viernes, 1 de marzo de 2013

ARQUITECTURA BIZANTINA



El emperador bizantino Justiniano y su mujer, Teodora, son los protagonistas de la primera etapa del arte bizantino: la llamada Primera Edad de Oro
Justiniano pretendía restaurar el Imperio Romano universal a través de un vasto plan de reformas internas y de expansión militar. Él restauró el dominio romano en los países mediterráneos, creó el Codex Iuris (código de derecho), y bajo su mando se obtuvieron grandes éxitos militares a la vez que propició un extraordinario esplendor cultural. Marcó un hito en la historia del arte cristiano, especialmente en arquitectura. Durante su reinado se construyeron fortificaciones, acueductos, cisternas, puentes, e innumerables iglesias.
La primera Edad de Oro supuso la incorporación de una serie de novedades arquitectónicas y soluciones técnicas que iban a caracterizar la arquitectura bizantina, aunque con variantes significativas a lo largo de las distintas etapas y lugares en los que se desarrolló.
Si la arquitectura bizantina es heredera de la romana y la paleocristiana, en esta etapa se intuye la necesidad de evitar la excesiva pesadez estructural romana para crear espacios donde la asamblea de fieles pudiese desarrollar un culto comunitario y una liturgia luminosa y festiva. Así, la tendencia de las iglesias justinianeas fue aligerar las bóvedas romanas y dotarlas de una mayor iluminación. Esta cubierta abovedada, junto al espacio simultáneamente longitudinal y central, fueron los elementos característicos que definieron la arquitectura bizantina. Pero estas cubiertas conllevaban un problema estructural: pasar de los espacios cuadrados de la planta a los circulares. La solución técnica fue la incorporación de la pechina, que a partir de ahora cobraría gran auge. Un segundo problema era contrarrestar los empujes. En este punto, Bizancio se inspiró en la Persia sasánida para sustituir la piedra romana por el ladrillo; pero sobre todo, ideó un sistema novedoso en el que los empujes de la cúpula central se transmitían a otras cúpulas secundarias que, a su vez, descansaban en otras más pequeñas.

Por otra parte, el muro bizantino puede ser de mampostería de sillares, o el más común de mampostería de ladrillos y cantos rodados. Está conformado por arquerías de medio punto, en las que el capitel adquiere protagonismo. Al igual que el ábside, los muros estaban perforados para inundar de luz el interior. El ladrillo visto se empleaba también en los exteriores, que eran muy austeros, sin mármoles ni revestimientos. En contraste, con frecuencia se usaba el mármol de colores para la decoración interior. Un detalle importante era la decoración de capiteles, que generó una tipología propia. Es bellísimo el capitel teodosiano, una herencia romana empleada durante el siglo IV como evolución del corintio y tallado a trépano, estilo avispero. Otra variedad fue el capitel cúbico de caras planas decorado con relieves a dos planos. Ambos tipos llevaban superpuesto un cimacio (pieza troncopiramidal) decorado con motivos generalmente cristianos.
Pero vamos a dejarnos ahora de características generales para recorrer algunos ejemplos concretos de construcciones religiosas de la época:
El mismo año que coronaron a Justiniano (527) se puso la primera piedra de la iglesia de los Santos Sergio y Baco (a la que después se llamó “la pequeña Santa Sofía”), inspirada en la iglesia del Octógono dorado de Antioquía. Tiene planta octogonal con deambulatorio de dos pisos y bóveda gallonada. Son impresionantes sus capiteles labrados, sobre los que descansan muros de ladrillo. Parece que esta iglesia estaba unida a los apartamentos privados del palacio imperial, y por tanto era de fácil acceso al emperador. Es fácil intuir que el recinto respondía a sus devociones personales. De hecho, Sergio y Baco eran dos santos muy populares, ya que, siendo destacados militares del ejército del emperador Maximiano, se convirtieron al cristianismo y fueron fieles hasta el martirio.
Por otra parte, la iglesia de Santa Irene, fundada en el siglo VI, pero destruida en la rebelión Niká, fue restaurada por Justiniano en el 548, sirviendo como sede del patriarcado de Constantinopla hasta la finalización de Santa Sofía. Su atrio es el único conservado en la ciudad.
No quiero olvidarme de la iglesia de los Santos Apóstoles de Constantinopla, construida por Justiniano sobre planta de cruz griega (la más frecuente), en el solar del Apostoleion de Constantino. Hoy no quedan restos de ella, aunque la conocemos a través de las descripciones del historiador Procopio de Cesarea. Su planta de cruz griega con cinco cúpulas fue muy imitada, como es el caso de San Marcos de Venecia. Fue proyectada como mausoleo imperial e inspirada en la iglesia de San Juan de Éfeso, de la misma fecha y hoy también en ruinas, aunque tiene el valor de haber acogido los restos del discípulo amado de Jesús.
Pero sin duda, la estrella de la arquitectura bizantina es Santa Sofía de Constantinopla. Tras la “Rebelión Niká”, Justiniano confió la reconstrucción de la ciudad a Isidoro de Mileto y Antemio de Tralles. Su primer propósito fue ubicar en la zona incendiada una basílica que constituyese el corazón del Imperio bizantino y el símbolo más eficaz de la unión entre el Estado y la Iglesia. Sin duda lo consiguió. La iglesia fue consagrada a la Santa Sabiduría en la Navidad del año 537.

Su estructura es basilical con las naves coronadas por tribunas y una fachada occidental precedida por un atrio. La novedad reside en las grandiosas dimensiones y en el sistema de contrarresto de la cúpula central, apoyada sobre cúpulas de cuarto de esfera que descansan en nichos. La supuesta contradicción entre la planta basilical y la cúpula central queda magníficamente integrada gracias al uso de la luz. ¿Has entrado en su interior? Merece la visita a Estambul. La perforación de los muros y el anillo de ventanas de la cúpula central aligeran la construcción hasta parecer que la semiesfera está flotando. Las direcciones que toma la luz, además, son opuestas entre sí, porque unas proceden de la zona del ingreso y otras de la cabecera.¡Con razón dicen que el verdadero arquitecto de Santa Sofía es la luz! Procopio de Cesarea afirmaba que el efecto era tal que no parecía un lugar iluminado por el sol, sino el seno mismo donde se engendraba la luz. Si a esto le añadimos los mosaicos que cubrían espléndidamente las bóvedas, los sillares pulimentados y ensamblados, las columnas de pórfido, la labra de los capiteles, el mobiliario de oro, plata y metales preciosos, los ornamentos de seda polícroma, su aspecto debía resultar verdaderamente impactante, como aún lo es hoy.
De todos modos, la visión que más me gusta es la que da Procopio en “De aedificiis”: “Siempre que se acude a esta iglesia a rezar se comprende inmediatamente que este trabajo se ha realizado no por el poder y la habilidad humana, sino por la influencia de Dios que flota en las alturas, pensando que Él no puede estar lejos, sino que debe amar el habitar en ese lugar que Él mismo ha escogido”. 
El templo bizantino tradicional evoluciona desde la basílica helenística, pero prescindiendo de lo que no se adaptaba a la liturgia cristiana. Las dificultades que presentaba el esquema basilical provenían de que sólo se usaba la nave central para la asamblea, mientras que las laterales quedaban como pasillos, de modo que en las grandes iglesias había fieles muy alejados del altar. Por el contrario, la planta cuadrada o centralizada sin columnas de separación, con el bema al centro, ofrecía una más adecuada participación de los fieles. Este era un modelo conectado con la iglesia siria.
En el siglo VI, el edificio de Santa Sofía consiguió armonizar la planta basilical y la centralizada. El espacio destinado a los fieles quedaba acogido bajo la espectacular cúpula central mientras que las naves laterales se convertían en deambulatorios o galerías que comunicaban el nártex con el presbiterio. Sin duda, aquel recinto tenía que provocar un auténtico impacto visual que impresionaría incluso al propio Justiniano. 
La ciudad de Rávena
El arte bizantino no se restringe a la ciudad de Bizancio. El imperio bizantino abarcaba una amplia extensión geográfica, y aunque gran parte de sus obras claves se encuentran en la capital, muchas otras se distribuían por el resto del imperio.
No hay duda de que la arquitectura de Constantinopla fue emblemática. Creó un modelo muy imitado, casi siempre a menor escala y con limitados medios materiales. La grandiosidad de sus construcciones no era extrapolable a otros lugares del imperio que no gozaban de las mismas condiciones económicas y políticas de la capital. Pero si había alguna excepción, la constituía Rávena, la segunda capital del Imperio bizantino.
Las basílicas ravenesas tienen la tradicional estructura longitudinal, pero con algunas variantes: el ábside poligonal en el exterior y semicircular en el interior, decoración arquitectónica en las superficies exteriores, alguna modificación en los soportes, como el muro integrado por arquerías; y sobre todo, un cuidado sistema de iluminación a base de múltiples ventanales, no sólo en lo alto de la nave central, sino también en las laterales.
Ya supongo que asocias Rávena a la iglesia de San Vital, sin duda es la más célebre y constituye el esplendor de esta arquitectura. Pero también tenemos dos importantes antecedentes en las iglesias de San Apolinar Nuovo y en San Apolinar in Classe. Sus nombres inducen a confusión, pero no te dejes engañar, el más antiguo de los dos es San Apolinar Nuovo. Construido por Teodorico hacia el 505 para los arrianos, pasó al culto católico como San Martín del Cielo de oro (en alusión a su techo dorado), pero cuando San Apolinar in Classe fue saqueada por los sarracenos, el cuerpo del patrón de Rávena que custodiaba se trasladó a la iglesia de San Martín, que a partir de entonces comenzó a llamarse San Apolinar Nuovo (el nuevo). Presenta tres naves (la central el doble de ancha y rematada en un ábside semicircular) y nártex, con fachada de ladrillo y cubierta a dos aguas, además de un campanario circular. Por otra parte, la arquitectura de San Apolinar in Classe es el exponente de una etapa de formación del arte bizantino que lo emparenta con las construcciones paleocristianas. Tiene tres naves, la central más ancha y alta como habrás adivinado, rematada en un ábside poligonal enmarcado en un gran arco triunfal, con dos capillas absidiales y un nártex. El edificio se sustenta sobre columnas clásicas que sostienen arcos de medio punto, y cubierta a dos aguas.
Pero las características propiamente bizantinas las vamos a encontrar en San Vital de Rávena, paradigma del arte europeo medieval. 

Su planta octogonal la centra una cúpula muy ligera construida con restos cerámicos incrustados en lechos de cemento. Unas exedras contrarrestan el peso de la cúpula, como en la arquitectura constantinopolitana, aunque incorporando como novedad una intensa verticalidad presente en la altura de los pilares y en la inserción de un tambor. Consagrada en el año 547 por el arzobispo Maximiano, y financiada por el banquero Argentario. Tras la conquista bizantina, se erigió en templo oficial del Exarcado de la ciudad. Su planta se aleja de la tradición paleocristiana basilical sustituyendo la idea de “espacio-camino” por la “contemplación del ámbito celestial” de carácter ascensional. Curiosamente, su nártex está descentrado. Da acceso a un espacio de planta central con un doble anillo octogonal. Al fondo está el presbiterio, flanqueado por los ya familiares “prótesis” (lugar destinado para la preparación de las especies eucarísticas) y “diacónicon” (recinto donde se custodian los objetos litúrgicos). El edificio se diseñó respetando la separación de sexos durante el culto, disponiendo incluso de diferentes puertas de acceso desde el nártex; además existían unos palcos en la tribuna reservados para las autoridades, como expresa el protocolo representado en los mosaicos. El exterior está realizado con paramentos de ladrillo macizo reforzados en las esquinas por arcos de descarga y pequeños contrafuertes. El cimborrio que oculta la cúpula es octogonal, y su interior se decora con ricos mármoles veteados, columnas y capiteles tallados, además de los mosaicos y del juego de la luz que penetra por las grandes ventanas del tambor, dotando todo el recinto de un fascinante colorido. 
            El siglo VI conoció el apogeo constructivo del arte bizantino, pero fue seguido de un período de decadencia.
            A partir de la segunda mitad del siglo IX comienza la Segunda Edad de Oro. No hagas demasiado caso a estas clasificaciones, porque el arte, como la vida, se sucede sin etiquetas, de un modo inconsciente y gradual. Pero si te ayuda a situarte, puedes abrir una nueva fase. En ella predominan las plantas de cruz griega inscritas en un cuadrado o rectángulo (por influencia de Armenia), con cubiertas cupuladas sobre tambor y con una prominente cornisa ondulada en la base exterior. En esta etapa brilla la presencia de los monasterios, de ahí que la iglesia monacal se convierta en modelo para el resto de la arquitectura religiosa. 
            Ya desde el siglo VI, el conjunto monacal se concebía como una pequeña ciudad, rodeada de una muralla en la que se abría una única puerta que daba paso a un gran patio descubierto centrado por el catholicon, una iglesia exenta, es decir, libre por sus cuatro lados. También había un refectorio o comedor de los monjes, configurado por una nave longitudinal rematada en un ábside. Sin que faltase la cocina, las celdas, los almacenes, el hospital (que constituía además un albergue de viajeros), la enfermería, los baños y otras dependencias con distintas funciones.

            Estas construcciones solían edificarse sobre altos escarpados y sus exteriores se decoraban con relieves, con variaciones cromáticas de la piedra o con la libre disposición de los ladrillos. Los conjuntos más interesantes se realizaron en Grecia Oriental, y algunos han llegado a nuestros días. Es el caso del Monte Athos, fundado en 963 cuando San Atanasio de Athos estableció el monasterio de la Gran Laura, que aún hoy sigue siendo el mayor de todos. El monasterio de Ossios Loukas, cercano al santuario de Delfos, es muy representativo del estilo de la dinastía macedónica. Fue fundado en el año 945 por el santo local Lucas Steiris, y en su patio se alzan dos iglesias, una dedicada a la Virgen y otra a San Lucas, que aún se conservan. El monasterio de Dafne, construido en 1080 en el mismo lugar donde se erigía el templo de Apolo, es otro de los más célebres.
            Pero no todo fueron monasterios. A finales del siglo X, las más características tipologías y elementos arquitectónicos bizantinos crearon construcciones impresionantes en regiones que habían tenido algún vínculo con el Imperio (Bulgaria, Serbia, Venecia, Sicilia) o habían sufrido su influencia (Rusia, Rumanía). Ejemplo brillante es la iglesia de San Marcos de Venecia, erigida en el más puro estilo bizantino para albergar los restos del evangelista. Cuando se inicia su reconstrucción en el año 1063, hacía siglos que Venecia se había liberado del dominio político bizantino. Sin embargo, había mantenido, e incluso incrementado, sus relaciones comerciales y culturales con Constantinopla. Fruto de este intercambio, la iglesia de los Santos Apóstoles de Constantinopla será el modelo para San Marcos. Partiendo de esta planta de cruz griega con cinco cúpulas, la iglesia veneciana preferirá privilegiar el eje de la nave principal, aunque respetando la identidad espacial y el tratamiento de la luz. La decoración de mármoles y mosaicos permanecerá fiel a la estética bizantina, distanciándose en los materiales y en las técnicas constructivas. Si te adentras en el recinto, no te resulta fácil situarte en una etapa estética concreta, porque te encuentras elementos muy variados, ya que su aspecto actual es fruto de intervenciones diversas que han alcanzado hasta el siglo XVII.

            Por último, unas palabras sobre la Tercera Edad de Oro. Después de la toma de Constantinopla por los cruzados (1204), comenzó una nueva fase de la arquitectura bizantina a la que se ha llamado “pictórica” por la proliferación de decoración exuberante en los exteriores. Los muros se poblaron de molduras y ornamentaciones de todo tipo, sin faltar las de influencia árabe. En contraste, los interiores perdieron cierta claridad, en parte debido a la profusión decorativa y también por la mayor compartimentación de los espacios. Ahora aparecerá el iconostasio ocupando el lugar que antes era un espacio libre de paso entre la zona del santuario y la nave central.
            La pérdida de la unidad espacial, los excesos ornamentales, el agotamiento de la creatividad y la repetición de paradigmas hacían presagiar el final de la arquitectura religiosa bizantina, que se hundía junto al Imperio. Todos los esfuerzos de Justiniano por restaurar el Imperio se habían malogrado con una nueva atomización en ducados feudales. A pesar de todo, la dinastía Comnena supuso un período de relativo esplendor. La fase más destacada la protagonizará Miguel Paleólogo, quien reconquista la ciudad e instaura una nueva dinastía reinante, con un renacimiento social y cultural que se mantiene hasta la ocupación turca en 1453, que supondrá el final definitivo del Imperio bizantino.
A pesar del declive, esta etapa conoce la expansión del arte bizantino por Europa y Rusia, predominando las plantas de iglesias cubiertas mediante cúpulas abulbadas sobre tambores circulares o poligonales. Ejemplos insignes son algunos monasterios más tardíos del Monthe Athos, la iglesia de los Santos Apóstoles de Tesalónica, o la iglesia de San Salvador en Chora (Kariye Camii), ambas del siglo XIV. De esta última destacan sus espectaculares mosaicos. Pero no solo eso. El origen de su construcción se remonta a un monasterio fundado en el siglo IV sobre el lugar donde se encontraron las reliquias del mártir San Babilas, Obispo de Antioquía. Su nombre, Salvador en Chora (chora significa “en el campo”) parece referirse a que situaba extramuros de la muralla de Constantino. Justiniano comenzó su reconstrucción, pero un terremoto lo interrumpió. Habrá que esperar a 1077-81 cuando María Dukaina (suegra de Alejo I Comneno) la reconstruya en forma de cruz griega inscrita, erigiéndose en modelo para las iglesias ortodoxas durante siglos. Tras diversos derrumbes, el aspecto que hoy conocemos se debe a la reconstrucción del siglo XIV. El edificio está coronado con seis cúpulas y consta de tres partes: nártex (dividido en endonártex interior y exonártex exterior), naos (nave central) y paraclesion (capilla funeraria), todas ellas ricamente decoradas, como te comentaré en la próxima carta.
Pero a mí me parece que lo más impresionante es el conjunto de iglesias de Mistra en el Peloponeso. Voy a citarte algunas de las que me resultan más interesantes. La iglesia de los Santos Teodoros es de las más antiguas (1290) y destaca por su planta griega inscrita en un octógono. La iglesia de la Hodigitria (1311) superpone la planta de cruz griega a una basilical, una estructura muy inusual. Entre las más destacadas está la iglesia de Santa Sofía, erigida hacia el 1350-65 por el primer déspota de Mistra, Manuel Cantacruzeno Paleólogo, cuyo monograma todavía se conserva en los capiteles. Fue la capilla de su palacio. La iglesia de La Anunciación tiene planta de cruz griega, con una segunda planta en el nártex reservada para las mujeres. Por último, te citaré el conjunto episcopal amurallado de San Demetrio, también conocido como “Metrópoli”. Parece que se inició hacia el 1263, pero la fase más destacada es de comienzos del siglo XV. Utilizó material de acarreo. En el enlosado bajo la cúpula de la Catedral hay un relieve con el águila bicéfala de los Paleólogos. La tradición afirma que sobre él fue coronado en 1449 Contantino XI, el último emperador bizantino.

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