jueves, 7 de marzo de 2013

ARQUITECTURA CONTEMPORÁNEA


El umbral que abre el camino a la Edad Contemporánea puede concretarse en un año: 1789, con la Revolución Francesa. Muchos acontecimientos habían preparado el terreno, pero sobre todo, había surgido un nuevo espíritu, una concepción del mundo que rompía radicalmente con toda la tradición anterior: la Ilustración. Ya sabes que el pensamiento ilustrado se desarrolló en el siglo XVIII, el llamado “Siglo de las Luces”.  Pocos movimientos han sido tan sobrevalorados como la Ilustración, que en el fondo es un fruto del individualismo y de la desvinculación con el pasado histórico. Con un fanatismo sorprendente, predica una ilimitada fe en el progreso y en la razón humana, que quedaría tristemente desmentida con las dos guerras mundiales, que dieron al traste con la utopía. Con todo, han pasado dos siglos, y aún somos hijos de la Ilustración. 
¿Qué te voy a contar del cercano siglo XX? Es mucho más difícil narrar la historia que se está viviendo ¿verdad? El detonante para la nueva transformación lo aportó la revolución industrial que irrumpió en 1850-90 con la aparición del ferrocarril, y luego con una sucesión imparable de inventos y descubrimientos de todo tipo. Es el siglo del tandem capitalismo-socialismo y del liberalismo radical en difícil convivencia con el antropologismo ateo. Prima la voluntad popular y el mercantilismo. Todo es objeto de consumo. Por otra parte, la Iglesia es consciente de que su misión en el mundo es devolverle la esperanza.
En cuanto a la historia del arte, si hasta ahora el protagonista había sido la temática religiosa, en este momento el vuelco es radical. La tradición cristiana es postergada por otras propuestas más “a la moda”.   El relato artístico se convierte en una amalgama de pensamientos diversos, muchas veces opuestos, que se superponen pero no se proponen. Los siglos XIX y XX (sobre todo el segundo) están marcados por la invasión de multitud de “ismos” de matriz nietzscheana. Los sobrevolaremos brevemente, conscientes de la aparición de multitud de tendencias que confluyen unas en otras, solapándose en el tiempo.
EL NEOCLASICISMO
La Ilustración buscaba un arte conforme a la razón, y el inquieto barroco era lo opuesto. Como reacción, se produjo una vuelta al clasicismo, pero que ya no estaría en manos de la aristocracia, sino de un nuevo estamento privilegiado: la burguesía. A esta pretensión se unió el interés renovado por la Antigüedad clásica a raíz de los descubrimientos de las ruinas de Herculano y Pompeya. Estamos ante una época llena de contradicciones en la que conviven lenguajes antagónicos, y que se extiende desde finales del siglo XVIII hasta bien entrado el siglo XIX.
Los arquitectos neoclásicos fueron poco originales. La mayor creatividad la despliegan en la aplicación de la geometría. Rechazaron la barroca compenetración de plantas y espacios, las líneas quebradas o los volúmenes interiores camuflados por la apariencia exterior. Prima el respeto a la integridad de los planos y a la simplicidad de los volúmenes. Se optó por la columna dórica de fuste estriado por su equilibrio simple. Las iglesias cobraron el aspecto de templos griegos sin decoración externa. Lo más sorprendente es que estos parámetros no se consideraban un cambio de gusto, sino que pretendían haber alcanzado la verdad tan buscada del arte. 
Aunque el neoclásico se cebó en la arquitectura civil, tiene ejemplos notables en el campo religioso tanto en Francia como en España. En Francia surge el “estilo Luis XVI”, destacando SOUFFLOT (1713-80) con su Santa Genoveva, de planta de cruz griega y pórtico columnario con entablamentos rectos y cúpula central sobre el crucero. Como evolución de esta estética, el “estilo imperio” de época napoleónica se hace menos severo y extrema la finura decorativa de corte egipcio y romano. De esta época destaca BARTHÉLEMY VIGNON (1762-1864), constructor de La Magdalena, un templo de orden corintio grecorromano a escala gigante con una única nave.
En cuanto a España, el cambio de gusto vino provocado por la fundación de la Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1752 (a la que siguieron muchas otras en distintas provincias) con lo que la actividad artística se centralizó, destacando de modo especial la arquitectura. El mejor representante del tránsito del Barroco al Neoclásico es VENTURA RODRIGUEZ (1717-85). Su viraje hacia el neoclasicismo tuvo lugar en 1760 influido por las doctrinas que abogaban por retornar a la pureza de las formas geométricas, pero siempre se lo consideró anclado en el Barroco. La fachada de la catedral de Pamplona es la primera obra en la que hace manifiestas las nuevas tendencias, con un pórtico tetrástilo coronado por un frontón triangular entre dos torres cuadradas. Él trazó muchas otras obras que luego realizaron arquitectos locales, como es el caso de San Sebastián de Azpeitia, ejecutado por FRANCISCO IBERO con tres vanos en arquería de medio punto, cuatro grandes columnas dóricas que limitan el arco central que da acceso al pórtico y pilastras pareadas que sirven de jambas a los arcos de los extremos. El franciscano FRANCISCO CABEZAS realizó San Francisco el Grande de Madrid, siguiendo el modelo del Panteón romano, mientras que la fachada la ejecutaría SABATINI, un arquitecto italiano afincado en Madrid para realizar el Palacio Real. JUAN DE VILLANUEVA (1739-1811) fue arquitecto oficial del Escorial y máximo representante del clasicismo. Es el autor del Oratorio del Caballero de Gracia, una basílica de naves laterales muy estrechas.

EL ROMANTICISMO
Convive con el Neoclasicismo y no es fácil deslindar el momento en el que lo desplaza definitivamente, pues lo hace de modo diverso según las geografías y los géneros artísticos. Lo que parece evidente es que el racionalismo excesivo produjo hastío. La reacción fue una estética en la que primase el sentimiento, la espiritualidad, la imaginación, la fantasía o la intuición, frente al frio intelectualismo anterior. 
En arquitectura, despertó un interés nostálgico por el medievo. En Francia se produjo una renovación espiritual favorecida por la Restauración política que motivó la construcción de numerosas iglesias que imitaban la arquitectura medieval. Para la construcción de Santa Clotilde se encarga al arquitecto y arqueólogo alemán FRANZ CHRISTIAN GAU que diseñe un templo gótico. Es el comienzo del neogótico que proliferará a pesar de las protestas entre los académicos, fieles al clasicismo francés, algunas tan lúcidas como la que denunciaba la innecesariedad y anacronismo de tales construcciones en la época. Pero la tendencia persistió. A veces con arquitecturas eclécticas en las que se integraban elementos bizantinos, románicos y góticos, como en Notre-Dame de Marsella, obra de VAUDOYER, o en la mezcla de Renacimiento y gótico presente en la Trinité de París construida por BALLU. El teórico y arquitecto VIOLLET-LE-DUC se encargará de numerosas restauraciones, con el apoyo oficial de Napoleón III.
Alemania se distingue por el desarrollo de la teoría de que el gótico es la esencia del espíritu germánico, adoptándolo como el estilo idóneo para las iglesias. El principal arquitecto es SCHINCKEL (1781-1841), autor de la Werderkirche, de apariencia neogótica, pero integrando también elementos renacentistas y románicos. En San Nicolás de Postdam se volverá al clasicismo romántico. GARTNER es experto en fundir gótico y renacimiento en construcciones como San Luis de Munich. Muchos otros arquitectos trabajarán en la misma línea, destacando el entusiasmo del “círculo de Tréveris”. En cuanto a los trabajos para completar la catedral de Colonia, ocuparon desde 1824 hasta 1880. En Viena se inició un desarrollo urbanístico con el emperador Francisco José. El edificio revival más destacado es la iglesia votiva de estilo gótico francés levantada por VON FERSTEL. En Inglaterra, el interés por el arte medieval se vió acrecentado por el “Movimiento de Oxford”. El arquitecto PUGIN se convirtió al catolicismo y consagró su vida a la recuperación del gótico, alcanzando gran prestigio. El neogótico se impuso en Inglaterra casi en exclusiva. Bajo la inspiración de la “Sociedad eclesiológica” el gótico victoriano se adaptó a las dimensiones y necesidades de las parroquias. BUTTERFIELD edificó la iglesia de Todos los santos de Londres iniciando la combinación de franjas de ladrillo rojo y negro que se haría tan popular. En Italia se optó por imitar los modelos autóctonos, como exhibe la cúpula de San Gaudencio de Novara, obra de ANTONELLI. 
La desamortización de Mendizábal hizo estragos en España en 1836. Con ella, muchos edificios se arruinaron y muchas obras de arte desaparecieron. Quizá esa es una de las razones por las que el neomedievalismo tardó en arraigar. Tras la revolución de 1868, se iniciará un proceso de construcción de ostentosos edificios religiosos que hagan visible el sueño de la restauración de la cristiandad. La iglesia del Buen Suceso de Madrid, obra de ORTIZ DE VILLAJOS, será uno de esos edificios que fundan el gótico y el románico. La restauración alfonsina promoverá una arquitectura ecléctica tan suntuosa que a veces resulta inviable, dejando algunos templos inacabados. Además, también ofrecían otro tipo de problemas derivados de que las iglesias son pensadas desde una perspectiva monumental, más que desde su carácter litúrgico y pastoral.

EL REALISMO
Entra en escena una nueva mirada sobre el mundo que rechazaba tanto la nostalgia de la Antigüedad como la evasión fantasiosa. Ahora el interés se situaba en el presente, a pesar de sus dificultades. En pocos años, la máquina había invadido el mundo, transformando las circunstancias socioeconómicas. Además se había producido un extraordinario aumento de la población que las ciudades no estaban preparadas para asumir, originándose un grave problema urbanístico, agudizado por la especulación inmobiliaria. Surge la distinción entre el ingeniero y el arquitecto, necesidades y técnicas nuevas y nuevos materiales. Comienzan a construirse otra tipología de edificaciones como estaciones, puentes o museos. En una carrera tan solo animada por el desarrollo material, la Iglesia, con sus recursos muy mermados, quedará inicialmente “fuera de juego”. Pero pronto iba a reaccionar.
Francia construyó el neobizantino santuario del Sagrado Corazón coronando la colina de Montmartre. Se levantó cumpliendo un “Voto Nacional” con motivo de la derrota frente a Prusia de 1870. Diseñado por ABADIE, sucesor de Viollet-le-Duc, él no lo terminará. Un voto similar dará origen a la ecléctica Notre-Dame de Fourvières (Lyon), edificada por BOSSAN en 1872. Contemporánea es la neogótica basílica de Lourdes. Una arquitectura más novedosa surge del uso de nuevos materiales, como la iglesia de San Agustin de BALTARD, que esconde una estructura metálica bajo aparejo de piedra, o San Juan de Montmartre de BAUDOT, quien a pesar de atreverse a construir con cemento armado, finalmente lo reviste con mosaicos de porcelana.
En España no hay arquitectura rompedora. El exponente de la época es la catedral de la Almudena, encargada al MARQUÉS DE CUBAS, quien, tras varios proyectos, se decidió por uno inspirado en Chartres. Por diversos problemas, los planos fueron sucesivamente simplificados hasta acabar en un modelo clasicista de corte imperial. Más exitoso fue el proyecto de APARICI para la Colegiata de Covadonga, de estilo neorrománico con tres naves con crucero y torres. También se concluyó en breve tiempo la catedral del Buen Pastor de San Sebastián, de MANUEL ECHAVE, inspirada en el gótico alemán.

EL MODERNISMO
Este estilo está a caballo entre los siglos XIX y XX. El hastío del “revival”  reclamaba una mayor fuerza creativa. Se tomó conciencia de que la revolución industrial había transformado definitivamente las estructuras y el proceso era imparable. En 1850 se inicia un fenómeno nuevo que va a llegar hasta nuestros días. Se organiza la primera Exposición Universal. Su organizador, Henry Cole, da el primer paso en el reencuentro del arte con la producción industrial.
En este proceso, el inglés WILLIAM MORRIS (1834-1896) ejerció un papel muy activo. Artesano, diseñador, arquitecto, pintor, poeta, escritor, impresor y activista político, estuvo muy vinculado a los prerrafaelitas. Con algunos de ellos creó una empresa de diseño en la que pretendía un “revival” de la época medieval como paradigma de la primacía del ser humano sobre la máquina. Además, fundó una imprenta donde produjo trabajos originales y reimpresiones de los clásicos bellamente ilustrados. También fue el fundador del movimiento “Arts and Crafts”, que pretendía retornar a la manufactura artesanal, huyendo de la producción en serie.
No pierdas de vista que es la época en la que Eiffel triunfa con sus estructuras de ingeniería, promoviendo la extensión del uso del metal en la arquitectura, que vió su culmen en la torre parisina (1887-89). Se buscó lo nuevo sólo por su novedad, de ahí el nombre de “Art Nouveau” que recibió en Francia y Bélgica, mientras que en Inglaterra se adoptaría “Modern Style”, en Alemania “Jugendstil”, en Austria “Sezessión” y en Italia “Liberty” o “Floreale”. 
Es un estilo muy fácil de identificar. Son fascinantes sus líneas ondulantes, asimétricas y torcidas, la exuberancia de las formas vegetales y la decoración. Se trata de un arte esencialmente decorativo que se propaga en el mueble, el papel, la joyería, el tejido, el libro, el cartel o la decoración arquitectónica. Encajará muy bien con la cultura e iconografía simbolista. Entre los arquitectos fieles a esta estética están el belga VICTOR HORTA, el alemán BEHRENS, el francés HECTOR GUIMARD y cómo no, el genio español ANTONIO GAUDÍ (1852-1926). Este arquitecto adscrito al movimiento “Renaixenca” de Cataluña no sólo reaccionó contra el eclecticismo medievalista, sino que sentó las bases para el desarrollo de la doctrina funcionalista, impuso un impecable criterio de unidad en sus estructuras, vinculó la geometría y la mecánica, evitó los empujes centrífugos, introdujo los arcos parabólicos y las curvas catenarias, desbordó una imaginación portentosa en lo decorativo, y sobre todo, fue un profundo católico que descubrió en su talento un modo de dar gloria a Dios. El modernismo se había extendido por cafés y restaurantes de toda Europa, estaciones de Metro, almacenes, fachadas y escaleras… aunque en la arquitectura sagrada no había calado. Sin embargo, una sola obra consiguió que el estilo marcase un hito en la historia: la Sagrada Familia.
 Este templo expiatorio barcelonés partió en 1884 de un proyecto neogótico diseñado con cruz latina. Gaudí renovó por completo el plan, comenzando por la fachada del Nacimiento, la única que pudo terminar. La fachada ofrecía un rostro sumamente original con dos facetas; una daba a la calle y estaba poblada de esculturas alegóricas junto a decoración floral, la del interior fundía la arquitectura gótica con la geometría del cubismo. Cuatro torres campanario de increíble altura y remates de ensueño dotan el conjunto de un aspecto alucinante. Es una obra de tal envergadura que aún continúa en construcción. Pero esta no fue la única obra religiosa de Gaudí, la Capilla de la Colonia Güell, de la que sólo llegó a terminar la cripta, se diseñó con un dominio de la funcionalidad litúrgica muy avanzado. La genialidad de este arquitecto que está en proceso de beatificación fue tal que apenas tuvo seguidores.
Otro arquitecto que reaccionó contra el historicismo e impulsó el funcionalismo racionalista fue OTTO WAGNER (1841-1918). Su Capilla para el hospital de Steinhoff tiene planta de cruz griega cubierta por una gran cúpula sobre tambor de tradición clásico-romántica, aunque la modernidad le viene dada por la luminosidad y la funcionalidad litúrgica, atenta a la visibilidad. La decoración evidencia el gusto “art nouveau”.

ARQUITECTURA DE ENTREGUERRAS Y POSTGUERRA
El Art Nouveu no tardó en provocar el hastío incluso entre los propios iniciadores. Se abría camino un nuevo espíritu que apostaba por un peculiar racionalismo. De nuevo se optaba por el sendero opuesto al emprendido en los últimos años. Ya ves que este proceder es uno de los rasgos que marcan la identidad del siglo XX. Después de la Primera Guerra Mundial, los arquitectos descubrieron las posibilidades del hormigón armado. Era un material muy resistente, de bajo coste y que agilizaba enormemente la construcción. Con todo, no sería fácil asimilar su uso sin revestimiento, y menos aún en edificios de culto. Los primeros en atreverse fueron los grandes arquitectos de la época, el americano FRANK  LLOYD WRIGHT, con su capilla de la Iglesia Unitaria de Oak Park (1906, Illinois), toda de hormigón, pero con un revestimiento de canto rodado, y sobre todo el francés AUGUSTE PERRET (1874-1954), a quien puede considerarse el autor de la primera iglesia que obedecía a las modernas concepciones, edificada en 1923. 

Se trataba de una iglesia para un suburbio de París que debía ser funcional, amplia y barata. Notre-Dame de Raincy resultó ser un edificio construido en cemento armado con encofrado, sin enlucido alguno, de planta rectangular dividida en tres naves (la central más ancha) cubiertas con bóvedas y presbiterio elevado. Lo mejor del edificio es que la fortaleza de la estructura permitió convertir los muros en paramentos de cristal de colores que Maurice Denis diseñó, creando una íntima ambientación cromática. Perret también es el autor de Santa Teresa de Montmagny, en la que aplicó idénticos principios a menor escala, y San José de Le Havre, en la que ya se ajustó más a los principios del “movimiento litúrgico” del que te hablaré enseguida. El genio de Perret pronto sería asumido por otros arquitectos, como el suizo  KARL MOSER (1860-1936), a quien se debe la iglesia de San Antonio en Basilea, con alternancias entre paramentos macizos y de cristal, el altar sorprendentemente retirado al fondo, un muro opaco y liso en un distanciado presbiterio, y una imponente torre exterior.
En los años 20 esta tendencia se afianzó. Contribuyó la aparición del cubismo pictórico, el funcionalismo antirromántico de la “Bauhaus” y el purismo, que combatieron las resistencias a una racionalización absoluta de la arquitectura. Nuestra Señora de la Paz, en Frankfurt, de HANS HERKOMMER, o Santa María de Mülheim, obra de FAHRENKAMPF constituyeron magníficos exponentes de una estética que, a pesar de todo, no acababa de arraigar ni en las autoridades eclesiásticas ni en el pueblo cristiano.
La influencia del movimiento litúrgico
No sé como me atrevo a contarte en dos líneas la trascendencia que tuvo el movimiento litúrgico. Debe ser la necesidad. Lo único que te diré es que se trató de un proceso de renovación interna en el que se redescubrió el papel de la liturgia en la Iglesia contemporánea. En el siglo XIX se habían producido algunos gestos que denotaban una pérdida del sentido de la liturgia, como la práctica del rezo de devociones personales durante la celebración. La vida espiritual de los fieles iba por caminos diversos a los de la liturgia y muchos ritos habian perdido su significado. En ese contexto, la Iglesia vió necesario volver a las fuentes de la liturgia para devolverla con toda su riqueza al pueblo cristiano.  Este proceso conllevaría diversas consecuencias, entre las que se encontraba la renovación arquitectónica.
En Alemania, esta sensibilidad se materializó en la fundación de una agrupación católica que pretendía profundizar en la conexión entre arquitectura, liturgia y teología. Sobre las bases de ese diálogo cuajaron las modernas directrices arquitectónicas. El interés era doble, construir con los nuevos materiales y una estructuración basada en la lógica, y a la vez obedeciendo a la función litúrgica y a la búsqueda de la identidad de la “domus ecclesiae”. El grupo “Quickborn” dirigido por mi admirado Romano Guardini también participaba de las mismas inquietudes. Esencial a estos planteamientos fue la publicación de un libro que desarrollaba la centralidad de Cristo en la comunidad cristiana y en la liturgia, obra del sacerdote Van Acken. Muy influenciado por este libro comenzó sus diseños el arquitecto DOMINIKUS BÖHM (1880-1955) quien en sus construcciones había empleado arcos parabólicos que tendían a cierto “goticismo de cemento”. Sin embargo, ligado a las nuevas ideas, rompe cualquier vínculo historicista y construye la iglesia de San Engelberto en Colonia-Riehl, de planta perfectamente circular con un rectángulo adherido para el santuario y otro como capilla de días laborables. El ensanchamiento del espacio destinado a la comunidad en el espacio más cercano al santuario marca una tendencia que iba a arraigar profundamente.
 Otro de los teóricos del momento, el arquitecto R. SCHWARZ (1899-1961) levantaría la iglesia del Corpus Christi de Aquisgrán, una estructura de cemento con cerramientos de piedra pómez con dos espacios bien diferenciados, una desnuda nave rectangular destinada a acoger la gran asamblea (un espacio que él describía como “imagen del vacío que debe ser colmado por la presencia de Dios”), y otra nave muy baja en el lado de la epístola para la oración privada. En cuanto a MARTIN WEBER, sólo decirte que fue el primero que, en la iglesia del Espíritu Santo de Frankfurt, inspirado en la participación activa del pueblo en la liturgia, situó el altar casi en en centro de un rectángulo sobre un presbiterio elevado como una isla e iluminado por vanos abiertos en la torre central.
Con el nazismo y la persecución religiosa, el movimiento renovador se paralizó en Alemania, pero la antorcha se transmitió a Suiza, donde destacó FRITZ MEGER con su San Carlos de Lucerna. No faltaron buenos exponentes en Austria e Italia o Inglaterra, especialmente la anglicana. En Francia el cardenal Verdier inicia los Chantier du Cardinal, un amplio programa de construcción de iglesias que pretendían una renovación aunque sin conseguir la perfecta sumisión a la función litúrgica.
La aportación de la postguerra
La devastación provocada por la Segunda Guerra Mundial supuso un triste acicate constructivo en Europa. Los horrores de la guerra liquidaron los residuos de romanticismo que aún pudiesen perdurar y renovaron la sinceridad de una Iglesia comprometida con la reconstrucción del mundo. Providencialmente, el país más arrasado fue el mismo que había liderado la renovación de la arquitectura. Alemania además contaba con una valiente Comisión Episcopal que se lanzó a formular en 1947 unas Directrices para la construcción de iglesias bajo cuyo espíritu se construyeron millares de iglesias europeas. Las claves eran: racionalidad y economía en el empleo de los nuevos materiales y técnicas, nueva sensibilidad estética, sobriedad y pureza de lineas, primacía de la liturgia y la teología, y sobre todo el principio de la funcionalidad, todo en el marco de lo que Plazaola califica de “arquitectura liberada” que proporcionaba una gran flexibilidad en el diseño de las construcciones. 
Continuando con el caso alemán, su programa de reconstrucciones estuvo a la cabeza del mundo, en cantidad y en calidad. Los mismos arquitectos que antes mencioné continúan trabajando con esfuerzos redoblados. Vuelvo a SCHWARZ, quien desarrolla ahora su verdadera identidad en la que los volúmenes se unifican (alojando comunidad y santuario en un solo espacio), se omite cualquier decoración añadida (como Maria Reina de Frechen), convierte el espacio en forma cultual simbólica, subraya la presencia de la luz y rechaza el color, enfatiza el altar y traza un diseño geométrico tanto en sus plantas elípticas (como San Miguel de Frankfurt) como en las rectangulares o cruciformes, caso de sus tres iglesias de Essen, donde las vigas del techo en forma de “X” o “Y” centran el espacio. La influencia de este arquitecto es patente en GOTTFRIED BÖHM, junto a la de su padre, Dominikus, aunque sobre todo estará marcado por Gropius y Mies van der Rohe. Además de arquitecto, trabajó en escultura y vidrieras, destacando sus iglesias de San Cristóbal de Oldenburg, Santa Teresa de Mülheim o María Reina de Dusseldorf. Hay que nombrar también a EMIL STEFFANN (1899-1968), de estilo austero y sencillo e interiores aislados gracias a cerramientos de ladrillo. Es muy sugestivo su San Bonifacio de Dortmund, modelo de planificación espacial. En Suiza, el anteriormente citado METZGER ilustra la evolución de la nueva orientación con construcciones como San Mauricio de Ober-Engstringen. Aún más evoluciona HERMANN BAUR, quien en un artículo publicado en 1959 manifiesta su preocupación por el significado del servicio litúrgico, reflexionando sobre la integración del espacio para la comunidad y el santuario. Francia, a pesar de haber sido pionera en la arquitectura moderna, fue tardía en sus realizaciones, en parte porque en la postguerra no tuvo un equipo de liturgistas impulsores como sucedió en Alemania, Suiza o Austria. Aunque sí que contó con la Revista “El arte sacro”, dirigida por dominicos que pretendían crear el ambiente social propicio para la renovación, además de la continuación de los trabajos de los Chantiers du Cardinal. Sin embargo, la arbitrariedad constructiva indicaba la ausencia de una mente rectora. Si hay que destacar un edificio, sin duda sería Notre-Dame-du-Haut, en Ronchamp, obra del célebre LE CORBUSIER (1887-1965), quien diseñó todos los detalles de este santuario de peregrinación, desde los efectos de luz hasta las pinturas, vidrieras y objetos sagrados. Renunciando a los planos rectilíneos impuestos por credo racionalista, optó por la elasticidad de las curvas y por la realización de lo que él llamó “escultura musical” integrada con el paisaje, pero despreocupada de las funciones litúrgicas.
En cuanto a Italia, permaneció demasiado tiempo anclada en lo anterior, hasta que la iniciativa del cardenal Lercaro, convocando en 1955 el Primer Congreso Nacional de Arquitectura Sagrada en Bolonia, consiguió despertar la inquietud. En Bolonia destacaron las construcciones de TREBBI y GRESLERI, pero el gran arquitecto de la época fue MICHELUCCI, que consiguió renombre mundial gracias a la iglesia de San Juan Bautista de la autopista de Florencia, en la que desarrolló la idea del tabernáculo de Dios entre los hombres. No se trataba de una parroquia, sino de una especie de oasis espiritual en medio de la vorágine de los viajeros, inspirada en el espíritu de la capilla de Ronchamp.
Ya sólo abordaremos España, marcada por la presencia del GATEPAC en los años 20, bajo el cual un grupo de arquitectos asentaron la arquitectura racionalista. Con la guerra civil se interrumpió esta línea evolutiva que ya difícilmente se iba a recuperar. En la postguerra se regresó a antiguos modelos de corte herreriano o neoclásico en los que apenas descollaron proyectos novedosos como la basílica de Aranzazu de SÁENZ DE OÍZA que fueron duramente combatidos. Mejor resueltas fueron las construcciones de MIGUEL FISAC, como la iglesia dominica de Arcas Reales (Valladolid), o la aún más funcional iglesia de Alcobendas (Madrid) que obedecía al concepto de iglesia monástica abierta al gran público con dos zonas contrapuestas unidas entre sí a través del santuario. En general, las iglesias españolas de los años 50 se caracterizaron por el empleo de la lógica constructiva y los nuevos materiales y técnicas, pero sin llegar a una asimilación de la teología del culto cristiano consciente del sacerdocio de los fieles, y acentuando excesivamente la separación entre el santuario y la comunidad. Aún así, destacan edificaciones como las madrileñas Santa Rita, obra de ANTONIO VALLEJO Y FERNANDO DAMPIERRE y los Sagrados Corazones de R. GARCÍA DE PABLOS, de planta hexagonal y exquisita decoración con vidrieras de Muñoz de Pablos y Suárez Molezún y pintura mural de Vaquero Turcios. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario