lunes, 4 de marzo de 2013

ARQUITECTURA Y LITURGIA


La liturgia no es otra cosa que la reunión de los cristianos en la casa del Padre. Es la fiesta de las Bodas del Cordero a la que todos están llamados para reconciliarse con el Padre en el Cuerpo de su Hijo único, y al mismo tiempo entre sí. Aquí todos los hijos dispersos deben reunirse y unirse en la Esposa de Cristo, la Iglesia.
Naturalmente, como cristianos, en alguna medida es cierto que no podemos tener una morada permanente distinta de la morada celestial. Pero esta morada celestial debe construirse con piedras vivas que nosotros estamos destinados a formar, si bien el templo del Dios del cielo, apoyado sobre la piedra angular que es Cristo, se edifica en la tierra desde ahora. Esto es lo que se produce cuando nos reunimos para escuchar la Palabra de Dios, para responder a su Palabra con la oración y para unirnos a él y entre nosotros por medio de la celebración sacramental del misterio proclamado por la Palabra, misterio que es, según la expresión de San Pablo, "Cristo en nosotros, esperanza de la gloria". 
Los edificios donde lo hacemos, si bien no son más que tabernáculos provisionales en el camino de nuestro peregrinar hacia el Templo del cielo, deben aportar, como si dijéramos, el marco visible de la Iglesia y, en cuanto tales, pueden ser llamados con todo derecho "iglesias". Son verdaderas casas de Dios con su pueblo en la tierra. Su adaptación funcional a la realización en el tiempo de la única verdadera iglesia eterna es la expresión fundamental de lo que tenemos que hacer aquí abajo y que, si bien de modo imperfecto, es una preparación e incluso una inauguración de lo que tendremos que hacer en la eternidad venidera.
¿Hay algún sitio donde se manifieste más claramente el espíritu de los hombres que en las moradas que se construyen para dar cobijo a su vida? Así, la forma en que construyamos nuestras iglesias es lo que constituirá la manifestación por excelencia del género de vida de la Iglesia, de nuestra vida común en el Cuerpo de Cristo.
Hay que reconocer que hoy en día lo que revelan la mayor parte de nuestras iglesias no es demasiado inspirado ni inspirador. La mayoría de las veces se limitan a reproducir maquinalmente los modelos del pasado, imperfectamente y sin comprenderlos. Copiadas desde fuera, no parecen haber sido hechas para encarnar una vida que brota desde dentro de la comunidad a la que deben cobijar. Incluso cuando tratamos de ser "modernos", demasiado a menudo no hacemos otra cosa que adaptar al uso de la Iglesia alguna especie de edificio moderno: sala de reunión, gran aula o cine, tratando de adornarlo con algunos rasgos característicos tomados de las antiguas construcciones al viejo estilo, supuestamente más "tradicionales". Ninguno de los dos métodos puede ser satisfactorio. Hay que buscar en otra parte si queremos un lugar donde el culto cristiano pueda revivir y no fosilizarse en una cáscara usada o perecer aplastado por algún lecho de Procusto. La única vía posible es, en primer lugar, tratar de descubrir cómo, de forma espontánea, la liturgia cristiana remodeló, en el momento más creativo de su existencia, los edificios que había utilizado al principio y cómo, más adelante, surgió de todo ello algo enteramente nuevo. Después podremos esperar encontrar la inspiración necesaria para hacer lo mismo en nuestra época, dentro del espíritu del cristianismo de todos los tiempos, pero de acuerdo con otras circunstancias, que ofrecen ciertamente nuevas posibilidades.
Cuando nos fijamos en las iglesias que fueron adaptadas o construidas para albergar la liturgia cristiana en lo mejor de su lozanía y de su potencia creadora, vemos que lo importante no es una serie de detalles determinados, tomados aisladamente, sino más bien la relación dinámica recíproca de los diferentes focos de la celebración, encarnada en sus diversos elementos y en un orden coherente. Esto puede dar origen, como así ha sido, a una variedad casi ilimitada de formas. Pero todas estas formas carecen de vida cuando se las copia materialmente sin comprender de dónde venía su sentido. Solamente la historia puede darnos la clave de su génesis. 

Arquitectura y liturgia. Louis Bouyer, Grafite Ediciones, Bilbao 2000, Universidad de Navarra. Selección de la Introducción a la publicación.



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