero. Detrás estaba el convento, inspirado en el Hospital de Milán
de Filarete. A su muerte, se encarga el proyecto a JUAN DE HERRERA (1530-97)
experto en ingeniería militar y náutica. Aunque se ha hablado de su planta de
parrilla como homenaje al martirio de San Lorenzo, más bien parece basarse en
las descripciones del Templo de Salomón. La planta de la basílica es cuadrada.
Pero como la construcción coincide con el año en el que finaliza el Concilio de
Trento (1563), que recomendaba la planta
de cruz latina para las iglesias, las cubiertas se prolongarán hasta adaptarse
a esa forma. Herrera era un apasionado de la pureza de las formas y volúmenes,
por eso renunció a las decoraciones de fachada y practicó un sentido matemático
de la proporción. Inspirándose en modelos italianos, sobre todo en Bramante y
Miguel Angel, adoptó la cruz griega con cúpula central, con un profundo y
elevado presbiterio destinado a albergar los cenotafios de Carlos V y Felipe
II. Su estilo alcanzó tal popularidad que acabó dando nombre a la estética de
esta última fase del renacimiento español. El Escorial representa, mejor que
ninguna otra obra, el influjo de Vignola en España. Además expresaba el
espíritu del rey Felipe II, que pretendía fundar un recinto que ejerciese de
reserva espiritual para garantizar la salvación de la familia real y su pueblo.
Así, se convertía en el baluarte del catolicismo, acosado por la herejía protestante.
De alguna manera, se erigía en imagen de la Iglesia.
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