martes, 26 de febrero de 2013

ARQUITECTURA CONSTANTINIANA



Con la paz de Constantino y la expansión del cristianismo, pronto las “Domus Dei” resultaron insuficientes para acoger la cantidad de fieles que se congregaban en torno al altar. Consciente de esta necesidad, el emperador Constantino desarrolló un amplio programa de construcción de basílicas. A menudo se reutilizaban materiales de los templos paganos, y se decoraban con paredes de mosaico y pavimentos de mármol. Las edificaciones romanas eran más uniformes, mientras que las orientales variaban su estructura según los recursos materiales y técnicos de cada zona.
Estas son las principales tipologías:

Basílicas: precedidas por el atrio o patio porticado, que marca simbólicamente la transición entre el mundo profano de la calle al recinto sagrado. El atrio da paso al nártex, un espacio cubierto intermedio entre el atrio y el cuerpo de la basílica, formado por tres o cinco naves, aunque en el norte de Africa pueden encontrarse con siete o nueve. La nave central suele ser más alta y ancha que las laterales, y en medio tiene un espacio cerrado por canceles reservado para los cantores, el schola cantorum. Las naves se separan por hileras de columnas o pilastras y desembocan en el transepto o crucero, previo al ábside o cabecera que se cierra con canceles. En él se encuentra la cátedra y el altar, que en principio era una simple mesa de madera reservada para la celebración de la Eucaristía. En las basílicas martiriales, esta mesa se colocaba junto a la tumba del mártir; pero pronto se impuso la costumbre de celebrar sobre la propia tumba. Curiosamente, este fue el origen de los altares fijos. De hecho, se extendió esta tradición a todas las iglesias de la cristiandad, que construyeron altares fijos en los que se introducían reliquias de los mártires. Con el tiempo, esta costumbre se convirtió en preceptiva y ya sabrás que aún hoy se mantiene.
Las basílicas cementeriales, surgidas en el siglo IV como fruto del culto a los mártires, constituyen un tipo específico, que se encontraba fuera de las murallas. Es el caso de basílicas tan célebres como San Sebastián, San Lorenzo Extramuros, Santa Inés, San Pablo Extramuros, o la misma San Pedro del Vaticano. También existen basílicas votivas, es decir, iglesias construidas en honor del Salvador, de la Virgen o de los Santos. La más antigua de Roma es San Juan de Letrán, edificada en el solar que fue cuartel de caballería del palacio de Letrán donado por Constantino a la iglesia. También está la constantiniana Santa Cruz de Jerusalén o Santa María la Mayor, la más antigua dedicada a la Virgen.

Edificios cruciformes: En Constantinopla se construyó una iglesia dedicada a los doce Apóstoles. Era un martyrion destinado a honrarlos y también a acoger el sepulcro de Constantino, situado entre los cenotafios que suplían las tumbas de los Apóstoles. Aunque el edificio no se ha conservado, por las descripciones de Gregorio Nacianceno y Eusebio sabemos que era de planta cruciforme. Debido a la importancia de esta construcción, fue muy imitada, de modo que en el siglo IV se edificaron numerosos edificios con forma de cruz. Es el caso del templo construido en Antioquía hacia el año 379 sobre la tumba del mártir San Babilas, o el de los Santos Apóstoles de Milán, hoy San Nazario. En él colocó San Ambrosio una inscripción dedicatoria exponiendo su interpretación simbólica sobre la forma en cruz del templo. Ya del siglo V es el imponente conjunto de Alepo (Siria) en el que cuatro edificios basilicales confluyen en  forma de cruz en el octógono centrado por la columna en la que vivió San Simeón el Estilita.

Títulos: Desde el siglo III, Roma se dividió en varios centros (lo que hoy denominamos parroquias) organizados en torno a un “titulo” situado dentro de la ciudad, que desempeñaba las funciones de la parroquia. Su nombre viene del término jurídico “titulus”, que era la tablilla que se colocaba en la entrada de las casas para indicar el titular de la propiedad. Como estas casas habían sido cedidas a la comunidad por sus dueños, se conservó esta denominación como un modo de agradecimiento. Aunque con el tiempo, los títulos fueron perdiendo su denominación originaria para asumir el nombre de quienes realizaron ampliaciones o, más tarde, de los santos cuyas reliquias se veneraban. A fines del siglo VI todos los títulos llevaban nombres de santos. Te facilito algunos nombres: el Titulus Aequitii pasó a ser San Martín de los Montes, el Titulus Clementis es hoy San Clemente, y el Titulus Sabinae se convirtió en Santa Sabina.

Diaconías: Este tipo de construcción eclesiástica nació en Roma en el siglo VI. Sus orígenes son oscuros, pero parece que provienen de la annona, el lugar donde se conservaban los víveres, especialmente el grano. Eran las casas donde residían los diáconos, que como ya sabes, asumían el carisma de la caridad en la Iglesia. La actividad de asistencia a los necesitados ha estado ligada a la vida cristiana desde los primeros momentos. Yo diría más, forma parte de su identidad más irrenunciable. Estas construcciones estaban diseñadas con amplios espacios para almacenar y distribuir los bienes para socorrer a los pobres. Más tarde se convirtieron en iglesias administradas por monjes. Este origen tienen San Jorge en Velabro o Santa María en Cosmedín, curiosamente célebre por custodiar la “Boca della veritá”.



Construcciones de planta circular: Me ha parecido oportuno establecer esta tipología porque las demás (a excepción de las cruciformes) asumen casi invariablemente la planta longitudinal. Este tipo, de clara influencia romana, se usó en Occidente sobre todo en baptisterios y mausoleos. Esta estructura se adaptaba especialmente bien a la liturgia bautismal, aunque también era frecuente la planta octogonal. Es cierto que en los primeros momentos se practicó el bautismo en el agua corriente del río, pero pronto se recurrió al uso de piscinas. Predominaban las de forma circular, pero las había cruciformes, rectangulares, octogonales y de otro tipo, muchas con bellos pavimentos de mosaico y siempre con la capacidad suficiente para que los catecúmenos pudiesen descender a recibir el agua bautismal. Debía ser todo un espectáculo contemplar a las multitudes asistiendo al bautismo de neófitos en las vigilias de Pascua. Sería una escena inolvidable cuando los nuevos bautizados, revestidos con la vestidura blanca, desfilaban en procesión cantando las letanías para participar de la Eucaristía en la basílica más cercana. A este grupo de construcciones pertenecen el Baptisterio de San Juan de Letrán, el Mausoleo de Constanza o San Esteban Redondo.
Por supuesto, no todas las construcciones encajan estrictamente en esta tipología. De hecho, algunas construcciones supieron combinar diversos tipos, como es el caso del Santo Sepulcro de Jerusalén, un complejo de basílica y mausoleo.

El programa constructivo constantiniano

Cuando acabó la persecución, los cristianos se encontraron con muchos de sus edificios derruidos, y con un apoyo imperial incondicional. Constantino no sólo financiaba las edificaciones, sino que él mismo las promovía, desarrollando un ambicioso programa  y poniendo al frente de él a su madre, Santa Elena. El culto se desplazó definitivamente de las casas particulares a estos recintos.
La profusión constructiva y el ambiente de la época lo recoge bien Eusebio de Cesarea en su Historia eclesiástica (primera mitad s. IV): “Una alegría indecible, una felicidad divina embargó los edificios que poco antes habían sido ultrajados por la impiedad de los tiranos y que de este modo renacieron de una larga y mortal devastación. Se vio entonces levantarse las iglesias sobre sus ruinas hasta gran altura y brillar con un esplendor superior al de las iglesias que habían sido destruidas (…) Además, tuvimos el gozo de asistir a un espectáculo aguardado y deseado: fiestas de dedicación en cada pueblo, la consagración de las iglesias construidas recientemente, los obispos reunidos para este fin, los fieles llegados de los lugares más alejados…”.
¿Te parece que recorramos ahora algunos ejemplos típicamente constantinianos de diversas tipologías?
Aunque apenas queden vestigios del edificio original, sin duda hay que comenzar por la basílica de San Pedro del Vaticano. Fue mandada erigir por Constantino hacia el año 320, asumiendo el papa Silvestre I (314-335) la dirección de las obras. Algunos relatos atribuyen a este papa la conversión de Constantino. ¿Te has detenido a reflexionar lo valiente que fue la decisión de levantar esta basílica? En la práctica se erigía un monumento imponente sobre la tumba de un pescador rebelde al poder ejecutado por un predecesor de Constantino. Efectivamente, se había dado carta de libertad al cristianismo, pero los cristianos aún constituían una minoría. Sin embargo, leyendo en la historia, sobre los huesos de aquel amigo de Jesús fueron coronados veintitrés emperadores y, en 1300, se celebró el primer año santo de la historia.
Pocos datos tenemos de esta primera basílica. Parece que tenía cinco naves separadas por hileras de columnas y estaba precedida de un atrio de cuatro pórticos. La pintura de Rafael, El incendio del Borgo, en las Estancias Vaticanas, muestra la fachada de esta basílica. La tradición afirma que el mismo emperador participó en las obras, excavando los cimientos con sus manos en señal de respeto, y cargando simbólicamente sobre sus espaldas doce cestos de tierra. Alrededor de la tumba del apóstol se construyó una pared que la encerraba como en un cofre. Pero del resto de la historia de esta basílica te hablaré en otra carta.
A Constantino se debe también la erección de las reconstruidas San Juan de Letrán (la primera en llevar el apelativo de “basílica constantiniana”) y San Lorenzo Extramuros. Más restos originales se conservan en Santa Constanza, que probablemente fue en su origen un baptisterio costeado por Constantina, la hija del emperador, y más tarde el mausoleo de la princesa. Habrá que esperar al siglo XIII para asistir a su conversión en iglesia. A pesar de las transformaciones, en su interior aún conserva la estructura de doble rotonda, la exterior con doce nichos radiales y la interior formada por una arquería sobre columnas. Se decoraba con bellísimos mosaicos que aún se conservan parcialmente.
Palestina también acogió varias construcciones constantinianas. El emperador, y sobre todo su madre, eran muy sensibles a la sacralidad de la tierra de Jesús. Santa Elena viajó en el año 326 a Tierra Santa, para realizar exhaustivas investigaciones buscando los Santos Lugares donde habían sucedido los hechos que cambiaron la historia. El primero fue la tumba de Jesús. El monte Gólgota (o Calvario en griego), donde Cristo había sido crucificado y sepultado, estaba ocupado por un templo pagano construido por Adriano. Venus y Júpiter eran adorados sobre el  lugar exacto de la muerte del Salvador, pero precisamente eso garantizaba la autenticidad del emplazamiento del Santo Sepulcro. Además, la presencia ininterrumpida de una comunidad cristiana en Jerusalén confirmó la identificación. Las cartas de Constantino a Macario, el Obispo de Jerusalén, referidas a la construcción de la basílica del Santo Sepulcro son un buen exponente de su celo por esta tierra: Mi principal deseo es ornar con construcciones espléndidas ese santo lugar que he librado de la vergonzosa instalación de un ídolo… Conviene, pues, ahora que tomes todas las disposiciones necesarias para construir no sólo una basílica superior a las del mundo entero, sino también otros edificios (Vida de Constantino, III, c. 31-32: PG 20, 1085).

El Santo Sepulcro fue inaugurado en el año 335, pero de esa construcción constantiniana ya no quedan restos originales. Sí se percibe la estructura, que constaba de una basílica y un mausoleo de forma circular. Las fuentes desvelan que esta basílica era también de cinco naves, con pórtico y ábside, y un segundo pórtico dedicado a la memoria del Gólgota, además de la rotonda donde se veneraba el Santo Sepulcro con el recuerdo de la Anástasis (Resurrección). Constantino y Elena también construyeron otro templo en el monte de los Olivos dedicado a la Análepsis (Ascensión), de planta poligonal y cubierto con cúpula.
¿Conoces Belén? Impresiona atravesar el tremendo muro de cemento custodiado por una multitud de soldados para penetrar en un pueblecito donde durante todo el año hay iluminación navideña repleta de estrellas de Belén. Allí se conserva la basílica de la Natividad, levantada hacia el año 333 después de que Santa Elena localizara el lugar. De nuevo el emperador Adriano, en un intento de erradicar el cristianismo desde su raíz, había introducido el culto a Adonis, pero los cristianos habían preservado su memoria sobre la santidad de aquel lugar. Aunque la basílica constantiniana fue destruida por los samaritanos, Justiniano construyó la basílica actual siguiendo su estructura, que consta de cinco naves y un pórtico cuadrado con cabecera octogonal. Es la única basílica bizantina que se conserva en Palestina.
Siria, la primera región cristianizada, también fue recorrida por Constantino. En la entonces llamada tercera capital del mundo construyó la impresionante Basílica de Antioquía.
También en España tenemos ejemplos dignos de mención, aunque apenas nos quedan algunos restos arqueológicos. La “ecclesia doméstica” (después basílica constantiniana) mejor conservada se encuentra en Mérida. También hay restos importantes en Játiva (Valencia) y Burguillos (Badajoz). Destacan las basílicas cementeriales de Mérida, Vega del Mar (Málaga), San Cugat del Vallés (Barcelona), Tarragona, Son Peretó (Mallorca), Elche, Ampurias o Manacor, entre otras.
A la muerte de Constantino, con la presencia del arrianismo e incluso brevemente del paganismo, se produjo un período de inactividad constructiva que se iba a reanudar con Teodosio. Él fue quien construyó San Pablo Extramuros en Roma. En Damasco construyó una basílica (hoy mezquita) de cinco naves separadas por columnas corintias y transformó el panteón pagano de Salónica en martyrium, la iglesia de San Jorge,  hoy también mezquita.
Sin duda la arquitectura cristiana iba a conocer un desarrollo extraordinario en este periodo.

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