Los
francos fueron el único pueblo de los invasores germánicos que se convirtieron directamente al
catolicismo, asumiendo un liderazgo político y cultural que alcanzaría las
máximas cotas con Carlomagno (768-814) quien representa el
cumplimiento de la obra de su padre, Pipino el Breve, y el inicio del Imperio universal de
Occidente y de la civitas
cristiana.
En la Navidad del año 800,
el papa León III coronó a Carlomagno como emperador. Detrás de este gesto, se
daba otro paso hacia la realización de la unidad externa de la Iglesia, huyendo
de la multiplicidad de las Iglesias territoriales. Pero se fraguaba una unión
tensa y contradictoria que partía de conceptos muy distintos del imperio.
El estado carolingio modificó
las estructuras europeas creando un Estado muy centralizado con instituciones
diversas. Durante el reinado carolingio
no sólo florecieron la cultura y las artes, sino que se organizó la Iglesia
franca, se apoyó la expansión del Evangelio y se favoreció el monacato, pero
por procedimientos de carácter cesaropapista.
Imaginarás que de este florecimiento surgiría un
arte brillante, y un empuje cultural en el que la arquitectura fue la primera en experimentar una
sorprendente actividad constructiva. Fíjate que dato más apabullante: entre los
reinados de Carlomagno y su hijo Ludovico Pío (768-855), en sólo 87 años, se
construyeron 27 nuevas catedrales, más de 400 monasterios y un centenar de
palacios reales para sus desplazamientos.
Una de las primeras síntesis
entre la arquitectura de la Antigüedad tardía y las necesidades episcopales la
encontramos en la ciudad de Metz, una
ciudad en la que Carlomagno había residido con frecuencia antes de establecer
la capital en Aquisgrán. El elevado número de iglesias documentan la presencia
de una liturgia estacional que primaba un edificio concreto según el tiempo
litúrgico.
Pero entre todas las obras edificadas, destaca
la ciudad palatina de Aquisgrán, todo
un complejo completamente novedoso en Europa, inspirado en el modelo de
Constantinopla y afincado en un lugar célebre por sus aguas termales. No nos
quedan apenas restos de ella, pero la arqueología aporta datos reveladores. La
ciudad, proyectada por el sacerdote Eudes de Metz, estaba inscrita en un
rectángulo y al norte se situaba el aula palatina en cuya exedra se encontraba
el trono donde el rey presidía los actos de la corte. El palacio de Carlomagno
en Aquisgrán dibujaba un cuadrado central compuesto de una zona residencial,
otra de recepción, la religiosa, y la de servicios. Se añadían los edificios
administrativos, la sala del tribunal y la escuela, sin faltar las termas.
Pero
el único edificio que se ha mantenido en pie ha sido la capilla palatina, un
recinto inspirado en San Vital de Ravena, que dio lugar a un tipo de iglesia
con dos niveles, la planta baja para los fieles y el primer piso para los
príncipes. Se trata de un modelo definitorio de un tipo de sociedad. Fue
inaugurada el día de la Epifanía del año 805 por el Papa León III. Impresiona
el núcleo central de planta octogonal rodeado de un deambulatorio hexadecagonal
con tribunas. La cúpula central descansa sobre un tambor con ventanas y está
decorada con mosaicos que muestran a Cristo entronizado y aclamado por los
ancianos del Apocalipsis. Al este se situaba un ábside rectangular y enfrente
un pórtico elevado en forma de torre. La Capilla poseía dos coros (a este y
oeste) y tres altares. Parece que Carlomagno pensó hacer de esta capilla su
mausoleo, de ahí el aspecto de monumento funerario. En general, la construcción
manifiesta el empeño en reanudar los vínculos con la tradición artística de
Roma, pero siempre desde la óptica del cristianismo. El rey se sentía heredero
de los emperadores romanos cristianos y émulo de los bizantinos. Además, en su
construcción, concebida como representación de la Jerusalén celestial, se tuvo
en cuenta el simbolismo de las cifras y las medidas. El prestigio de esta
capilla fue tan grande que suscitó muchas imitaciones.
Otro recinto muy interesante
es la capilla de Germigny-des Près,
construida a comienzos del siglo IX como oratorio de una villa del Obispo de
Orleans, Teodulfo. Su planta es un cuadrado dividido en tres naves y nueve
espacios internos cuadrados o rectangulares. El central, más ancho, cuenta con
una torre. Tiene cuatro ábsides. Las bóvedas se sostienen sobre pilares y los
arcos son de herradura visigótica. Cuando lo veas, percibirás cierto
bizantinismo en la construcción. Destaca la decoración de yesos y mosaicos. El
ábside oriental luce un mosaico que representa el Arca de la Alianza bajo la
mano de Dios, venerada por ángeles.
En cuanto a los monasterios,
hay un dato incuestionable, que el modelo que surge de la cultura carolingia
constituye la base conceptual del monasterio de Cluny, que a su vez determina
los monasterios románicos. Carlomagno quiso que los monasterios de su Imperio
se rigiesen por la regla de San Benito de Nursia, aunque será su hijo, Luis el piadoso, el que consiga su
implantación. Caso modélico es el monasterio
de Saint Gall, sólo conocido por
un plano manuscrito, pero que debió establecer un tipo que se iría modificando
según las exigencias de cada emplazamiento. Frente al monasterio visigodo centrado
en la iglesia, el carolingio se organizaba en torno al claustro. Saint Gall era un conjunto monasterial
de forma rectangular ocupado por templo, convento, claustro y hospedería,
además de diversas dependencias y jardines. El templo era de planta basilical,
con crucero y coro, y con ábsides con altares en los extremos, separados con
canceles.
Antes de seguir con la
arquitectura, voy a presentarte una pincelada sobre los aspectos litúrgicos,
porque son esenciales para la comprensión del siguiente edificio.
La presencia de una tradición
litúrgica era una realidad de la cual la Iglesia se iba haciendo cada vez más
consciente. Ya en el siglo VIII existía un gran número de expertos que
compilaban cánones y disposiciones conciliares, elaborando un corpus que
culminó con la reforma carolingia que antes mencioné. De la liturgia de este
siglo llama poderosamente la atención el respeto por el altar, que se
manifiesta a través de la colocación de canceles que restringían el acceso a
él. Me parece precioso el símil que hacía San Juan Damasceno comparando el
altar con el cuerpo de la Virgen, que albergó el de Cristo gracias a la acción
continua del Espíritu Santo. En esta época también se consolidó la práctica de
la reserva eucarística, ya que el Concilio de Aquisgrán prescribía la dignidad
debida a la conservación del cuerpo de Cristo, que debía estar disponible para
los fieles enfermos de gravedad.
Por otra parte, en el año 754,
Pipino decretó la adopción de la liturgia de Roma. Esto conllevó
transformaciones destinadas a asimilarse al nuevo ambiente, entre las que
destaca el dramatismo que le imprimió y el gusto por las largas oraciones, pero
sobre todo, el desarrollo de la liturgia procesional. La procesión del
Evangelio se convirtió en un desfile triunfal de Cristo al que se aclamaba con
el Gloria tibi Domine, hasta entonces
desconocido.
Dicho esto ¿sabes dónde
tuvieron lugar las mayores novedades de la liturgia carolingia? en el
monasterio de Centula, o también conocido como Saint-Riquier. Por si no te habían quedado claros los vínculos
entre arquitectura y liturgia. Saint-
Riquier fue la construcción más prestigiosa de la época, levantada el año
799 por Angilberto (yerno de Carlomagno) y destruida por los normandos (de
hecho, conocemos la construcción sólo a través de dibujos). El centro del
espacio lo constituía un gran claustro trapezoidal con tres templos: San
Ricario, Santa María y San Benito. Lo circundaban pórticos cubiertos para
facilitar las procesiones de los monjes desde la iglesia abacial a los santuarios.
La iglesia abacial tenía una triple dedicación: el Salvador, la Virgen y San
Ricario, sobre cuyas reliquias se alzaba. Era explícito el simbolismo de los
números, comenzando por el número tres, que aludía a la Trinidad. Había tres
templos, tres torres, tres altares principales y tres oratorios consagrados a
los tres Arcángeles San Miguel, San Gabriel y San Rafael. La cripta de la torre
del Salvador tenía 25 reliquias de la cruz de Cristo dispuestas en semicírculo
en el coro, recordando la basílica del Martyrion de Jerusalén. En la nave
central había cuatro oratorios: el Nacimiento, la Pasión, la Resurrección y la
Ascensión, todos pintados y decorados con mosaicos. La Iglesia de la Virgen era
una rotonda con un altar central revestido de oro y cubierto de baldaquino,
rodeado de doce altares dedicados a los Apóstoles. Los altares de todo el
recinto sumaban 30, múltiplo de tres, como el número de 300 monjes que
componían la comunidad. Los alumnos de la “schola” eran 99, divididos en 3
grupos de 33.
Un dato muy interesante que
tenemos de Centula es el texto de Angilberto, su constructor. Se trata de la Institutio sancti Angilberti abbatis de
diversitate officiorum, que desarrollaba una extraordinaria liturgia
procesional. En él se describía cómo el recinto se había edificado en función
de una liturgia centrada en el triduo pascual, de carácter estacional, con
referencia a Jerusalén. Parece que Angilberto había concebido la iglesia
abacial como la del Santo Sepulcro. La liturgia no se limitaba a la abadía, sino
que comprendía siete aldeas que evocaban los siete distritos de Roma. ¿No te
sorprende la complejidad de la liturgia carolingia marcada por las alegorías y
los simbolismos? Ojalá pudiéramos extendernos para detallar toda esta belleza…
pero si te interesa, encontrarás una descripción muy completa en la publicación
Mensaje simbólico del arte medieval de
Santiago Sebastián que te presenté en mis recomendaciones bibliográficas.
En él podrás descubrir también
la importancia de la cripta carolingia y la belleza de su arquitectura. Eran
recintos semisubterráneos y cuadrados (no circulares como las paleocristianas o
las románicas) en los que se experimentó con las cubiertas abovedadas de piedra
que tendrían eco en el románico. Se situaban bajo el presbiterio, y en ellas
había capillas donde se guardaban reliquias, e incluso había algún
enterramiento. Caso destacado es la Cripta
de San Germán de Auxerre, cubierta con bóveda de cañón corrido y con unas
interesantes pinturas murales que volveré a mencionar al hablar de las artes
plásticas.
Por otra parte, el
protagonismo de las reliquias, en una época donde las canonizaciones se
obtenían por aclamación popular de quienes convivieron con el santo, conllevó el desarrollo y dignificación del
altar. Santiago Sebastián describe muy bien el sistema de explicaciones
alegóricas de las ceremonias eucarísticas que desarrollaron Alcuino y su
discípulo Amalario (basándose en precedentes del Pseudo Dionisio y San Máximo
el Confesor); sin olvidar la renovación de los tropos o el modo en que se abrió el camino al drama litúrgico. La
riqueza de la liturgia carolingia es de tal calado que bien merecería
detenerse. Pero tenemos que seguir avanzando.
Me resta mencionarte la
presencia del “Westwerk” o macizo occidental en la arquitectura carolingia. Es
un elemento muy característico de la arquitectura carolingia, aunque sólo se
encuentra en el centro del Imperio, en
Alemania, Francia, Austria o Suiza. Se trata de fachadas monumentales que
forman un elemento autónomo con tres torres, una al centro y otras dos
flanqueando la fachada. Se encontraban sobre todo en los monasterios reales y
eran utilizados en esta época para funciones seculares, como la cancillería o
el aula de tribunal. Solo en raros casos, el “Westwerk” tenía función militar. Su
significación simbólica era la de una fortaleza contra los demonios. El lado
este se asociaba a Cristo y alojaba el ábside con el altar. Al oeste se
situaban las fuerzas del mal. No faltaba la presencia del Arcángel San Miguel
liderando la lucha contra los demonios. Aunque Centula tenía un Westwek, sólo
se ha conservado el de la Abadía de
Corvey, en Westfalia, una construcción benedictina del siglo IX, con lo
cual es el más antiguo que perdura, aunque fue muy remodelado en el románico.
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